Perspectivas

No me queda nada. Esto ha dejado de ser vida para mí. ¿En qué momento me perdí? ¿En qué momento dejé de sentir? ¿En qué momento dejé de vivir? Siempre me he preguntado que sería morir; prácticamente todos mis problemas desaparecerían, dejaría de tener esta miserable vida. He perdido el rumbo y mis frustraciones se han vuelto mayores; mis sueños han ido muriendo uno por uno, lentamente, recordándome que jamás los cumpliré. He dejado de ser aquella mariposa sociable de quince años, creyendo poder hacer lo que me propusiera; mis amigos dejaron de llamar y mi familia se preocupa mucho más que antes. Todos los días me cuesta levantarme, cada vez que me miro al espejo solo tengo ganas de llorar, he dejado de comer, lloro siempre que me quedo sola, mis rutinas han dejado de funcionar y tengo pensamientos suicidas cada vez que tengo la oportunidad. Me siento como un parásito en casa, lo único que aporto son problemas. Los psicólogos han tratado de hacerme creer que puedo hacer todo lo que me proponga y la verdad que es mucho más fácil decirlo que hacerlo; las palabras bonitas y las frases motivadoras han dejado de funcionar, pero cuanto más obvio era, más psicólogos buscaban. Por eso, me volví una mentirosa, una profesional en decir “estoy bien” cuando en realidad no era así, una muy buena actriz fingiendo que tengo una vida perfecta y perfeccioné la sonrisa más falsa que pudiera existir para que todos creyeran que era una sonrisa genuina. Nadie se dio cuenta; me había detenido pero el tiempo seguía su camino y no lo podía culpar. Me quedé viviendo en el pasado, fingiendo vivir el presente e imaginando un futuro. No sabía qué camino tomar, ¿y si me equivocaba?, no quería fallar. Otros chicos de mi edad están haciendo grandes cosas, saben lo que son, saben lo que tienen y saben lo que quieren; si yo les contara mis problemas, probablemente me dirían que mire los problemas de otras personas, los míos son nada comparado con el de las personas que pasan hambre y probablemente sea cierto pero para mí era el fin del mundo y nadie lo comprendía. Es difícil que una persona con ganas de vivir me comprenda, solo dicen “Estas exagerando, la vida es bella”, por supuesto que es bella si eres feliz, yo no lo era. Ryan también buscaba la manera de ayudarme, tal vez no fueron psicólogos lo que él pagó pero pagaba cualquier juego de la feria que me hacía reír de verdad, me abrazaba cuando lloraba y no minimizaba mis problemas. Mi novio siempre les contaba a mis padres cómo estaba, lo sabía y aunque no lo hubiera querido así, así era. A veces él también terminaba aburrido de todos mis problemas, de mi depresión, no sentía que le hacía ningún bien pero él decía que me quería con problemas y todo. Esa era mi vida; no vivía, solo existía.