**MALCOLM**
—Sirve bien las copas esta noche, Isolde —le ordené, con una voz que no levantó demasiado el tono, solo lo suficiente para que todos en la sala escucharan. La orden cayó como una sentencia. Noté cómo se tensó, un instante fugaz en su semblante, lo disimuló con una precisión que me hizo comprender que conocía bien su juego. Pero su silencio, esa pausa que parecía un grito contenido, me revelaba más que cualquier palabra.
Me encantaba ese silencio.
Ella asintió apenas, sin mirarme, y comenzó a repartir él vino con una gracia que parecía forzada, como si cada movimiento fuera un acto de resistencia. Hasta sirviendo, parecía superior, como si esa tarea fuera solo un disfraz más de su verdadera esencia. Eso me enfurecía y a la vez me fascinaba, porque en esa superioridad residía
