CAPÍTULO 4

2653 Words
Capítulo 4: Bar ALEK NOCHE DEL BAR, ANTES DEL ENCUENTRO EN LA CAFETERÍA.  (narrador omnisciente) Llegó casi tan tranquilo, esa mañana, como si fuera a hacer uno de sus tantos negocios sencillos, de esos que no solían quitarle el sueño. De esos en los que él era el anfitrión siempre y las cosas se hacían a su modo. Nadie cuestionaba nada y a nadie parecía molestarle, no había ningún problema y mientras él terminara ganando, que siempre era así, nadie saldría lastimado. Eran las 6:47 de la mañana, según su elegante reloj de oro, un lujoso reloj de pulsera estilo Vostok Amphibia automático, hecho especialmente para él. Tenía la hora calculada, pues si algo detestaba era que su tiempo medido fuera desperdiciado. No se permitía perder ni un minuto más, ni un minuto menos. Su tiempo era valioso, casi tanto o más que aquella lujosa baratija. De entrada, en aquella fina sala, decorada con tapices de madera de caoba y alfombras aterciopeladas, saludó amablemente como dueño que era de aquella casa y tomó asiento en el sofá estilo victoriano hecho de madera, frente a su invitado. Al sujeto no se le miraba bien, pero eso no impedía que aquella reunión se llevase a cabo. —Espero que estés cómodo, mi querido Lucciano. —cruzó su pierna y se acomodó en el sofá con un intimidante poderío. Su sonrisa era sádica, su mirada fija sobre aquel sujeto era inescrupulosa y claro, era un negocio y en los negocios él era el mejor. —Hace días fui a visitar a tu padre, y muy amablemente me entregó la empresa que había robado al morir mi padre… —Vete… a la mierda, Alek… —Escupió iracundo el sujeto alto, de cabellos rubios, piel blanca y acento ruso. Llevaba la mayor parte de su cuerpo tatuado, tenía varias perforaciones en el rostro y por donde iba inspiraba miedo. Aunque ese día no había corrido con la suerte de su lado y estaba frente a la persona incorrecta. Trató de ladear su rostro para alcanzar su camisa con su boca y secar la sangre que caía a grandes cantidades por sus labios, pero fue inútil, sólo logró que Alek soltara una risa de victoria. En un ataque de ira escupió al frente, llenando de sangre la alfombra de su antiguo socio. —¡Le dije a mi padre que se deshiciera de ti cuando tuvo la oportunidad! ¡fue un tonto! —Esa alfombra —. Se levantó despacio de su asiento, sin dejar de ver la asquerosa mancha de saliva con sangre, se acercó despacio al sujeto sonrió con nula diversión —. Era muy importante ¿Sabes? —¡Me vale una… mierda tu maldita alfombra! —escupió de nuevo, haciendo fuerza para soltarse del agarre de los hombres que trabajaban para Alek, los que lo habían ido a sacar de su casa de descanso en Cali, mientras realizaba orgías con cinco mujeres diferentes. —¡Cuando mi padre se de cuenta de esto…! —Tú ya estarás muerto —dijo con calma —. En esa alfombra murió mi padre, ¡lo que te hace indigno de morir en este mismo lugar, maldito imbécil! —espetó fúrico, dándole un golpe en el rostro a su invitado. Sacudió su mano y miró al techo, respiró profundo buscando calma pero, al bajar su mirada de nuevo a Lucciano, su ira crecía de nuevo. Le dio otro golpe, y otro, y otro, hasta que Lenin lo tomó del brazo y trató de detenerlo. —¡SUELTAME! ¡Déjame enviarle un pequeño regalo a Vasilick, tal vez decide hablar! —Si lo matas ten en cuenta de que no hablará nunca. —dijo Lenin, su mano derecha y único amigo cercano. —Me encargaré de él personalmente si quieres, tienes que ir a la firma de compra venta del club hoy por la noche y antes de eso, tienes dos reuniones con nuevos inversionistas. Alek no quería controlarse, quería venganza, quería ver a sus enemigos derrotados y que sintieran lo que él sintió, pero sabía que los mejores planes, las venganzas más efectivas, se hacían con mente fría, así que asintió, apretó sus puños de nuevo y se reprimió el deseo de estrellar su puño en la mandíbula de aquel hombre, que ahora yacía inconsciente, sangrando más que antes, frente a él. —Encargate de que Vasilick reciba el mensaje… —dijo aquel apellido con desprecio —. Y manda a quemar esa alfombra, la sangre de este imbécil ya la jodió. Pasó de largo tomando una toalla que le ofrecía uno de sus trabajadores, y limpió la sangre de sus nudillos, miró hacia el frente y se juró acabar con aquellos que lo habían convertido en ese monstruo, y antes de salir se giró, sacó su arma y soltó un tiro certero en la pierna del heredero de una de las Bratvas más importantes de Rusia. Ese era su mensaje, uno que nadie ignoraba, y al que él estaba dispuesto a responder si todo se le venía encima. Destensó su mandíbula, guardó su arma y ajustó su fino traje Silbon de color n***o. Sus planes apenas iniciaban, al igual que su día. (...) ALEK Ingreso en la oficina de Antonio Serrate, el dueño de la cadena de bares y clubes nocturnos más famosa de Orlando, seguido por mis guardaespaldas, y lo primero que me recibe al abrir la puerta pútrida de madera vieja, es un asqueroso olor a tabaco barato, seguido de una nube de humo que se disuelve en mi rostro. ¿Y así quiere que le de 5.3 millones de dólares por esta porquería de local? El imbécil cree que puede engañarme. Lo primero que noto al entrar, es como el imbécil de Antonio toca de las piernas a una mujer, quizá de unos veinte años, mientras ella tiembla y llora en silencio, parada a su lado. Se abraza con sus brazos y rehúye de mi mirada. Ladeo mi rostro y logro ver como el malnacido esconde su arma de juguete en el escritorio y sube el cierre de su pantalón por debajo de la mesa del escritorio. Calma, Alek, —me llamo al orden —no lo mates… todavía. —Llegó justo a tiempo —Masculló hipócritamente entre dientes, echando su asiento hacia atrás para poder sacar su regordeta panza. Apagó su tabaco en el cenicero y me tendió la mano. —Me dijeron que anduvo de gira por todos mis clubes. —Mi tiempo es valioso —Miré su mano sin interés y se la dejé tendida, metiendo mis manos en las bolsas de mis pantalones. El imbécil sinvergüenza tronó sus dedos y encogió su mano, llevándola a la cintura de la chica. —Estuve estimando tus locales, me interesa saber que es en lo que invierto. Parece sorprendido de mi respuesta, no sé si porque algo se trae entre manos o porque le respondí con informalidad, contrario a él, pese a que soy menor que él. —Bueno… —se echa a reír sin ningún decoro, sosteniendo su barriga. No puedo evitar formar una mueca de desagrado —. Si estás aquí, es porque te gustó alguno. Apuesto a que es este ya que es el más lujoso que tengo. —Sonrío y asiento viéndolo fijamente, sin mostrar mi descontento. No hace falta que lo haga, pues sé que está nervioso, su rostro, cuando me acerco para tomar asiento en la silla giratoria, frente a él, me lo dice todo. —B-Bueno, señor Zakharov, entonces... ¿haremos negocios?. Le repito que no encontrará en Orlando ningún club que se iguale a este. Si es el mejor que tiene, entonces no tiene nada. Este lugar es una porquería. Me siento recto en mi asiento y golpeo con las palmas de mis manos la madera del escritorio, sacándole un sobresalto a la chica; haciendo que Serrate trague saliva y posiblemente se haga en sus pantalones, y que los dos hombres detrás de él, carguen sus armas. Vuelvo a sonreír volviendo a mi lugar y miro a la chica. —¿Ella trabaja para ti? —la joven me dedica una pequeña mirada llena de miedo y luego aprieta sus ojos —. ¿O es tu pareja?. —No, es solo una simple mujerz… —¿Cuántos prostíbulos tienes, Serrate?. —lo interrumpo. Me mira con sus ojos desorbitados y niega rápidamente con la cabeza —. Ella no es una prostituta, pero seguro es ese tu plan, solo que quieres "Estrenarla" como dicen ustedes los americanos. —¿Prostíbulos? No tengo ninguno, todo lo que hago es legal. —я не буду (rom: ya ne budu- "yo no"). — ¿Qué? Sonrío. —Si me dices cuantos prostíbulos tienes, sin quitar ni uno solo de la lista, te compro todos los locales, incluyendo los clubes. —¿Crees que soy estúpido? No tienes tanto dinero. —Espeta, sacando su inútil carácter para enfrentarme. —¿Crees que no sé tu historia? En este mundo todo se sabe y sé que tu padre te dejó sin nada. Seré generoso contigo porque eres joven, pero la próxima vez que te presentes ante mí… No lo dejo terminar. Estoy harto de esta mierda, así que sacando mi arma con la agilidad con la que fui entrenado, disparo a sus hombres a un costado, a modo de no matarlos pero sí dejarlos fuera de juego, luego apunto al imbécil de Serrate a la cabeza, y aprieto mis labios, así como mi puño libre, tratando de contenerme para no jalar del gatillo en este momento. —¡¿cuántos malditos prostíbulos tienes?! —vuelvo a preguntar. Mi máximo de oportunidades para que responda son dos, el mayor tiempo son 30 segundos. ¿Ya había dicho que mi tiempo era oro?. —. Si te han hablado de mí, sabrás que no tengo corazón que tocarme para matar a las ratas como tú, y créeme, he conocido escorias que valen más que tú. —¡Muérete, Zakharov! Una carcajada sale sin ánimo de mi garganta, lo tomo del cuello y estrello su cabeza en la mesa de madera —. ¡Está bien, está bien! Son doce y diez clubes. —¡La verdad, maldito gusano!. —¡Quince…! —Se pone a llorar —. ¡Quince y diez clubes, no miento! —. Entonces haremos esto. Tú escribirás ahora mismo un contrato donde me vendes todo al precio que yo estipule, lo firmarás y saldrás calladito de aquí, porque de lo contrario si se te ocurre hacer algo en mi contra, no serás pero ni la mierda que se coman los insectos, y eso, mi querido amigo, incluye no volver a prostituir o abusar de ninguna mujer, no importa la edad que tenga. Lenin entró en la oficina, me miró como si se sorprendiera de mis actos y después de dos segundos bufó. —¡Ayúdame!. —Lloró Serrate. Lenin masajeó su sien y me miró. —Alek.. —Prostituye a cientos de mujeres, y no me consta si solo mayores… —señalé. —No, pues sí —asintió Lenin, sentándose a donde yo había estado sentado hace tres minutos —. Es una basura, adelante. - agitó su mano en el aire con desinterés. —¡No! —gritó de nuevo el imbécil al que ahora estaba lastimando —. Firmaré todo… Y desapareceré, lo prometo. Me quedé unos minutos sosteniendo del cuello de la camisa a Serrate, mientras Lenin escribía en una hoja en blanco. —Listo, solo firma y yo solucionaré todo al final. —Le dijo mi mano derecha al troglodita este. Con sus manos temblorosas tomó el bolígrafo y selló su firma en el papel. —L-Listo… So-solo denme mi dinero y me iré para siempre. Arrugué mi nariz y negué. —No te daré nada, largo. —¡Dijiste que me darías el dinero! —Sí, antes de no matarte. —¿Qué? —¿cuánto vale tu vida, Serrate) —elevé de nuevo mi arma. Su rostro palideció enseguida y caminó en retroceso hacia la salida. —Mi vida no tiene precio…—Hizo como si fuera a llorar de nuevo. Miré a la chica que estaba agachada en una esquina de la oficina, temblando, con su mirada abajo, tratando de cubrirse con la poca tela que llevaba puesta. —La vida de ella y de las mujeres a las que les has arruinado la vida, no tiene precio, no hay oro que las compre, así que si te acercas a ella, te mato. Dibujé una nueva sonrisa y me acerqué a él. —Sigues vivo, date por bien servido. Asintió con miedo, se arrastró hasta la salida como el animal rastrero que era y una vez fuera, le hice una seña a Lenin para que lo siguiera. El castaño se levantó, asintió y cargó su arma. La chica seguía temblando en el piso, así que con cuidado me acerqué a ella. Se encogió más al rincón y protegió su cabeza con sus brazos. —¿Te hizo algo…? tú sabes… —No respondió. —No te haré daño, nadie más lo hará… pero necesito que respondas. La chica me miró como cachorro herido y asintió débilmente, sin dejar de temblar. Tensé mi mandíbula, saqué mi teléfono y marqué la llamada directa con Lenin. —No lo mates, pero asegúrate de que una vez en prisión no pueda correr. —Alek… Sabía lo que diría, así que rendido deslicé una mano por mi rostro y le di el aval. —Que sea rápido… Aunque ese animal merece sufrir lo mismo. —Pero tú no eres así. —No…pero puedo serlo así que termina con el trabajo antes de que me arrepienta. —De acuerdo —Dijo al otro lado de la línea. —Espera, no era parte del trato —escuché gritar a Serrate —¡Noo! Un tiro… y todo había terminado para él. Me di la vuelta y llamé una ambulancia para los hombres que tenía a su servicio y de paso, para la chica. Llamé a mi gente para que desmantelara los prostíbulos y liberara a sus víctimas, usé mis contactos y envié el dinero que se suponía era de Serrate a cada una de ellas como indemnización y le pedí a Lenin que contratara a los mejores arquitectos y demoledores para deshacerme de estos locales de porquería. Levantaría mi propio imperio tal como mi padre lo quería, y empezaría destruyendo a todos aquellos que le habían dado la espalda a mi padre en sus peores momentos. Ahora el poder era mío. Después de dos horas limpiando aquello, bajé a dónde estaba la fiesta, el ruido era tan fuerte que nadie se había dado cuenta de lo sucedido en la planta de arriba. Hubiera esperado encontrar cualquier cosa en aquel lugar, quizá incluso al asesino de mi padre, pero mis planes de encontrar a una bella chica y saciar mi estrés y mi deseo con una noche de sexo, se fue al caño cuando miré al frente y la encontré. Esos ojos, que pese a la luz de neón del disco que giraba en el techo, podía reconocer a la perfección, esos bellos, frescos y gruesos labios color carmesí y ese cuerpo que me volvía loco, y que siempre había soñado hacer mío y solo mío. Era ella, no había duda, y sin planearlo la había encontrado a tan solo dos metros… La bella chica se levantó de su asiento y trastabilló, por lo que atiné a sostenerla entre mis brazos. Ella no sabía que esa no sería la única vez que la tendría entre mis brazos, lo quería, lo tenía y ella sería mía. Necesitaba hacérselo saber, así que acercando mis labios a su oído, susurré: —Ty budesh' moim. Era mi promesa hacia ella, y sin importar cómo, o lo que tuviera que hacer, lo conseguiría
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