🖤 Capítulo 4 – Silencios que arden

1167 Words
El sol caía despacio detrás de las casas idénticas, tiñendo las aceras de tonos dorados y anaranjados. Amelia se había sentado en el porche con una taza de té y una manta sobre las piernas. Era uno de esos atardeceres que parecían eternos, suaves, casi cinematográficos. Escuchó el chirrido de la puerta y el leve crujir de pasos tras ella. No necesitaba voltear para saber quién era. —¿Molesto? —preguntó Fernando con voz tranquila. —Para nada —respondió sin mirarlo—. Ven, siéntate. Está fresco. Fernando se sentó a su lado, con una cerveza en la mano. Estaba recién bañado, con una camiseta gris que le marcaba el pecho y el cabello aún húmedo. Por un momento, ninguno dijo nada. Sólo el canto lejano de los pájaros y el sonido de los aspersores en algún jardín vecino. —¿Estás bien? —preguntó él, con tono genuino. —Sí… ¿por qué lo dices? —No sé. Estás rara desde hace días. Amelia sonrió, pero no lo negó. Sólo suspiró. —Supongo que todavía me estoy acostumbrando. A vivir aquí. A compartir. —¿A mí? Ella lo miró de reojo. Él no la miraba. Jugaba con la etiqueta de la botella entre los dedos. —También. —Yo intento no incomodarte —dijo él, bajando la voz—. De verdad. Amelia se quedó en silencio. Sabía que mentía. Pero esa mentira tenía algo dulce, como un juego del que ninguno se atrevía a hablar en voz alta. —No me incomodas —respondió al fin—. Solo me… desconciertas. Fernando sonrió, apenas. —Eso es peor, ¿no? —No siempre —dijo ella—. A veces es bueno sentir algo diferente. Otro silencio. Más pesado esta vez. —¿Siempre fuiste así de… tranquilo? —preguntó ella, intentando cambiar el rumbo. —No. De niño era un torbellino. Pero crecí rápido. La vida no me dejó muchas opciones. —¿Por tu mamá? Él asintió. —Se volvió distante. Todo lo tenía que resolver yo. A veces siento que no me tocó ser adolescente. —Yo te entiendo. Yo perdí a mis padres cuando tenía once. Mi tía Ruth me crio. Fue… duro. Siempre tuve que ser fuerte. Fernando la miró por primera vez. No solo miró. La observó. —Tal vez por eso te ves así. Tan… segura. Tan mujer. Amelia apartó la vista. Sentía un nudo en la garganta que no tenía nombre. —Tu papá… él fue distinto. Con él sentí que podía descansar. Que no tenía que fingir ser de hierro todo el tiempo. Fernando apoyó los codos en las rodillas. Su voz fue suave, casi tierna. —¿Y ahora? ¿Todavía sientes eso? La pregunta cayó como una piedra en el agua. Amelia no supo qué decir. La taza tembló apenas en sus manos. —A veces —murmuró—. Pero a veces… no sé. Él la miró, con esa intensidad que le erizaba la piel. Estaba muy cerca. No tanto como para tocarla, pero lo suficiente como para que su calor le rozara la piel expuesta del cuello. —¿Y yo? —dijo de pronto—. ¿Qué te hago sentir yo, Amelia? Amelia lo miró, con la boca entreabierta, pero sin una sola palabra. Los ojos de Fernando no la desafiaban. La suplicaban. Le pedían una respuesta que ella no podía dar. —Tengo que preparar la cena —susurró, poniéndose de pie de golpe. Entró a la casa con pasos firmes, pero por dentro… el cuerpo le temblaba. En el porche, Fernando no se movió. Sonrió para sí. Esa vez, estuvo a punto de decirlo. Y sabía que, la próxima vez, no escaparía tan fácilmente. ---- —Son solo tres días, amor. Es una presentación rápida del proyecto en Monterrey. En cuanto termine, regreso. Esteban le acarició la mejilla con los pulgares, besándola con cariño. Amelia sonrió. Él era tierno, generoso, protector. Todo lo que había soñado en una pareja… y sin embargo, algo no terminaba de calzar. O tal vez era alguien lo que estaba comenzando a colarse en los rincones de su mente. —Te vamos a extrañar —le dijo Amelia, mirándolo con dulzura. —Cuida a mi hijo, ¿sí? Ella asintió, ignorando el escalofrío que le recorrió la espalda al escuchar esas palabras. --- La casa se sentía más grande sin Esteban. Más silenciosa. Las noches eran más largas, y el aire, más espeso. Amelia cocinaba con música suave, y Fernando solía aparecer en la cocina sin avisar, ofreciéndose a picar verduras, sazonar la carne o simplemente mirar. —No cocino mal —le dijo una tarde, mientras partía cebolla—. Pero admito que contigo es más rico. —¿Por la compañía o por la receta? —Por tus manos —respondió él, sin dudarlo. Amelia bajó la mirada. Otra vez ese tono. No era una provocación abierta, pero tampoco era inocente. Era una línea peligrosa. Una que Fernando sabía recorrer con precisión quirúrgica. --- El segundo día, llovía ligeramente. Amelia intentaba leer en la sala, acurrucada en su manta favorita. Fernando bajó en pants, descalzo, con una taza de chocolate. —¿Y ese plan tan doméstico? —bromeó ella. —Me estoy adaptando al ambiente. Ya casi parezco parte de la familia, ¿no? Ella lo miró con una sonrisa que no supo cómo sostener. —Tal vez demasiado. Se sentó a su lado. No muy cerca, pero lo suficiente para que Amelia percibiera su aroma: menta, madera, juventud. La televisión murmuraba de fondo. Había algo en esa escena que se sentía peligrosamente… cómodo. —¿Y si vemos una peli? —sugirió él. —No me vas a dejar elegir una romántica, ¿verdad? —Depende… ¿tiene escenas de besos lentos? Ella lo fulminó con la mirada, y él rio bajo. El hielo entre ellos comenzaba a derretirse. Y eso, lejos de tranquilizarla… la inquietaba aún más. --- La tarde siguiente, Amelia salió al jardín con un té frío y lo vio. Fernando estaba frente a la casa, recargado contra la reja, mientras Dayan lo besaba. Era un beso largo, con las manos de ella subidas al cuello de él, sus cuerpos pegados. Amelia se detuvo. Por un momento, sintió alivio. Bien, se dijo. Está teniendo su historia. Me estoy imaginando cosas. Pero entonces, vio los ojos de Fernando. Estaban abiertos. Fijos en ella. No era un error. No era una casualidad. Él sabía que ella los estaba mirando. Y mientras Dayan lo besaba como si el mundo no existiera, él sostenía esa mirada con Amelia. Como si le dijera sin palabras: "Esto debería ser contigo." Amelia dio un paso atrás. Entró a la casa, cerró la puerta con más fuerza de la necesaria, y respiró profundo. Pero el aire ya no se sentía limpio. Estaba contaminado de algo que no podía seguir negando. Deseo. Confusión. Y una tensión que estaba a punto de quebrarse.
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