A la mañana siguiente, el sonido de la puerta cerrándose me despertó. Hice una mueca ante el dolor intenso de cabeza, y parpadeé a través de la lagaña y el ardor en los ojos. ¡Dios! Había olvidado lo terrible que son las resacas cuando te bebías más de dos botellas de vino. Aunque, por supuesto, no me arrepentía, había pasado una noche maravillosa con dos amigos, era más de lo que había obtenido durante años. Estaba casada con un hombre adinerado, bien podía aprovecharme un poco y disfrutar.
Sin embargo, sabía que Nathan no estaba muy de acuerdo con eso. Hice otra mueca, al recordar cómo lo había dejado tirado después de que me hiciera llegar. Había sido una víbora, digna hija de mi madre, pero no estaba arrepentida de eso tampoco, no cuando él me tuvo en el abandono por un mes, si que
