El restaurante de Doña Rosa quedaba al otro extremo de la ciudad, ya eran las once menos cuatro de la mañana y tenía menos de media hora para dejar a Rachele allí porque felizmente, la señora, aceptó que ella llegase veinte minutos tarde, aunque eso le iba a costar un descuento minoritario de su sueldo.
Hubiera querido disfrutar una vez más de la melodiosa voz de mi querida enamorada, pero ella no tenía ganas de hacerlo, y por eso ni siquiera me atreví a prender el parlante de mi moto.
Era una hora de mucho tráfico en Omsdianna, los ruidos de los cláxones –de la mayoría de vehículos- eran tan grotescos como el llanto de un grupo de bebés hambrientos, en la sala de recién nacidos de algún hospital.
- ¿No tienes audífonos? –me preguntó gritando- ¿O algo que me tape los oídos?
- Los dejé en mi maleta –respondí gritando– Pero no te preocupes que ahora salimos de aquí.
Lo bueno de tener moto es que para nosotros no hay tráfico, siempre –que podamos- nos deslizamos entre los autos como una culebra entre las rocas del algún monte. Había espacios muy angostos, pero aun así seguíamos adelante, mientras que algunos de los conductores –de autos- nos miraban a Rachele y a mí con cierta envidia desde sus vehículos. Luego de unos diez minutos salimos de la zona de trafico y me metí por la Urbanización “Los Portales”; estaba claro que, de seguir por la autopista principal, no llegaríamos al trabajo de Rachele. Faltaban menos de 14 minutos para llegar al restaurante, así que aceleré lo mas que pude; 80, 95, 100, 105 k/h. No había muchos carros, por esta urbanización, así que en cuatro minutos la cruce. Faltaban cerca de dos o tres Urbanizaciones, y cada una de ellas íbamos dejando atrás, así como dejamos a nuestras familias; de manera rápida y sin voltear a mirarlas.
- Llegamos cariño –Rachele estaba un poco asustada por la velocidad en la que corrió la moto.
- Creí que estaba volando…
- Es como te sientes siempre que estas conmigo, así que es algo normal mi amor –la besé en la frente y ella se reía de mi arrogancia– Mucha suerte cariño –le dije sin soltarle la mano.
- Creo que ya es hora de que me la dejes -gritó sonriendo doña Rosa desde dentro del restaurante.
- Le prometo que nunca más la traeré tarde doña Rosa…
- Eso espero, sino te tocará a ti trabajar el tiempo que Rachele pasa fuera…
- Pues yo encantado, pero ya tengo planes para hoy…
- ¿Qué planes son esos? –me preguntó Rachele extrañada.
- Quedé en ir a ver a Checho cariño.
- Cierto… Lo saludas de mi parte -se acercó y me besó– ¡te quiero!
Entró junto a doña Rosa al restaurante y yo emprendí rumbo hacia mi buen amigo Checho.
(…)
- Ya estoy fuera –fue lo primero que le dije cuando contestó mi llamada. Abrió la ventana de su cuarto, que estaba en el segundo piso y me tiró la llave.
- Ábrete la puerta, mi madre no hay…
Estaba sin polo y con su cabello revuelto, seguramente recién se despertaba de dormir con mi llamada. Abrí la puerta y entré, en la sala había una canasta con manzanas frescas, cogí una y la mordí -tenía mucha hambre– estaba tan fresca que sentí toda su dulzura y jugo en mis labios. Subí al cuarto de Checho y estaba tan desordenado como siempre.
- ¡Pero que cuchitril he!
- Este cuchitril es mi hogar, burro –me respondió y reímos como dos tontos, nos encantaba reencarnar esa escena de Skrek, una película animada de un ogro y un burro que se convirtieron en muy buenos amigos, tal y como lo éramos el y yo– ¿Y cómo estás Tom? –yo ya estaba tirado en su cama junto a él.
- Digamos que estoy viviendo un sueño… Alquilé un piso para vivir con Rachele y hoy fuimos a comprar los muebles…
- ¡¿Qué estas diciendo?! –se sentó de golpe– ¿No crees que te estas apresurando con ella?
- Supongo que sí…
- Es que lo estas haciendo… que la conoces menos de dos semanas, y no conoces a su familia…
- Viven en un pueblo que se llama Ahoskie o algo así…
- Es lo que ella te ha dicho, pero a ti no te consta…
- Sea como sea, la quiero y no sabemos que pasará o que oculta si no me arriesgo a ser feliz con ella, a lo mejor no oculta nada… deberías alegrarte por mí…
- Y me alegro por ti, pero también me preocupo, porque la ultima vez que te vi enamorado terminaste mal…
- Esta vez no será así –también me senté y él se acercó y me abrazó.
- Sabes que te quiero como a un hermano, y si en algún momento ella termina haciéndote daño, vendrás a mi casa con una cerveza, y brindaremos…
- ¿Por qué brindaríamos?
- Porque una vez más yo tendría razón… -alzó los hombros.
- Se nota que me deseas lo mejor –él volvió a encogerse de hombros sin dejar de sonreír– Necesito que me ayudes –le pedí.
- ¿A qué?
- A limpiar el piso que alquilé y a pintarlo porque mañana en la tarde llegaran los muebles.
- Jajaja… Pues no creo que lo terminemos los dos solos, nosotros no sabemos pintar Paredes…
- Nosotros no, pero conozco a cuatro chicos que podrían ayudarnos…
- ¿Quiénes? –me preguntó.
- Ya sabrás… Báñate para ir a por ellos.
- Pero aún ni he desayunado –se quejó.
- Pero si ya serán las 12:00 pm
- Es que anoche me quedé terminando mi Tesis, me toca presentarla el día de mañana, espero que el profesor Richard no me la tire en la cara como hizo contigo.
- Sólo no te pongas malcriado con él como yo lo hice y te ira bien –le dije– ahora ya báñate, por ahí te compró algo para que desayunes.