Una de las primeras cosas que mi abuelo me enseñó cuando era niño, era que, a una mujer siempre se le debe respetar, por más cosas inapropiadas que ella haga en su vida, el hombre jamás debe hablar mal de ella. Y Checho pasó esa línea de respeto hacia ellas sin siquiera medirse. No podía creer que había golpeado a mi mejor amigo, nosotros discutíamos la mayoría del tiempo, pero llegar a una agresión jamás, y quizá jamás Checho me lo perdonaría.
Llegué al estacionamiento y como siempre Peter estaba cuidando de mi moto.
- La cuide tan bien qué ni siquiera el viento acaricio el asiento –Era un adolescente de 15 años, hijo de un guachimán de la universidad, y su trabajo consistía en cuidar los autos y motos de la cochera.
No estaba de buen humor, ni siquiera le respondí; solo saqué del bolsillo de mi chaleco n***o la llave y prendí mi moto, arreglé el espejo retrovisor que estaba encima del manillar y me fui como si estuviera huyendo y la verdad si estaba huyendo, huía de la vergonzosa escena que le hice vivir a Checho delante de mucha gente.
- ¿Y la propina? –Peter gritaba como loco– Thooooomas –fue lo último que alcancé a oír.
La ciudad estaba desolada, eran aproximadamente las doce del medio día y era la hora más tranquila de Omsdianna puesto que la mayoría de personas estaba almorzando.
Pasé por el Complejo de Alta Competitividad Deportiva, la Piscina Olímpica y el Estadio Estatal, este último nada comparado con el veterano y majestuoso estadio de Los Diablos Rojos. La primera vez que lo visité fue cuando tenía apenas 5 años…
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Ese día, fue el día mas feliz de mi vida. Si hay algo que me gustaba mucho, era el deporte, en especial el futbol, pero eso no era bien visto por mi padre, ya qué a él no le gustaba el deporte, y a mi madre ni que hablar, solo le bastaba verme pateando el balón para que me mande a estudiar. La mayoría del tiempo ellos se preguntaban de dónde salía mi gusto por el futbol, y la respuesta era obvia… Mi abuelo fue uno de los primeros jugadores de los Diablos Rojos, hasta donde me contaba era delantero extremo por derecha, por eso el día que me llevó al estadio mucha gente se acercaba a saludarlo y darle las gracias, pero yo no entendía gracias de qué, hasta que él me contó su historia, cuando yo tenía 10 años. Desde ese día fuimos cada vez que los Diablos Rojos Jugarían en su cancha, fueron 13 años los que nos pasábamos en el estadio, > La nostalgia me invadió, y paré la moto en el primer parque que encontré, dejé estacionada la moto en el parqueo y me fui a caminar por el parque, necesitaba aire, ver niños riendo y jugando con sus abuelos.
Por los columpios había un niño de unos 5 años aproximadamente, corría y corría riendo sin parar porque su abuelo no lo podía atrapar, la edad y la torpe movilización de sus extremidades inferiores le jugaban en contra. Me senté en la banca frente a ellos y los observaba tan solo para en esa escena verme con mi abuelo, pero no fue así, el ya no estaba conmigo desde hace 3 años y desde entonces cuando intentaba recordarlo no podía hacerlo de la manera en que yo quería, porque cuando una persona intenta recordar a un ser querido que se marchó de este mundo, intenta ver a la persona que conoció, a esa persona con la que vivió tan bellos momentos, pero no es así, uno intenta recordar y lo que se te viene a le mente es la imagen de tu familiar en el cajón, o en sus últimos días en el hospital, lo recuerdas viéndolo con ese dolor y sufrimiento con el que se marchó y lo único que te dice que lo que vivieron fue bueno, son las fotos que se tomaron, los lugares que visitaron y las cosas que hicieron antes de que todo pasara, pero jodidamente eso puede llegar a ser algo improbable.
- ¡Ojalá te tuviera conmigo viejo! –ya no aguantaba más la presión y las lágrimas me caían como se caen las gotas de un caño mal cerrado– Te extraño… como te extraño… -Agaché mi cabeza entre las piernas y con mis manos me cogí con fuerza el cabello, para que así nadie pudiera verme llorar.
- ¿Todo bien hijo? –un hombre mayor me habló y por un momento creí que era mi abuelo, me sequé los ojos y alcé la cabeza, era el señor de los columpios con su nieto a lado, agarrado de su mano.
- Si… solo que al verlos tan felices recordé a mi abuelo y…
El señor se sentó junto a mí en la banca, alzó a su nieto en su pierna derecha, y con su brazo izquierdo me rodeó los hombros y me palmeó la espalda.
- Sebastián –se dirigió a su nieto- ¿Qué pasará el día en que me marche de este mundo?
- Tú no te morirás abuelito –empezó a decir el pequeño– sólo te volverás invisible y dormirás para siempre en mi corazón…
De cierta manera el señor había dado a su nieto un pensamiento no tan cruel para el tema de la muerte, y el nieto parecía estar muy tranquilo, al saber que su abuelo cuando se marché de este mundo, estaría en su corazón por siempre. Le sonreí al señor y el me sonrió al igual que su nieto.
- Nosotros los abuelos –comentó el señor mirando a su nieto- vemos como ustedes llegan a nuestras vidas para volver a darnos días enteros de alegrías. Sin los nietos, nosotros los viejos, moriríamos solos y sin ver el mejor regalo que la vida nos da a esa edad, ver sonreír a un niño…
- En cambio, nosotros los nietos -le respondí– llegamos a este mundo, crecemos y vemos como ustedes comienzan a arrugarse, a volverse lentos en su caminar y a quedarse sordos, sin imaginar que eso es el preparamiento para presenciar su partida.
- Hijo nuestra partida los prepara para las futuras partidas que van a tener a lo largo de su vida, porque si esta vida tiene algo seguro es que el manto de la muerte vendrá para cubrirnos a todos. Es algo con lo que no podemos discutir, simplemente nos queda acostumbrarnos al dolor, porque la vida es un dolor constante, que solo los mas fuertes pueden soportar –y con esas palabras alzó a su nieto y se marchó, dejándome a mí con cierta serenidad emocional, ya que como diría Sebastián, mi abuelo no murió, solo se volvió invisible y está durmiendo en mi corazón para siempre.
Me quedé en la banca unos minutos más para tratar de entender todo lo que me dijo aquel señor, se notaba que la muerte no le daba miedo igual que a mi abuelo, pero en cambio a mi…
Saqué de mi chaleco mi celular, y puse una pista de música cualquiera, conecté el auricular y me los puse en las orejas, para olvidarme de todo un rato, pero tenía poca batería y se me apagó. Guardé el móvil y cerré mis ojos un momento…
- Así que los típicos chicos de ciudad que no les gusta estudiar también lloran -una chica me había hablado, abrí los ojos y era Rachele, estaba sentada a lado mío, muy sonriente ella y muy hermosa.
- ¿Cómo le haces para siempre aparecerte de manera tan repentina en mi vida?
- No lo sé –alzó los hombros y sonrió– solo somos juguetes del destino que nos vuelve a unir. Estaba por aquí caminando y cuando te vi llorando te reconocí y quise acercarme, pero un señor se me adelanto. ¿Qué te pasó?
- Fui plantado el sábado por una hermosa cantante y quise venir aquí a ahogar mis penas.
- ¿Por casualidad esa chica tiene la voz más hermosa que nunca jamás escuchaste?
- ¡No qué va!, lo único hermoso es ella…
- Jaja –me golpeó el hombro.
- Hey –me quejé.
- ¿Qué pasa?
- Me dolió…
- Jaja… tu si que eres un llorón –ambos reímos, y otra vez empecé a sentir la misma conexión del viernes– para recompensar tu vana espera del sábado, te invito a comer, ¿O ya almorzaste?
- Aún no y este señor –me agarré la parte de la barriga- ya está rugiendo con fuerza.
- Pues qué esperas, levántese señor llorón –se paró de la banca y me agarró de las manos para levantarme– en estos días he estado almorzando en un lugar muy bueno y lo mejor es que es barato.
- Iremos a almorzar, pero no a ese lugar, yo fui quien esperó el sábado en la noche, así que yo escogeré el lugar –ella se quedó viéndome con cierta duda. La jalé de la mano– venga mujer que me estoy muriendo de hambre –y ella se dejó llevar…