Jugando con fuego.

823 Words
Lo sucedido anoche despertó la mujer fatal que Irene llevaba dentro, pensó que el ni contigo, ni sin ti, no le gustaba. Decidida, hizo unas pequeñas compras, blusas con escote, pantalones vaqueros y un par de faldas, estaba segura de que la deseaba, pero el mantener en secreto su relación con ella, o lo que quisiera que tuvieran, mientras que no tenía problemas en dejarse ver con Estefanía, le dolía. Se miró al espejo, se podría decir que con cariño por primera vez, vio una mujer fuerte, decidida, inteligente y ahora, sensual, si, era sensual, capaz de despertar los deseos más oscuros de un hombre, y eso iba a hacer. Dejó que su cabello cayera ondulado por sus hombros, escogió una blusa azul oscuro y una falda negra, volvió a revisarse, "un botón menos" se dijo a sí misma, desabrochando un poco más la blusa. Necesitó tomar aire antes de acercarse a la entrada del colegio de adultos, una cosa era tener valor y otra, seguridad. -Ay el amor... como cambia a una mujer —le dijo Carmen en la puerta. —El amor a una misma amiga — le contestó a Carmen sonriendo. Entraron juntas a la clase riendo, Rubén ya estaba ahí, y al verla entrar, bueno, tuvo que sentarse y disimular su erección, esa mujer iba a acabar con él, que anoche soñara con ella, no precisamente un sueño inocente ..., y ahora apareciera así. —Buenas tardes, profe —lo saludó Irene con una sonrisa traviesa. Él no contestó nada, solo pensó en que había hecho con la dulce Irene. Les pidió que acercaran las tareas de uno en uno, cuando Irene acercó el suyo, se inclinó sobre la mesa, dejando muy poco a la imaginación de Rubén, este carraspeó nervioso. —¿Qué estás haciendo? —le dijo en un susurro. —Entregarle el trabajo, profesor —respondió con carita de inocente, dió media vuelta y volvió a su mesa. Rubén no conseguía dejar de recordar lo que había hecho con Irene en esa mesa la noche anterior, y cada vez que lo hacía, la mesa volvía a ser su cómplice, para disimular su estado y la presión en el pantalón. Al acabar la clase, le pidió a Irene que se quedara de nuevo. —Lo siento, no puedo, he quedado para cenar —sin darle tiempo a responder, salió por la puerta dejándolo embobado. Era cierto, había quedado con Jorge, el la trataba con cariño y no se sentía mal por estar con ella en público, era agradable estar con él. Estaban cenando cuando recibió un mensaje. "¿A qué estás jugando?" Lo miró por encima y silenció el móvil, "hoy no", pensó, "ahora mando yo". La noche fue genial, volvieron a quedar al día siguiente para ir a ver un mercadillo de antigüedades, a ambos les encantaban. Después, comieron con Tamara y Tomás, el prometido de Tamara. —Hacéis buena pareja —le dijo Tamara en un momento que quedaron solas. —Solo somos amigos. —¿Pero por qué ?, estáis genial juntos y es evidente que le gustas, y a ti él. Su amiga tenía razón, pero faltaba algo, no sentía esas mariposas en el estómago, "¡dichosas mariposas!" maldijo en su cabeza. —Ya veremos... —dijo, dando por terminada la conversación. Al terminar de comer Jorge la acompañó a la escuela. —Ten muy buena tarde, ¿te vengo a buscar luego? —le preguntó él al llegar. —No, nos vemos mañana, ha sido una mañana estupenda, pero estoy agotada. Pensó que lo mejor era intentar que la relación tampoco llegará tan lejos, no todavía, estaba confundida y eso no sería justo para nadie. —Está bien, preciosa —y la besó. "Demasiado tarde", se dijo Irene, "ya ha llegado muy lejos", pero no le dijo nada, lo dejó ir, ya pensaría como hablarlo con él. Rubén estaba en la ventana en el mismo momento que Jorge besaba a Irene, entendía qué era lo que ella quería, y él no podía darle, pero tampoco entendía que pretendía, ¿por qué lo provocaba y luego se veía con otro hombre?, sea como sea, tenía que alejarse de ella, antes de que alguno, acabara herido. Ese día Rubén la ignoró por completo, no la miró ni una sola vez, la confundió todavía más, ella lo miraba como si de un examen se tratase, quería entrar en su cabeza, saber que pensaba. Se quedó cuando sus compañeros ya habían salido. —¿Puedo hablar contigo? —le preguntó Irene enfrente de él. —Claro, ¿alguna duda? —contestó Rubén sin mirarla, aunque en su interior, no deseaba otra cosa que eso, mirarla. —No, yo solo... nada da igual, hasta mañana. Esa frialdad la cortó tanto que no se atrevió a preguntar nada, estaba saliendo por la puerta cuando Rubén le dijo. —Irene, si juegas con fuego, te acabarás quemando...
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