El sol caÃa despacio detrás de las casas idénticas, tiñendo las aceras de tonos dorados y anaranjados. Amelia se habÃa sentado en el porche con una taza de té y una manta sobre las piernas. Era uno de esos atardeceres que parecÃan eternos, suaves, casi cinematográficos.
Escuchó el chirrido de la puerta y el leve crujir de pasos tras ella. No necesitaba voltear para saber quién era.
—¿Molesto? —preguntó Fernando con voz tranquila.
—Para nada —respondió sin mirarlo—. Ven, siéntate. Está fresco.
Fernando se sentó a su lado, con una cerveza en la mano. Estaba recién bañado, con una camiseta gris que le marcaba el pecho y el cabello aún húmedo. Por un momento, ninguno dijo nada. Sólo el canto lejano de los pájaros y el sonido de los aspersores en algún jardÃn vecino.
—¿Estás bien? —preguntó él, con tono genuino.
—SÃ… ¿por qué lo dices?
—No sé. Estás rara desde hace dÃas.
Amelia sonrió, pero no lo negó. Sólo suspiró.
—Supongo que todavÃa me estoy acostumbrando. A vivir aquÃ. A compartir.
—¿A m�
Ella lo miró de reojo. Él no la miraba. Jugaba con la etiqueta de la botella entre los dedos.
—También.
—Yo intento no incomodarte —dijo él, bajando la voz—. De verdad.
Amelia se quedó en silencio. SabÃa que mentÃa. Pero esa mentira tenÃa algo dulce, como un juego del que ninguno se atrevÃa a hablar en voz alta.
—No me incomodas —respondió al fin—. Solo me… desconciertas.
Fernando sonrió, apenas.
—Eso es peor, ¿no?
—No siempre —dijo ella—. A veces es bueno sentir algo diferente.
Otro silencio. Más pesado esta vez.
—¿Siempre fuiste asà de… tranquilo? —preguntó ella, intentando cambiar el rumbo.
—No. De niño era un torbellino. Pero crecà rápido. La vida no me dejó muchas opciones.
—¿Por tu mamá?
Él asintió.
—Se volvió distante. Todo lo tenÃa que resolver yo. A veces siento que no me tocó ser adolescente.
—Yo te entiendo. Yo perdà a mis padres cuando tenÃa once. Mi tÃa Ruth me crio. Fue… duro. Siempre tuve que ser fuerte.
Fernando la miró por primera vez. No solo miró. La observó.
—Tal vez por eso te ves asÃ. Tan… segura. Tan mujer.
Amelia apartó la vista. SentÃa un nudo en la garganta que no tenÃa nombre.
—Tu papá… él fue distinto. Con él sentà que podÃa descansar. Que no tenÃa que fingir ser de hierro todo el tiempo.
Fernando apoyó los codos en las rodillas. Su voz fue suave, casi tierna.
—¿Y ahora? ¿TodavÃa sientes eso?
La pregunta cayó como una piedra en el agua. Amelia no supo qué decir. La taza tembló apenas en sus manos.
—A veces —murmuró—. Pero a veces… no sé.
Él la miró, con esa intensidad que le erizaba la piel. Estaba muy cerca. No tanto como para tocarla, pero lo suficiente como para que su calor le rozara la piel expuesta del cuello.
—¿Y yo? —dijo de pronto—. ¿Qué te hago sentir yo, Amelia?
Amelia lo miró, con la boca entreabierta, pero sin una sola palabra.
Los ojos de Fernando no la desafiaban. La suplicaban.
Le pedÃan una respuesta que ella no podÃa dar.
—Tengo que preparar la cena —susurró, poniéndose de pie de golpe.
Entró a la casa con pasos firmes, pero por dentro… el cuerpo le temblaba.
En el porche, Fernando no se movió. Sonrió para sÃ.
Esa vez, estuvo a punto de decirlo.
Y sabÃa que, la próxima vez, no escaparÃa tan fácilmente.
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—Son solo tres dÃas, amor. Es una presentación rápida del proyecto en Monterrey. En cuanto termine, regreso.
Esteban le acarició la mejilla con los pulgares, besándola con cariño. Amelia sonrió. Él era tierno, generoso, protector. Todo lo que habÃa soñado en una pareja… y sin embargo, algo no terminaba de calzar. O tal vez era alguien lo que estaba comenzando a colarse en los rincones de su mente.
—Te vamos a extrañar —le dijo Amelia, mirándolo con dulzura.
—Cuida a mi hijo, ¿s�
Ella asintió, ignorando el escalofrÃo que le recorrió la espalda al escuchar esas palabras.
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La casa se sentÃa más grande sin Esteban. Más silenciosa. Las noches eran más largas, y el aire, más espeso.
Amelia cocinaba con música suave, y Fernando solÃa aparecer en la cocina sin avisar, ofreciéndose a picar verduras, sazonar la carne o simplemente mirar.
—No cocino mal —le dijo una tarde, mientras partÃa cebolla—. Pero admito que contigo es más rico.
—¿Por la compañÃa o por la receta?
—Por tus manos —respondió él, sin dudarlo.
Amelia bajó la mirada. Otra vez ese tono. No era una provocación abierta, pero tampoco era inocente. Era una lÃnea peligrosa. Una que Fernando sabÃa recorrer con precisión quirúrgica.
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El segundo dÃa, llovÃa ligeramente. Amelia intentaba leer en la sala, acurrucada en su manta favorita. Fernando bajó en pants, descalzo, con una taza de chocolate.
—¿Y ese plan tan doméstico? —bromeó ella.
—Me estoy adaptando al ambiente. Ya casi parezco parte de la familia, ¿no?
Ella lo miró con una sonrisa que no supo cómo sostener.
—Tal vez demasiado.
Se sentó a su lado. No muy cerca, pero lo suficiente para que Amelia percibiera su aroma: menta, madera, juventud. La televisión murmuraba de fondo. HabÃa algo en esa escena que se sentÃa peligrosamente… cómodo.
—¿Y si vemos una peli? —sugirió él.
—No me vas a dejar elegir una romántica, ¿verdad?
—Depende… ¿tiene escenas de besos lentos?
Ella lo fulminó con la mirada, y él rio bajo. El hielo entre ellos comenzaba a derretirse. Y eso, lejos de tranquilizarla… la inquietaba aún más.
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La tarde siguiente, Amelia salió al jardÃn con un té frÃo y lo vio.
Fernando estaba frente a la casa, recargado contra la reja, mientras Dayan lo besaba. Era un beso largo, con las manos de ella subidas al cuello de él, sus cuerpos pegados.
Amelia se detuvo. Por un momento, sintió alivio. Bien, se dijo. Está teniendo su historia. Me estoy imaginando cosas.
Pero entonces, vio los ojos de Fernando.
Estaban abiertos.
Fijos en ella.
No era un error. No era una casualidad. Él sabÃa que ella los estaba mirando. Y mientras Dayan lo besaba como si el mundo no existiera, él sostenÃa esa mirada con Amelia. Como si le dijera sin palabras:
"Esto deberÃa ser contigo."
Amelia dio un paso atrás. Entró a la casa, cerró la puerta con más fuerza de la necesaria, y respiró profundo. Pero el aire ya no se sentÃa limpio. Estaba contaminado de algo que no podÃa seguir negando.
Deseo.
Confusión.
Y una tensión que estaba a punto de quebrarse.