CAPÍTULO 3

2703 Words
Capítulo 3: ¿Despedida?  ESA MAÑANA ANTES DE CONOCER A ALEK —¿Estás segura de que estás bien, Jane?. Te escuchas cansada. —Preguntó Karina, la enfermera que atendía a mi hermana. Últimamente le hablaba más seguido para saber de ella, pues por alguna razón sentía que algo no estaba bien con ella. —Estoy bien, solo que no he dormido mucho últimamente, planeo una nueva estrategia de ventas, es todo. —aseguré, tomándome una lata de soda Monster para soportar un poco más el sueño —. ¿Mía está bien?. —Mía está bien, aunque ayer tuvo una nueva crisis, gritó, se tiró de los cabellos y arañó sus brazos. Tardamos un poco en estabilizarla, pero está mucho mejor. Dejé caer la cabeza sobre el escritorio de madera y llevé una mano a mi pecho. Sabía que algo no estaba bien, habíamos sido muy unidas siempre, que era imposible no saber cuando algo le estaba pasando. Mía y yo éramos gemelas, desde pequeñas tuvimos una conexión imposible de romper y no nos separabamos nunca. Sus tristezas eran mías, mis logros eran suyos y nunca discutimos por nada, hasta que un día, cuando cumplimos 18 años, llegó a mi habitación y trató de lastimarme sin razón aparente alguna. Estaba alterada, su cabello estaba enmarañado y lloraba a moco tendido sin poder explicar lo que le había pasado. La solución de mis padres fue encerrarla en un centro psiquiátrico, olvidándose de ella apenas dos meses después de su reclusión. Habían dejado de pagar su estadía en aquel lugar, y se habían desligado de ella, pero yo no podía hacer tal cosa. Sin embargo, cada vez que llegaba de visita y me miraba, trataba de abalanzarse contra mí, por más tranquila que estuviera antes de verme, y no entendía por qué. ¿Qué le había pasado?. El dinero que ganaba en las misiones de la empresa que Vane y yo habíamos levantado, apenas me ayudaba a pagar sus insumos y cuidados en ese lugar, por lo que debía esforzarme en aquel otro empleo para poder sobreponerme a esa situación. Mis padres tenían dinero, podían apegarse a su rol y ser padres una vez en su vida, pero su decisión fue clara, y la mía fue justa. Yo no abandonaría a Mía tal y como ellos lo habían hecho, así que decidí poner distancia entre ambas partes y ganar mi propio dinero, ser lo más profesional posible y lo más cautelosa que podía ser una persona. Debía esforzarme al doble o de ser posible, al triple. Llevaba cuatro años trabajando para una empresa de modas, había ascendido de a poco y esperaba que mis esfuerzos fueran valorados, pero aquello no pasó nunca, hasta que un día de la semana pasada me llamaron de oficina central para ponerme a cargo de un proyecto. Esta era la oportunidad que tanto había esperado. Mía estaría mejor atendida y posiblemente lograba pagar un buen psicólogo para ella, alguien que me trajera a mi hermana de vuelta, o que al menos me ayudara a entender a qué se debía su repentino cambio de personalidad. —¿Y cuándo debes presentar dicho proyecto?. —Inquirió la rubia de bellos ojos esmeralda que cuidaba de mi hermana. Me levanté, me desperecé y contesté su pregunta lo más tranquila posible. El sueño y el hambre me estaban matando. —En dos días, pero aún me falta terminar unas cuantas cosas. Como sea, si Mía se pone mal de nuevo, llamame. —Jane… NoNo sé si sea buena idea, la última vez casi te mata. —Me giré sobre mis talones y bajé un poco mi sudadera de la orilla del cuello, detallando la cicatriz que tenía cerca de mi clavícula. Cerré los ojos y me privé de pensar en ello. —Pero tranquila, te mantendré informada. —Gracias. —No es nada, es mi trabajo. Hasta luego… —¡Kari! —antes de que cortara, tenía que hacerle una pregunta, que si bien se tornaba gris y era hasta ridícula hacerla, no me podía quedar así. No podía seguir teniendo la misma duda, aquella a la que seguramente la enfermera ya estaba acostumbrada. La escuché suspirar con pesar, y me senté de nuevo en la orilla de mi cama, buscando la forma de no sonar tan miserable. —¿Mis padres no… No han llamado? ¿No han preguntado por Mía?. —Jane… Siempre que me haces esa pregunta se vuelve más difícil responderte… —De acuerdo —Sonreí con mi vista en la alfombra roja con figuras de corazones blancos. —No hay necesidad de que respondas solo… Cuida de Mía. ¿Sí? Eres la única persona en la que confío. —Jane, sobre eso yo… No sé si pueda seguir cuidando de ella. —¿Qué…? ¿Por qué…?. —Es que yo… El timbre de la entrada sonó, por lo que tuve que cortar la llamada, no sin antes prometer que esa conversación quedaría para otro día. —¡Jane! Deslicé mis manos por mi rostro para parecer más humana y me levanté para recibir a Vane, mi mejor amiga. —¿Cómo te fue anoche?. —Normal, seduje a un viejo empresario dueño de una empresa distribuidora, le disolví el somnífero en su tequila y antes de que hubiera acción le tomé las fotos y se las entregué a la clienta. Justo ahora debe ser el hazme reír de su familia. —¿Y nadie te vio salir del hotel?. Caminó hasta la cocina. La seguí dos pasos atrás rascando mi nuca y despeinando más mi cabello, y me senté a su lado sobre uno de los taburetes, mientras ella endulzaba una taza de café. Eran quizá las 6:30 AM. O mas temprano. —Fui cuidadosa. Sé el riesgo que esto conlleva y sé manejarlo. ¿Quieres? —me ofreció una rebanada de pan con ajonjolí, negué y recosté mi frente en au hombro. —¿De nuevo te quedaste despierta toda la noche?. —Debo terminar el proyecto, hacer mi mejor intento y conseguir ese ascenso. Mía cuenta con ello, hasta siento que Karina quiere renunciar por eso. Vane sabía todo de mí, había sido la única persona en ganarse mi confianza, era como mi otra hermana y sabía cuáles eran mis mayores miedos o mis mas grandes alegrías. De esas últimas no había mucho que contar. —No creo que sea por eso, Kari literalmente adora a tu hermana. Asentí no muy convencida, tomé el trozo de pan que me había ofrecido literalmente y le robé de su café. —Eso espero, por alguna razón con ella es muy mormal. Quizá yo le desagrado. —A mí me desagradas porque te tomas mi café. —sonrió. Le devolví la sonrisa. Tenía tanto en la mente, que irónicamente me sentía en blanco. Y eso era malo. (...) Tomé una ducha rápida, guardé mi Laptop, mi cuaderno de notas, mi agenda de "ositos cariñositos" y mi folder n***o con la información de nuevos proyectos, mayoristas y accionistas. Todo parte de mi proyecto. Me coloqué una braga de blonda de volor n***o, un sostén a juego, unas pantimedias transparentes y luego mi uniforme, el cual consistía en una camisa de botones formal y una falda negra tubo, que llegaba a dos o tres dedos sobre mis rodillas. Mis zapatos eran negros, y mi cabello iba recogido en una sencilla coleta. Me había maquillado con nada más que un bálsamo con brillos que hacía que mis labios no se resecaran tan rápido, y un poco de lápiz para ojos, base para disimular mis ojeras y un mínimo de rubor. Una vez lista, tomé mis cosas ya ordenadas y salí rápidamente de la casa. Tomé un taxi, y me costó porque una señora apenas lo vio me empujó para que no me subiera antes, pero el taxi se paró justo frente a mí, así que al final se lo había ganado. ¡Por tramposa! Le di la dirección al conductor y después de 30 minutos estuve frente al edificio en el que llevaba trabajando tantos años. Tuve que correr muchas escaleras arriba, ya que los elevadores eran solo para cargos altos. El de la izquierda frente a la recepción era para encargados, subgerentes y gerentes. El de la derecha era para accionistas, dueños y socios. Inversionistas nuevos, prensa y entidades especiales. Nada más. Así de fácil, las escaleras eran para nosotros, aquellos que led ganábamos el dinero a los dueños y nos seguían viendo como a la escoria. Si algún día ascendía en este lugar, seguiría ocupando esas escaleras por puro acto de humildad, algo que nunca se debía perder en ese mundo lleno de jerarquías. Una vez en la oficina, Nilton saltó de su asiento, me reparó de pies a cabeza y rió de forma burlona. Claro, él ocupaba el elevador por ser el bufón de gerencia y quien siempre andaba poniendo en mal a todo el mundo. Ese era su trabajo. —Ya que llegaste, ordena estos documentos por mí. ¿Quieres? —No, la verdad no quiero —. Puso una pila de folders en mi escritorio. Documentos que se suponía debía organizar él. —Y que estén para en la noche. ¡A trabajar!. Aplaudió con "autoridad" y al ver que yo me había quedado viendo aquella columna de documentos, ciertamente un poco obtusa, chasqueó sus dedos y me hizo mirarlo. —Ese ea tu trabajo… —Pero yo soy alguien aquí, tú no, así que hazlo. Parpadeé indignada, viendo como se marchaba a su escritorio y jugaba con su teléfono. Me sentía saturada. Primero Mía, luego Karina, después el proyecto, las deudas, y ahora esto, tener que hacer el trabajo de alguien más para no perder mi empleo. ¡ESTE DÍA NO PODÍA SER PEOR! POR LA TARDE, DESPUÉS DE CONOCER A ALEK. —Te comía con la mirada —Aseguró Luzma, la secretaria del dueño de la empresa, masticando su pan dulce al estilo Hámster, llenando sus mejillas como si su vida dependiera de ello. —¿Segura que no se conocen de antes?. —¡Claro que no! Y dudo mucho que me viera de esa forma, quizá me miraba extraño porque me estaba comiendo la comida de un completo extraño sin importar si eran las sobras. Unas muy deliciosas "sobras". Llevaba rato tratando de convencer a Luzma que aquel intercambio de miradas que para algunos no pasó desapercibido, había sido solo por mi vergonzoso momento en la cafetería, pero no parecía creerme. Luzma era una señora de 51 años, su cabello ya se había tornado, en su mayoría, de tono blanco. Su piel era morena, sus ojos tenían un bello color marrón claro, y cuando de carácter se trataba, no solía tener filtros al momento de decir las cosas. Pero esta vez estaba equivocada. —¿Y sabes si te despedirán? — Inquirió Lucile, la chica ruda de cabello n***o con toques morados, del departamento de marketing, que normalmente solía pasar más tiempo con Luzma en su oficina, hablando del día a día, que en la oficina que le habían asignado del departamento de marketing en la planta baja. Negué y regresé mi concentración a mis uñas, o lo que quedaba de ellas. Los nervios me habían hecho morder hasta la cutícula —. Bueno, si te echan, ¿me puedes obsequiar tu juego de portalapices?. Arrugué mi entrecejo y negué. Al menos a alguien le alegraba mi posible despido. —No me pueden correr por algo así. ¿Cierto? —miré a Luzma con interrogación y una inútil pizca de esperanza. Si alguien sabía de despidos era ella, pues era quien normalmente entregaba ciertos documentos a las empleadas que los jefes ya no necesitaban. —¿Cierto?. —No sé qué decirte, cariño, a Marcela la despidieron por entrar en la sala de descanso al mismo tiempo que la hija de dueño. —Pero la hija del dueño es insufrible. —espetó Lucile tomando una rebanada de pepino rayado, con limón y mayonesa, de su plato. ¿A dónde conseguía esas cosas esa chica?. Eso que había dicho, nadie se lo podía negar. —Bueno, al menos me darán mi tiempo, tal vez me alcance para un juguito. —Si no tienes dinero hoy, puedo prestarte lo de mi pasaje para el bus, mi mamá vendrá por mí ahora, en su auto. Negué con la mano. Eso aumentaba mi capital a un jugo y 50 centavos, pero al menos era más de lo que tenía por hoy. —Supongo que debo tener paciencia, no puede ser tan malo. Me senté a esperar en una de las sillas metálicas que estaban afuera de la oficina del jefe, frente al escritorio de Luzma, y llevando mis codos a mis piernas y mi mentón a mis manos, resoplé. —¡Es injusto! —dije al cabo de diez minutos, más impaciente que antes. Las chicas, que en ese momento hablaban de programas tecnológicos y materiales antiguos, se detuvieron a observarme curiosas. Me crucé de brazos e hice un puchero —. ¡No estaba haciendo nada malo, solo le daba amor a una comida abandonada! ¿Para qué la dejó sola ahí…? No podía esperar más, así que tomé mi cartera, mi orgullo incorruptible y mi dignidad pisoteada y me dirigí a la que era mi oficina todavía. —¿No esperarás a que te llamen?. —Lucile abrió sus ojos asombrada. Nunca nadie se atrevía a desafiar las reglas de aquel lugar. Negué, llamé el elevador y una vez ahí me giré a verlas de nuevo. —Si quieren despedirme, bien. Que me envíen la liquidación a la oficina. Se miraron entre ambas y antes de que las puertas se cerraran del todo, logré ver como las puertas de presidencia se abrían. Quizá debía ir renunciando a los cuidados de Mía en aquel lugar, a la empresa con Vane e irme a vivir a una cueva. Había llegado a mi límite. Ya no sabía que hacer… A menos que… (...) —Voglio parlare con Emilio Rossi per favore. Se ti chiede chi lo sta cercando, digli che sono sua figlia (Quiero hablar con Emilio Rossi, por favor. Si pregunta quién lo busca, dígale que soy su hija). Por Mía, me repetí varias veces en mi mente, tratando de convencerme de que aquella era una buena idea. Pero no lo era, definitivamente no lo era. La voz femenina que me había atendido me pidió que esperara en la línea, pero cada segundo que pasaba se me hacía eterna. No me habían despedido aún, pero estaba segura de que Nilton y su amada gerente general harían de todo para que me quitaran, así que no podía esperar más. Debía conseguir un plan "B". Después de dos minutos aquella suave voz regresó a la línea. Esperaba que esta vez se dignara a ayudar. Al menos por los 18 años que fui su hija. Pero no… —Mi dispiace signorina, ma il signor Emilio non è disponibile in questo momento. Vuoi lasciare un messaggio? (Lo lamento, señorita, pero el señor Emilio no está disponible en este momento. ¿Desea dejarle un mensaje?) Sonreí con falso ánimo y negué. —Dica a mio padre ... No, signor Emilio, capisco il suo messaggio. Molte grazie. (Digale a mi padre... No, al señor Emilio, que entiendo su mensaje. Muchas gracias). Corté la llamada y caí rendida con mi rostro entre mis manos en mi escritorio. Algo tan ridículo me había puesto en esta situación. No podía creerlo. ¿Y por qué esperé que mi padre hiciera algo por mí? ¿Acaso estaba loca?. —¡Y todo por ese idiota abandona comidas! —Mascullé en voz alta, sin darme cuenta de que no estaba sola. —Me alegra que piense así de mí, señorita Miller —se cruzó de brazos, aquel sujeto que me había dejado sin aliento en la cafetería. —Eso me hace más fácil las cosas —Sonrió de lado sin dejar de verme. Por alguna razón no podía apartar la mirada de sus sádicos ojos… De su hipnótica mirada azulada. Tragué saliva con fuerza, su sola presencia me intimidaba. Algo me decía que esto sería un problema.
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