CAPITULO 21

985 Words
- ¿Y tú que haces aquí? –Me preguntó sorprendida cuando me vio fuera del Restaurante. Eran ya más de las doce de la noche y el lugar seguía repleto de gente. - Se me antojaron unos anticuchos. - Pues pasa, ahora te busco una mesa Thomas. En la entrada estaba una señora regordeta preparando los pedidos. Era blanca y muy alegre, no dejaba de bailar con la música de fondo que se escuchaba en el lugar. - Seguro que tú eres Thomas –me dijo cuando me vio pasar, yo miré a Rachele algo confundido. - ¿Cómo es que sabe mi nombre? ¿La conozco de algún lado? - No muchacho –dejó la espátula en la mesa– pero esta muchachita no hace otra cosa que hablar de ti. - Señora Rosa, por favor no siga… -dijo Rachele algo avergonzada. Yo solo le sonreí y me despedí de la agradable señora. - Es la dueña –me susurró Rachele cuando ya estábamos apartados de ella. - Se ve buena persona. - Lo es, Thomas… - ¿Y lo que dijo es cierto? - Puede ser que si, como puede ser que no; siéntate en esta mesa. - ¿No me acompañaras? - Estoy trabajando Thomas, no me corresponde hacerlo. - Entiendo, no te preocupes. - Vale, en la carta puedes ver lo que tenemos. En un momento vuelvo para atender tu pedido. - Espera, ¿no me dijiste que en la noche solo cantabas? - Hoy faltó una mesera y parece que ya no volverá… Bueno ahora soy mesera de día y de noche, además canto algunas canciones en la noche. La llamaron de otra mesa y tuvo que irse a atender a esas personas. Yo me puse a leer la carta y tenían distintos nombres de anticuchos; desde Anticuchos de Mollejas hasta el Gran Corazón. Este último me llamó la atención. - ¿Ya tienes lista tu orden? –me preguntó cuando volvió. - ¿Qué contiene el Gran Corazón? - Es una porción de diez corazones y todos juntos forman un gran corazón; también viene con una gaseosa personal y ensalada. - Está bien, tráeme un Gran corazón, pero en lugar de gaseosa una botella de agua y un vaso, por favor. - Está bien, Thomas, en un momento traigo tu pedido. A diferencia de Martha, Rachele no era tan voluptuosa, no tenía unas caderas enormes, ni senos regordetes; simplemente era hermosa, en su manera de ser y tratar a la gente, era tal vez la persona más hermosa del mundo. Dicen que la curva más hermosa de una mujer es su sonrisa y tenían razón quienes decían eso, Rachele no tenía grandes curvas, pero si tenía una hermosa sonrisa, la sonrisa más perfecta que nunca jamás había visto. En el restaurante habían de todos los clientes, desde personas solitarias como yo, hasta grandes familias que tuvieron que juntar tres mesas para poder alcanzar todos. Había niños correteando entre las mesas, adultos brindando quien sabe qué cosas y jóvenes pegados en sus celulares esperando el mensaje de quien sabe qué persona. Pero de todo el lugar mi mirada estaba fija en aquel lugar de las tres mesas. Había dos adultos mayores, seguramente los patriarcas de la familia, también estaban junto a ellos cinco adultos, tres jóvenes, cuatro adolescentes y tres niños. Intentaba recordar alguna vez en la que mi familia estuvo así de unida, disfrutando de una cena; pero no pude recordar nada parecido y era porque nunca lo había vivido, mi abuelo no se llevaba nada bien con mi padre, y mi madre prefería estar con mi padre, que con el suyo; mientras que su hermano, Iván, adoraba a su padre y su esposa era como una hija para él. Claro que había buenos recuerdos, los que viví con mis tíos y mi abuelo, en cada uno de sus cumpleaños y en las navidades donde me sorprendían con cada regalo. Era la persona más dichada del mundo y era muy feliz, aunque a lo mejor no me daba cuenta de ello; y quizá, ese es el gran problema de las personas hoy en día, no nos damos cuenta de lo infinitamente ricos que somos cuando estamos junto a las personas que amamos, no nos damos cuenta, hasta que esa persona nos falta y sentimos su ausencia. - Aquí tienes Thomas –Rachele ya había regresado con mi pedido. - Muchas Gracias Rachele, me gustaría que me acompañaras, pero entiendo que estás trabajando. - Ya van a ser la una de la madrigada, a esa hora cerramos el restaurante, ahora cantaré la última canción, luego si quieres ya puedo venir. - Te esperaré entonces. - Está bien… Pero ya come que tienes cara de mucha hambre. Se fue al centro del Restaurante, y desde allí con un micrófono en mano empezó a encantar a cada uno de los clientes. Parecía ser una cantante experimentada, se movía por todo el lugar haciendo que los clientes dejen de lado sus anticuchos y la sigan con sus miradas y con el coro. > Todos sin excepción cantaban junto a Rachele y quienes no conocían la letra, acompañaban con las palmas; desde los ancianos de las tres mesas juntas hasta los niños que correteaban por el restaurante. Cuando terminó la canción un mar sonoro de aplausos y felicidades se dirigían a Rachele de cada uno de los presentes. Y cuando se acercó a mi mesa y le acomodé la silla para que se sentará, el anciano de las tres mesas dijo: “Y que viva su gran amor muchachos”, y todos aplaudieron; Rachele y yo nos miramos y no comprendíamos lo que estaba ocurriendo, solo le levante mi vaso con agua al señor y luego me senté junto a Rachele.
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