La resaca no era solo de alcohol. Era mental. Emocional.
Era como si cada pensamiento doliera y las ideas me cruzaban, y solo podía pensar en cómo es que todo sucedió, por el aleteo de una mariposa, Elise quería ir a esa fiesta y ellos me dejaron ahí, desamparada.
Desperté con la garganta seca y un nudo en el pecho no sabía qué pensar.
La chaqueta de cuero de Seth seguía sobre mi silla, como una sombra que no se quería ir. Tenía su olor. Ese maldito olor que me revolvía el alma.
Miré el teléfono.
Cuarenta y tres llamadas perdidas.
Treinta y dos mensajes.
De Elise.
De Caín.
De Paula, la del trabajo.
Ni siquiera los abrí.
No podía.
Me levanté, tropecé con mis propios pasos y fui directo al baño. El espejo no me devolvió mi reflejo, sino el de una versión agotada de mí. Ojeras, labios partidos, los ojos hinchados por algo que no sabía si era llanto o rabia.
Golpeé el lavabo con los nudillos.
—Idiota…—, me quejé con la voz temblorosa.
Mi teléfono volvió a vibrar.
Suspiré, rendida, y contesté al fin.
—¿Dónde demonios estabas? —Elise no gritaba, rugía—. ¿Sabes la noche que nos hiciste pasar?
—No estoy para sermones.
—¿Sermones? —Su risa fue seca, amarga—. Blair, desapareciste con él. ¡Con ese tipo!
—Tiene nombre, Elise—, interrumpí—. Además te recuerdo que ustedes me dejaron ahí.
—Sí, uno que todos prefieren no pronunciar—, mencionó con descaro—, ¿Qué querías Blair? Si no podía quedarme con la policía ahí.
Guardé silencio.
Caín tomó el teléfono.
—Solo queremos asegurarnos de que estés bien —dijo, con esa voz tranquila que dolía porque sonaba sincera—. Estábamos preocupados.
—Estoy bien —mentí.
—¿Bien? —Elise resopló—. Estás jugando con fuego, Blair. ¿Sabes quién es él?
Cerré los ojos.
—No. Pero tú tampoco, así que deja de fingir que lo sabes todo.
Colgó.
El silencio me aplastó. Almediodía, salí a la calle. El sol quemaba, el aire olía a polvo y gasolina. Caminé sin rumbo, intentando calmar el temblor de mis manos. Más no podía.
Paula me había mandado un mensaje corto:
“Necesito verte. Es importante.”
Llegué al restaurante-bar donde trabajaba, aunque ya no estaba segura de seguir teniendo empleo. Paula me esperaba afuera, fumando, con cara de que lo sabía todo.
—¿Qué hiciste, Blair?
—¿De qué hablas?
—Anoche. —Tiró la colilla y cruzó los brazos—. Ese tipo con el que te fuiste… Seth.
Tragué saliva.
—¿Qué pasa con él?
Paula me observó como si intentara decidir si decirme la verdad o no.
—Dicen que cerró un trato en esa fiesta. Un negocio grande. Con gente que no deberías tener ni cerca.
—No lo conozco —mentí.
Paula negó con la cabeza.
—Entonces aléjate antes de que empieces a hacerlo. Nadie sobrevive mucho en su órbita.
Esa noche no podía dormir.
Ni siquiera podía pensar sin que todo se mezclara: la mirada de Seth, la voz de Elise gritando, la advertencia del mensaje desconocido.
“Aléjate de ese mundo.”
Me levanté, fui a la ventana, y ahí estaba él.
Seth.
Apoyado en su moto, mirando hacia mi edificio, con una calma que me desarmó.
Abrí la ventana.
—¿Qué haces aquí? —susurré, más confundida que molesta.
—No podía dormir.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Todo.
Su respuesta me congeló.
—No deberías estar aquí —dije, bajando la mirada.
—Tampoco tú deberías estar en el lugar donde te encontré. Pero no parecías muy dispuesta a irte—, se mofó.
Esa sonrisa suya me desconcertaba. No era amable. No era cruel. Era peligrosa.
Bajé sin pensarlo demasiado.
El aire de la noche era denso, cargado de algo eléctrico.
—¿Por qué sigues apareciendo en mi vida, Seth? —pregunté, intentando sonar firme.
—Porque tú me miras como si no supieras si odiarme o besarme. Y ese tipo de mirada me hace quedarme.
Me quedé muda.
Él dio un paso hacia mí, tan cerca que el aire pareció detenerse.
—No tienes idea en qué te estás metiendo, Blair.
—Entonces explícame.
—No. —Sus ojos se endurecieron—. Lo único que necesitas saber es que, si me sigues, no hay regreso.
Lo dijo con tanta seriedad que me recorrió un escalofrío.
—¿Y si ya no quiero regresar?
Seth me miró, y por un segundo su máscara cayó. Había dolor ahí. Culpa.
—Eso es lo más peligroso que te he escuchado decir.
No sé qué me poseyó. Tal vez fue el miedo, o el magnetismo oscuro de su presencia. Pero lo siguiente que supe fue que su mano rozó mi mejilla y me besó.
No fue suave.
Fue una colisión.
Un choque entre dos vidas que sabían que estaban destinadas a incendiarse.
Quizá exagere pero ese beso, lo cambió todo.
No sé cuánto tiempo pasó.
Cuando me aparté, mi respiración estaba desbocada.
—Esto no debería pasar —murmuré.
—Ya está pasando —dijo él, sin apartar su mirada de la mía.
Lo odié por tener razón. Porque si, la tenía.
Seth dio media vuelta y encendió su moto.
—Sube.
—¿A dónde vamos?
—A donde no tengas que fingir que todo está bien.
Y lo hice.
Me subí detrás de él, sin pensar.
La noche se tragó las luces de la ciudad mientras el motor rugía bajo mis manos.
No sé si era el viento o el vértigo, pero todo me temblaba por dentro.
Paramos en un mirador, el mismo de la noche de la fiesta. Las luces de la ciudad parecían diminutas, inofensivas desde arriba.
—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunté.
—Porque aquí arriba, nadie puede mentir —respondió, encendiendo un cigarro—. Todos los que terminamos en este punto tenemos una herida que no se cura.
—¿Cuál es la tuya?
Sonrió, sin humor.
—Esa respuesta te costará más que una noche.
—Entonces me quedaré hasta conseguirla.
Seth soltó el humo con una risa suave.
—Eres un desastre, Blair. Pero uno hermoso—, añadió—, Parece que te estás enamorado de vivir en el peligro.
Me quedé callada. La brisa fría me hizo temblar, o tal vez era el peso de sus palabras.
Y entonces lo dijo, despacio, como si me estuviera rompiendo sin tocarme:
—No sabes lo que haces, Blair. Yo no soy un error… soy la consecuencia.
Sus ojos estaban oscuros, ardiendo.
—No quiero que me salves —respondí.
—No puedo hacerlo —susurró—. Solo puedo arrastrarte conmigo.
Y en ese momento, entendí lo que decía la frase que una vez escuché en una película y que nunca había tenido sentido… hasta él:
“Hay personas que te cambian la vida, aunque solo pasen una noche contigo. Y otras, que te la queman completa sin siquiera tocarte.”
Y Seth, lo supiera o no, acababa de prender fuego a la mía.