**ISOLDE** No me resistí. No podía. La fuerza de esa mano era como un resorte que me arrastraba sin esfuerzo, arrastrándome fuera de la habitación de mi padre, cerrando la puerta tras nosotros, como si esa acción pudiera sellar también la esperanza, como si el cierre fuera un acto de despedida definitiva. Caminamos en silencio por el pasillo. Yo apenas podía seguirle el ritmo, mis pensamientos arremolinándose en mi cabeza, caóticos, desordenados. La imagen de mi padre, esa figura frágil y desvalida, se mezclaba con la mentira de Magnus, que ahora parecía un monstruo más en el laberinto de mi mente. La certeza de que todo se había fracturado, que la confianza se había convertido en un espejismo, me oprimía el pecho con una fuerza casi física. Al llegar a nuestro dormitorio —ese lugar que

