El ascensor se detuvo con un suave murmullo, abriendo sus puertas a un torbellino de emociones encontradas.
Mi madre, Vilma, a mi lado, irradiaba una mezcla de emoción y curiosidad, ansiosa por conocer a Marian y a su futuro nieto. Yo, en cambio, me sentía como un funambulista caminando sobre una cuerda floja, temeroso de cada paso.
Al tocar el timbre, la puerta se abrió, revelando una escena que congeló la sangre en mis venas. Marian, radiante y sonriente, cantaba a dúo con Jerry, su vecino y médico, una melodía que llenaba el apartamento de calidez y familiaridad.
Sus hijos, adolescentes llenos de vida, los acompañaban, creando un ambiente de alegría que me hacía sentir como un intruso.
Maletas apiladas en un rincón, cervezas y pizza sobre la mesa, todo gritaba normalidad, una normalidad que yo había perdido.
--- La voz de Marian, dulce y melodiosa, me golpeó con fuerza, recordándome la mujer que amaba, la mujer que estaba dispuesto a recuperar.
Una mujer mayor, con una sonrisa amable, me observó con curiosidad, como si me conociera de toda la vida. Al finalizar la canción, aplaudían, mis ojos fijos en Marian, buscando una chispa de reconocimiento.
_ Buenas noches. - saludé, mi voz resonando en el silencio repentino.
Mi madre, sin dudarlo, entró al apartamento, saludando a Marian con un abrazo cálido y presentándose a su familia. Marian, con una sonrisa sincera, la recibió, presentándole a sus hijos.
_ Qué hermosos son estos caballeros! ¡Oh, qué princesa más linda! No hay duda de que tendré un hermoso nieto. - exclamó mi madre, su voz llena de orgullo.
Marlene, con una sonrisa pícara, se acercó a mí.
_ Zuriel? Pasa, siéntate. Deseas algo. Doña Vilma. ¿Una cervecita fría?
Mi madre, con una sonrisa, aceptó la oferta.
_ Y tú, Zuriel? ¿Qué deseas tomar.
_ Whisky, por favor, - respondí, sintiendo la mirada de Marian clavada en mí. Nervioso, añadí: - Mejor dame agua, café o lo que tengas a la mano.
Me senté en silencio, sintiéndome observado por los hijos de Marian, adolescentes que me miraban con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
La conversación entre las mujeres fluía, mientras yo observaba a Jerry, que actuaba con total naturalidad, como si mi presencia no le afectara en absoluto.
_ Dime, hija, ¿cómo está el bebé?", preguntó mi madre, su voz llena de cariño.
_ Muy bien, doña Vilma. Mi médico se lo puede confirmar, verdad, Jerry.
_ Por supuesto. Le puedo asegurar que está sano y fuerte. Estoy muy al pendiente de eso.- respondió Jerry, con una sonrisa amable.
La escena me resultó insoportable.
_ Marian, podemos hablar en privado, por favor, - pregunté, tratando de mantener la calma.
Marian, con una sonrisa, asintió.
_ Sí, claro. Podrías ayudarme. Me duele un poco la cadera.
Al levantar la manta que cubría sus piernas, noté las marcas de las correas de sus sandalias en su piel hinchada. Sin dudarlo, la cargué en mis brazos, subiendo las escaleras hacia su habitación.
_ De qué quieres hablar, - preguntó Marian, acomodándose en la cama.
_ Por qué Jerry es tu médico. Sé que me porté mal, pero estoy arrepentido. Sé que no estás obligada a perdonarme, pero no quiero que él te toque. Lo odio. No me hagas pagar cárcel, juro que podría...
_ No harás nada, - interrumpió Marian, con voz firme. - Es solo mi médico y amigo. Deja de creer que ando loca por revolcarme con cualquiera.
_ No te enojes, no quise decir eso. Solo estoy celoso y tú estás tan fría y rara. No digo que no lo merezca, solo que no sé cómo sobrellevarlo, - confesé, sintiéndome vulnerable.
_ Quieres tocarla?, - preguntó Marian, revelando su vientre abultado.
Sin dudarlo, besé su vientre repetidamente, sintiendo la piel tensa y cálida bajo mis labios. Marian sonrió, un gesto que me llenó de esperanza.
_ Te extraño mucho. Qué tengo que hacer para que me des la oportunidad de perdonarme, mi china. Soy un imbécil.
_ Quiero ser tu secretaria, llevar tu agenda, manejar tu vida. Si estás de acuerdo, las puertas y las posibilidades están abiertas, - respondió, sorprendiéndome.
_ Estás embarazada para estar en eso. Y no puedo simplemente despedir a Esther, - respondí, sintiéndome acorralado.
_ Nunca pedí que despidieras a Esther. Al contrario, la respeto. Por mi condición, solo seré asistente de tiempo determinado.
_ No trabajarás, debes descansar, - insistí.
La decisión de Marian de convertirse en mi secretaria me dejó perplejo. ¿Qué significaba? ¿Era una forma de tenerme cerca, de controlarme, o simplemente una manera de recuperar el control de su propia vida? No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
La idea de tenerla trabajando a mi lado, de verla todos los días, me llenaba de una mezcla de emoción y temor. La amaba, la deseaba, pero también temía que esta nueva dinámica pudiera complicar aún más nuestra relación.
_ Usted será mi jefe, así que en su poder está que no me exploten ni fatiguen. Puedes pasar por mí a las ocho, estaré lista puntual,
Soltó con firmeza.
_ Como tú digas, cedí, sintiendo que había ganado una batalla, aunque la guerra aún no había terminado.
_ Gracias. Ahora me podrías traer algo de comer que no sea pizza o chocolate, por favor, - pidió con una sonrisa dulce.
Besé su vientre y salí de la habitación, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Por primera vez, una mujer me había asustado.
Al bajar las escaleras, Fran, el hijo mayor de Marian, se acercó a mí.
_ Señor Ladera, podemos hablar. No sé si se acuerda de mí. Soy Fran, el hijo mayor de María.
Recordé al chico que me había dado la mano hacía unos años. Asentí, invitándolo a seguirme a la cocina.
_ Cómo está, caballero. Claro que me acuerdo de usted. Dígame.
_ Quisiera pedirle, por favor, de hombre a hombre, que no le mande más sorpresas a mi mamá. Estaba muy molesta y no quiero que esté así. Quiero que se sienta tranquila, vive deprimida por lo de mi tía y no quiero que tenga emociones fuertes, se lo pido por favor.
La manera del chico proteger a su madre me encantó.
_ Le pido disculpas por haber hecho eso, fue una inmadurez de mi parte. No volverá a suceder. Tampoco quiero que su mamá esté mal, al contrario, lo que deseo más en esta vida es amarla. Cometí errores, pero lucharé hasta resolverlos o esperar lo que el destino me tenga preparado, - respondí, con sinceridad.
_ Bueno, le deseo mucha suerte, porque mi mamá tiene un genio de los mil demonios, ¿oyó? Pero si usted la ama, podrá recuperarla, se lo aseguro. Y nosotros no nos vamos a interponer, al contrario, vinimos para que no se sienta sola, pero no tenemos nada en contra de usted.
_ Te aseguro que estoy asustado, pero haré lo que pueda, - respondí, estrechando la mano de Fran.
Subí las escaleras, decidido a dejar que Marian manejara mi vida, si eso era lo que ella necesitaba para volver a mi lado. La mujer era mía.
----- La noche continuó el ambiente era cálido y acogedor, pero yo me sentía como un extraño en su propio hogar. La conversación fluía, las risas resonaban, pero yo me mantenía al margen, observando cada detalle, cada gesto, tratando de descifrar el enigma de Marian.
La noche avanzó, y finalmente llegó el momento de despedirme.
Me despedí de la familia de Marian, sintiendo una mezcla de gratitud y respeto.
Al salir del apartamento, me sentí como si hubiera salido de un laberinto. Marian me había dado una oportunidad, una pequeña luz de esperanza en medio de la oscuridad. Pero sabía que el camino por delante sería difícil, lleno de obstáculos y desafíos.
Subí a mi auto, sintiéndome agotado pero decidido. Marian era mía, y estaba dispuesto a luchar por ella, a demostrarle que podía ser el hombre que ella necesitaba.