Prólogo
Las puertas se abren, entrando miles de hombres de diferentes edades, bien vestidos y tomando asiento en las varias mesas que hay en el lugar.
Las luces del lugar bajan, volviéndose más oscuro, y varias mujeres vestidas provocativamente salen. Acercándose a los hombres. El olor del cigarrillo y del licor invade cada rincón del sitio. La música tenue se acopla con el ambiente del sitio.
—Linda, ¿podrías llevar estas bebidas a la mesa cinco? —exclama el barman a la pequeña chica que está sentada en el piso.
—¿No lo puede llevar otra persona? —protesta la joven.
—Sabes que si no vas, vendrá Manuel por ti —le recuerda.
Ella mira de mala gana al hombre y es que sabe que si se niega a ir, Manuel vendrá y la llevará del cabello, pero si acepta llevarlo, los hombres siempre se la pasan diciendo cosas descaradas sobre ella.
—Está bien —acepta de mala gana.
Se pone de pie, toma la charola con las bebidas, camina entre la multitud hasta llegar a la mesa número cinco.
Que es una de las mesas más importantes del lugar, porque ahí solo se reúnen hombres con mucho dinero. Al acercarse a ese sitio, rápidamente se da cuenta de que su madre está ahí rodeada de cuatro hombres.
Dos de ellos son de mediana edad; se nota porque se les logra ver algunas canas en el cabello y los otros dos son bastante jóvenes.
El de la orilla de cabello castaño y vestido como todo un chico rebelde. Mientras el otro de cabellos marrón miel. Que está a su lado, viste de traje, se ha deshecho de la corbata, pero él tiene un semblante serio y frío porque se esconde en las sombras.
—Aquí están sus bebidas, señores —menciona la joven de cabello café dorado.
Todos los que están en la mesa giran para verla.
—Ya era hora —exclama uno de los hombres más jóvenes.
Arrebatándole la charola de las manos y dejando a la chica perpleja, por lo que acaba de pasar. Como ha cumplido con lo que le han ordenado, se da media vuelta para irse.
—¿A dónde vas? —escucha la voz de uno de los integrantes de la mesa.
La joven voltea rápidamente, mirándolo a través de sus lentes al chico de cabello rebelde que hace un momento le había quitado las bebidas.
—¿Disculpe? —agrega la chica confundida.
—No te he dicho que te vayas, mejor quédate aquí a hacerme compañía —expresa—. Eres muy linda y quiero que me hagas compañía —ordena. Mientras se muerde el labio.
—Yo no estoy disponible —se defiende.
—Todas las mujeres en este lugar están disponibles —reclama—. ¡Puedo pagar cualquier precio por ti!
—Pero…
No logra terminar la frase cuando ese hombre se le lanza encima, tomándola por la cintura, intentando besarla; la joven forcejea con él, intentando librarse de sus garras.
—Por favor… no lo haga, te lo advierto —le ruega y lo amenaza.
Su madre no ha tenido ni la más mínima decencia de ayudar a su hija de tan solo 17 años. Ella solo se le queda viendo al hombre en el cual está sentada.
Se arma de valor; sabe que si su madre no le ayudara, entonces ella tiene que defenderse. Lo logra alejar lo suficiente de él y le da una fuerte cachetada.
—¡Estúpida, ahora verás! —grita el hombre. Intentando reprenderla.
Ella espera el golpe, pero ve cómo la mano del hombre rebelde es detenida por alguien.
—Acepta cuando una mujer dice que no —habla el hombre misterioso con una voz muy varonil.
Mientras el hombre rebelde le dedica una mirada de querer matar al joven que intervino, el otro chico no se inmuta ni mucho menos suelta su agarre.
—¿Ocurre algo? —la voz de otro hombre se escucha. Esa sabe bien de quién provienen esas palabras.
—Esta mujer, que se niega a pasar el rato conmigo —reclama el chico malo.
La joven mira de reojo al hombre que está a su lado y él solo la mira con cara de desagrado.
—De antemano una disculpa, pero lo que le dijo la chica es verdad —dijo—, ella todavía no ha hecho su debut, así que me temo que no puede atenderlo.
—¿¡Qué!? —menciona el chico rebelde.
—Pero le haré traer a la mejor de mis chicas para que lo atienda bien y será gratis —ofrece el dueño.
—Está bien —acepta el chico malo. Que sea rápido antes de que me arrepienta.
—Sí, señor. —Manuel toma del brazo a la joven.
—Largo de aquí —susurra en su oído—, y dile a Sol que venga a la mesa cinco.
Asintió con la cabeza, alejándose rápidamente de esa mesa; busca a Sol por todas partes hasta que me encuentra saliendo del baño.
—Sol, el jefe te quiere en la mesa cinco —le comunica la orden de Manuel.
Sol se va directo hacia donde Camila le ha comunicado. Una vez cumplida la orden de Manuel, regresa al mismo lugar donde está segura mientras está abierto. Llega a la barra volviéndose a sentar en el piso.
—Todos estos hombres son unos sinvergüenzas —exclama con disgusto.
—Acostúmbrate porque cuando sea tu debut tendrás miles haciendo fila para tener tu compañía y sobre todo tu cuerpo —dijo Joseph.
—No quiero eso, debe de haber otra forma u oportunidad de salir de aquí —indaga Camila.
—Ja, ja, ja, suerte, porque no tienes a nadie más allá de estas paredes —le recuerda. ¿A dónde irás?
—No lo sé, pero tengo que buscar una manera de salir.
—Que sea rápido, porque solo te quedan dos años antes de que cumplas los veinte años —expresa—. Sabes que Manuel no es tan tonto para dejar que ellos te toquen; si lo hace, se mete en un problema muy grande y sobre todo porque ellos son personas muy poderosas.
—Lo sé, me queda muy poco tiempo antes de que él me haga firmar ese papel, donde me dispongo a trabajar para él por voluntad propia —declara Camila.
Las horas pasan, los hombres comienzan a irse y Camila decide salir de su escondite. Para ayudar a limpiar, porque si no lo hace, Manuel se molestará.
Al terminar de limpiar, va directo hacia su habitación, totalmente agotada porque cada fin de semana es bien pesado; hacen mucho tiradero y más limpiar alcohol del piso.
—Camila —le habla Manuel.
Se gira hacia donde se escucha su voz y lo ve acercarse por el pasillo.
—¿Necesita algo, jefe? —pregunta mirándolo y a la vez bajando la vista.
Al llegar sin esperárselo, le da una fuerte cachetada, causando que casi se caiga por el golpe. Ella siente cómo en esa zona empieza a emanar color, dolor y sentir un poco de sabor metálico en su boca.
—Hoy me hiciste perder mucho dinero, que será sumado a la cuenta que ya me debes —la regaña.
—No es mi culpa que ese pervertido se fijara en mí —protesta.
—¡Cállate! —le grita.
Camila decide no seguir hablando, peleando con Manuel.
—Espero enormemente que llegue el día de tu debut y créeme que de esa subasta sacaré el triple de lo que me has hecho perder —dijo y sin más se va.
Camila se queda con una enorme rabia dentro; sabe que el tiempo que tiene es poco y debe de pensar en algo para salir de este lugar…