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LA RAZÓN POR LA QUE NO TE AMO

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Todo iba a terminar, pero, convenientemente, abriste los ojos en un punto de partida. Sin embargo, hay cosas que, aunque no recuerdes, yo jamás olvidaré, y que jamás te perdonaré, tal como: LA RAZÓN POR LA QUE NO TE AMO.

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INTRODUCCIÓN
Estaba agotada, sus ojos ardían y sus párpados se sentían pesados y ásperos, tanto que cada que cerraba los ojos estos se quejaban por un buen rato y lagrimeaban un montón. Había llorado, de pura frustración, por quién sabe cuántas horas. Pues es que esa definitivamente no era la vida que había soñado tener. Desde siempre, lo único que ella había querido había sido ser feliz, y no había nada feliz en su vida actual. La joven, de cabello rubio oscuro, apretó los ojos, y los presionó un poco también con sus palmas, para darles un poco de confort, entonces suspiró mirando al cielo, con los ojos lagrimeantes y ardorosos, y con la cabeza a punto de estallar. —Me voy a casa —dijo de la nada, poniéndose en pie y sorbiendo la nariz, como si de esa manera pudiera al fin terminar con semejante episodio de su vida. —¿Estás loca? —preguntó su madre, que también estaba a punto de irse, pues su misión de hacer acto de presencia en el lugar donde era requerida, para dar la imagen de una buena madre que apoyaba a su familia en las malas, ya había sido cumplida—. Tienes que quedarte a cuidarlo. —¿Estás loca tú? —cuestionó la joven, que ya no tenía fuerzas para seguir protagonizando semejante drama—. ¿Por qué tengo que cuidarlo? ¿Entiendes lo que estaba haciendo cuando pasó todo esto? Él está inconsciente en terapia intensiva y esa mujer sigue en el quirófano justo ahora. La mayor le miró con cansancio, incluso exhaló sonoramente mientras llevaba la vista a otro lado. —Estás exagerando, Mariel —soltó María Elizabeth, madre de la joven que deseaba con todas sus fuerzas irse a dormir para poder recuperar energías y seguir sonriendo al día siguiente—. No es más importante una infidelidad que tu matrimonio. —Mi matrimonio es un asco —explicó la joven volviendo a llorar—. Todo lo que he hecho en estos dos años fue aguantar su apatía, y estaba dispuesta a hacerlo hasta que todo terminara en tres años, pero ¿esto? No, mamá, no puedo con esto. Una infidelidad definitivamente tiene más peso que el matrimonio, por eso termina con ellos. —No vas a divorciarte —advirtió María Elizabeth, tomando por el brazo a su hija que, tras terminar de hablar, giró su cuerpo en dirección de la puerta con la intensión de irse—. Tu matrimonio es lo más bonito que tienes, y son tan felices que son el ejemplo de que ambas familias educamos bien a nuestros hijos y por esa razón ahora son tan maravilloso matrimonio. —No inventes, mamá —pidió Mariel, sintiendo cómo los dedos de su madre se encajaban en su piel—. No puedo aceptar esta humillación. No quiero hacerlo. —A mí no me interesa lo que tú quieras —declaró la mayor—, lo que me interesa es que tu padre tiene muy buena opinión pública por el momento, y no la vas a arruinar por tu estúpido ego. —Mamá... —Mamá nada —interrumpió María Elizabeth a su hija—. Escúchame bien, Mariel Pascón, esto también es por ti. Tal vez eres demasiado joven, por eso sigues soñando con un feliz para siempre lleno de amor, pero esos no existen en la realidad. En la vida real lo importante es la estabilidad económica, porque sin ella no tendrás nada. La más joven miró a su madre, con el ceño fruncido y los labios temblando; con el rostro empapado en lágrimas y el corazón destrozado. » No te casaste para ser feliz con él, así que déjalo que haga lo que quiera, siempre y cuando se mantenga bajo perfil con ella y a todas luces te luzca a ti, que por eso sí te casaste con él. —¿Te das cuenta de lo que me pides hacer? —cuestionó la chica, indignada y molesta—. ¿Quieres que haga como que no me importa que mi marido me engaña con su asistente incluso en mi propia casa? —Sí —respondió María Elizabeth—. Porque tu padre te dio todo lo que tienes, y merece que lo apoyes aun cuando te toca sacrificarte de esta manera. —Mamá... —Mariel, ni siquiera sé de qué te quejas —informó la madre, interrumpiéndola de nuevo, pues definitivamente lo último que esa mujer quería era escuchar las necedades de esa mocosa que jugaba mal a ser mujer—. Tú tampoco lo amas. —Pero lo respeto, mamá —declaró Mariel, con sus preciosos ojos grises totalmente enrojecidos—, y esperaba que lo hiciera también por mí. María Elizabeth Reyes no dijo más al respecto, solo negó con la cabeza y suspiró de nuevo. —Cariño —dijo Elizabeth, caminando hasta su hija para poder “confortarla” un poco luego de un rato de silencio incómodo—. Tu matrimonio no es un asco, son apariencias, y lo están haciendo muy bien, así que déjate de estupideces y cursilerías, porque no las necesitas y nosotros tampoco las necesitamos. Mariel miró a su madre, aterrada y confundida. ¿De verdad tenía que aguantarle infidelidades a su marido? No era lo que había pensado cuando se resignó a casarse con un hombre que no amaba para poder ayudar a la campaña política de su padre, así que no le había parecido algo tan difícil de hacer. Pero una infidelidad estaba a un nivel nada aceptable, al menos para ella quien, idiotamente, pensó que ese hombre, que tampoco le amaba, de verdad cumpliría la promesa de respetarse por los cinco años que duraría su matrimonio político. Mariel estiró el rostro, sintiendo aún sus lágrimas surcar sus mejillas, y se limpió la nariz para poder respirar mejor, pues tenía rato que se le dificultaba el hacerlo. » Velo por el lado bueno —pidió Elizabeth, sonriendo a una niña incapaz de sonreír—, ahora que lo peor pasó, nada malo ocurrirá... al menos no pasará algo que te haga tambalear de nuevo, porque eres muy fuerte mi niña hermosa. Mariel negó con la cabeza, el consejo de su madre era lo peor del mundo, y aun así no podía decir nada, porque lo cierto era que ella había aceptado aguantarse un matrimonio político por el bienestar de la carrera política de su padre, así que no tenía cara para quejarse cuando, al parecer, a nadie le importaban sus sentimientos al respecto de lo que ocurría. —Disculpe —habló un médico, llegando hasta las dos mujeres que hablaban en una sala de espera privada—, ¿usted es familiar de la joven que se accidentó con el señor De La Mora? Mariel sintió el asco revolverle el estómago, entonces negó con la cabeza, pues de verdad no quería decir que esa mujer, la amante de su esposo, era su pariente. —Es la prima de mi esposo —dijo la joven y terminó por aclarar la garganta para poder contener un poco mejor el llanto—, ¿qué ocurrió? —Lamento decirle que ella falleció —dijo el médico y Mariel se quedó repentinamente sin aire; fue como si algo le hubiera golpeado el pecho con fuerza, dejándola sofocada. El médico, tras dar sus condolencias, explicó las siguientes acciones a realizar, pero Mariel ya no escuchó nada, solo vio como ese hombre se fue y a ella solo le quedó dejar caer su trasero en una silla que la sostuviera, pues su cuerpo no podía hacerlo por sí mismo. —¿Ves cómo todo se arreglará solo? —preguntó Elizabeth y, al ver la clara confusión en el rostro de su hija, sonrió amablemente—. Ya sabes lo que dice el refrán: muerto el perro, se acabó la rabia. Mariel miró a su madre con horror. No podía creer que en serio le sugiriera que ignorara todo lo ocurrido solo porque esa mujer, con la que su esposo llevaba meses engañándola, se había muerto en el accidente que tuvo cuando iba con él a quién sabe dónde. » Qué flojera contigo —exclamó Elizabeth, viendo a su hija volver a lagrimear—. Voy a ser buena madre y me haré cargo de la prima de tu esposo; así que hazte cargo de él, porque tienes que hacer que esto funcione por al menos tres años más. Mariel lloró mucho más, llena de frustración y agobiada por todo lo que ocurría. Ni siquiera entendía ¿qué demonios era lo que estaba pagando? Porque todo era tan malo que se sentía como una sentencia cruel, y estaba segura de que no se lo merecía. 

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