Arréglatelas con tu smartphone

2116 Words
Al llegar a su casa, y después de saludar a su hermano mayor, Samanta se dirigió a su habitación. Mientras se desnudaba para cambiarse de ropa, repasó los acontecimientos de la noche, observó por un momento su muñeca, las marcas rojas que habían dejado los dedos de su agresor eran casi invisibles, trato de no pensar tanto en eso porque por un momento sintió demasiado miedo que se creyó en verdadero peligro. Y aunque quiso indagar entre sus recuerdos para poder descubrir de quién se trataba el sujeto que la había amenazado y tratado de esa forma, por más que hizo memoria nunca pudo ponerle nombre a aquél rostro. “Seguramente me conoce de la universidad” pensó. Samanta se metió bajo las sabanas de su cama para por fin dormir, sin embargo una vez más a su mente le asaltaban recuerdos, pero esta vez no eran del chico que la agredió en la fiesta, no, en está ocasión era Álvaro quien tomaba control de sus pensamientos.  Recordó el momento en que la tomó del brazo con suavidad y le puso mucha atención a sus heridas, o cuando torpemente envolvió hielo en una toalla, para que calmará las molestias. A Samanta le parecía extraño que él se apareciera en cada sitio donde estaba, era como sí la siguiera de cerca, “¿era posible tanta coincidencia?” se preguntó, y después un poco más apenada recordó cuando directamente le preguntó a Álvaro ¿sí estaba interesado en ella? Se sintió muy tonta, cuando él le respondió que “no” y luego su novia corrió a abrazarlo. No quiso seguir pensando en nada ni nadie más, porque no quería indagar, o encontrar respuestas que no le gustaran, sobre todo porque no se atrevía a averiguar aquella punzada que sintió después de despedirse… fue solo por un momento, pero Samanta se había sentido conmovida por el pequeño detalle que Álvaro le había dedicado, y aquello la perturbada. Un momento después, pudo conciliar por fin el sueño, no sin antes preguntarse sobre el paradero de su agenda roja y… ¿Quién la podría tener? *** Al día siguiente, Gael, el hermano de Samanta, la despertó temprano para ir a desayunar fuera de casa, se alistaron y se dirigieron a su sitio favorito para comer, al menos para Samanta que pensaba era el mejor lugar para comer panqueques y disfrutarlos con una gigantesca malteada de chocolate, mientras que para Gael, era un tormentoso sitio donde te aseguraban un caso indeseable de diabetes, sin embargo, motivado por los recuerdos de lo que era parte de una tradición familiar seguía decidiendo ir. Aquello había dado inicio desde que ambos eran muy pequeños y venían con sus padres, ahora que solamente eran los dos, Gael se permitía seguir con aquello solo para brindarle felicidad a su hermana. El restaurante servía desayunos hasta medio día y a pesar de ser una franquicia, era la única sucursal en la ciudad, ocuparon la misma mesa de siempre, cercana a la ventana que daba al estacionamiento, con los sillones acojinados y rechinables, pero sumamente confortables, se acomodaron en sus sitios y pidieron el menú. -          He notado que no traes más contigo la agenda roja – le dijo su hermano, cuando el mesero tomó su orden y se despidió. -          Sí… de hecho, pasó algo con esa agenda – le confesó Samanta, mientras se tronaba los dedos con nerviosismo. – la perdí. -          ¿Es en serio? Me sorprende viniendo de ti, eres muy cuidadosa con tus cosas. -          Ya lo sé… -          Bueno, ¿vas a necesitar que te compre otra? – preguntó Gael, no dándole mucha importancia al asunto, porque efectivamente él no tenía idea de lo que aquella agenda significaba para su hermana. -          No, de hecho no hace falta, toda mi agenda también la tengo en mi celular – contestó ella, mientras señalaba el aparato sobre la mesa. -          Claro, lo normal es que ahora todo lo sincronices con tu smartphone, aun no entendía porque seguías siendo tan anticuada usando una agenda de papel. -          ¿Anticuada? – Samanta enarcó una ceja, y fingió molestarse – Siempre he sido muy visual y además me funciona mucho mejor redactar sobre el papel… ya sabes, por eso de los recordatorios, que al escribirlos con puño y letra se quedan mejor grabados. Tú debes saber, eres el mayor. -          ¡vamos, vamos! No digas mayor con esa expresión, que solo nos llevamos siete años.   Samanta se rio burlona al pensar que su hermano se creía todavía joven, él se hizo el ofendido pero ambos detuvieron su pequeña discusión cuando un mesero les trajo sus bebidas, mientras Samanta sorbía de la pajilla y luego con una cuchara larga retiraba la crema batida de su malteada, su hermano bebía un trago de su café n***o y pensó que en efecto, ella seguía siendo muy joven. -          Deberías intentar bajar una de esas aplicaciones de citas ¿sabes? – fue lo que dijo Gael, y aquello tomó por sorpresa a Samanta, que casi se atraganta con su bebida. -          ¿Qué me estás tratando de decir? – inquirió ella. -          Nada, es solo que… ya ha pasado un tiempo ¿no?   Aunque Gael se iba con cuidado, no queriendo que su pequeña hermana se lo tomara a mal, lo cierto era que él seguía preocupado por ella, recordaba muy bien que hacía once meses atrás, Samanta le había marcado pasada la medianoche para que la fuera a recoger a la casa de su novio de aquél entonces, no tuvo que preguntar nada, solo con verla, empapada hasta los pies por la lluvia de aquella noche, sabía perfecto que las gotas que escurrían por sus mejillas, no eran de agua, sino lágrimas, no preguntó nada… pero por primera vez desde hacía mucho tiempo, que necesitó del consejo de papá y mamá. -          El próximo mes se cumplirá un año – fue lo único que contestó Samanta, mientras sorbía con rudeza de su malteada, Gael solo sonrió de medio lado. -          Entiendo, ha pasado bastante tiempo… y ¿No has salido con otros chicos? -          Sinceramente no quiero hablar de eso contigo, hermano. -          Lo sé, sé que es incómodo para ti… solamente que estoy preocupado por ti, nunca hablamos de ello, de Mario… -          Shh – Samanta levantó un dedo frente a él, y su hermano guardó silencio. – nunca hablamos de ello, y francamente no quiero hablar de eso ahora.   Gael solo asintió cuando observó en los ojos color miel de su hermana llenarse de lágrimas, le dolía que todavía a ella le doliera, y le dolía más porque él no podía hacer nada para hacerla sentir mejor. Recuerdos de ella llorando todas las noches, encerrada en su habitación o durmiendo hasta muy tarde, comiendo mal, insomnios y desorden, por poco también perdía el semestre, las rupturas amorosas eran un martirio, pero verla sufrir tanto era sumamente desgarrador. De hecho, él recordaba que no la había visto llorar tanto desde el día en que el accidente de coche, les arrebató a sus padres.   Le costó recuperarse de esa ruptura amorosa, volver a sonreír, a hacer su vida normal, a recobrar su autoestima, su confianza, su amor propio, todo eso él lo sabía, y por un lado se alegraba de que todavía no hubiera otro estúpido rondándole, listo para romperle el corazón, pero por otro, temía que ella aun no hubiera superado su antigua relación. Fuese una o la otra, solo quería recordarle que no estaba sola. -          Está bien, hermanita – le tomó la mano que tenía encima de la mesa, y le sonrió con confianza – pero sabes que aquí estaré para ti, siempre. -          Gracias, solo te tengo a ti – ella forzó una sonrisa, y un segundo después recobró el buen humor – Además tan preocupado buscándome una pareja y tú eres el que necesita más de una novia. -          ¿De qué hablas? -          ¿De qué hablo? ¡El próximo año cumplirás treinta! Ya necesitas sentar cabeza, casarte y tener hijos.   Gael casi se atragantaba al escuchar las palabras de su hermana, no se podía creer que ahora ella opinara de su vida sentimental con tanta facilidad, nuevamente, ambos cesaron sus comentarios cuando el mesero les vino a dejar sus platillos, Samanta pronto llenó sus panqueques en maple, mientras que su hermano comenzó a cortar sus huevos estrellados en pequeños trozos. -          De momento, tú eres la única familia que necesito – dijo él, y eso hizo sonreír a Samanta. Ella también coincidía en que por ahora, ellos dos bastaban para formar una pequeña familia.   Terminaron de comer y conversaron otro rato, mientras Gael se terminaba de beber su tercera taza del día, coincidió en que le encantaban estos lugares por el refill infinito de café, realmente se sentía como un adulto, cuando por fin estaban listos para irse, le llamó la atención una familia que acababa de entrar en el restaurante, especialmente el chico alto, que parecía ser el mayor de los tres hijos, lo observó un momento y pronto le encontró una conexión en su cabeza. -          Deberías ir a saludar – le dijo Gael a su hermana. -          ¿saludar? -          El chico de la otra vez... cuando pediste que fuera por ti, ¿es él, no?   Samanta se volteó a ver, fue un poco tarde cuando se dio cuenta de que el chico a quien su hermano se estaba refiriendo, era en efecto Álvaro, sus miradas se encontraron y pronto él fue avanzando hacia su mesa. -          Rayos, viene hacia acá – dijo Samanta a su hermano. -          Pensé que se llevaban bien… -          Apenas y lo he visto como tres veces -          ¿en serio?   Él la miró con sorpresa, y luego solo se rio, lo que provocó una mirada asesina por parte de Samanta, un segundo después, Álvaro se encontraba parado a un lado de la mesa. -          Hola – dijo, mientras alzaba una de sus manos despreocupadamente, aquel movimiento le hizo recordar a Samanta la primera vez que le vio. -          Hola – contestó ella. -          Hola – dijo su hermano, y después un silencio incómodo. -          ¿Ustedes son…? – empezó Álvaro. -          ¡Hermanos! – gritó Samanta, tratando de aclarar todo con rapidez. -          Tranquila Sam, estoy seguro que el chico no es sordo – bromeó Gael, y después se dirigió hacia Álvaro que también sonreía – Soy Gael, su hermano mayor, un gusto. -          Álvaro, soy un compañero de la universidad. – le estrechó la mano a Gael, y luego se volteó a ver a Samanta que se veía muy apenada - ¿Cómo sigues de tu muñeca? ¿mejor?   Samanta abrió los ojos con sorpresa, observó que su hermano fruncía el ceño con preocupación. -          ¿tu muñeca? -          Sí, ayer… me lastimé la mano tratando de abrir una puerta – dijo Samanta tratando de explicar con rapidez, mientras miraba a Álvaro para que le siguiera en la actuación. -          ¿Una puerta? -          Si, estaba atascada, pero Álvaro me regaló un poco de hielo, y estoy mucho mejor, todo perfecto – le contestó a su hermano, y luego se dirigió hacía el chico – así que todo bien, gracias por preguntar. -          Bueno, nosotros nos tenemos que ir y tú debes ir a desayunar con tu familia – dijo Gael, levantándose de la mesa – Me adelantaré a pagar la cuenta, un gusto, Álvaro, nos vemos. -          Igualmente.   Nuevamente se estrecharon las manos, y mientras Gael se alejaba rumbo a la caja, Samanta se levantó, recogió su bolso y celular de la mesa, luego se volteó a ver a Álvaro. -          En serio, comienzo a creer que me estas siguiendo. -          ¡Para nada! Solo que aquí hacen los mejores panqueques de canela. – le contestó él, muy sonriente. -          ¿Panqueques de canela? – Samanta hizo una expresión de asco. -          No sabes de lo que te pierdes… -          Créeme, lo sé muy bien. – ella sonrió, y Álvaro pensó que su sonrisa era hermosa – en fin, nos vemos en la universidad. -          Sí, nos vemos.     Ella se acercó y ambos se dieron un suave beso de despedida en la mejilla, Samanta se retiró y mientras Álvaro observaba a ambos hermanos salir por la puerta del establecimiento, recordó que el único motivo por el que se encontraba aquella mañana en ese lugar, era por ella.   Sí, tal vez Samanta tenía razón y en realidad la estaba siguiendo… pero, no lo pudo evitar cuando vio marcado en la agenda roja el nombre de este restaurante todos los sábados o los domingos de cada mes. Por alguna razón, Álvaro estaba convencido de que la agenda roja era un seguimiento de las citas que tenía Samanta con su pareja, y cierta parte de esa teoría era correcta, así que pensó que viniendo a este lugar por fin la encontraría en alguna cita y descubriría quién era la persona por la que rechazaba a todos los demás, nunca creyó que en realidad la encontraría tomando el desayuno con su hermano mayor.   Hasta ese momento, Álvaro también se había dado cuenta de otra cosa, que en definitiva no conocía nada de Samanta y aquél descubrimiento solo hizo aumentar su curiosidad.  
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