La mujer examinó a Hamsa con curiosidad maternal mientras sacaba otra máquina de coser de un estante trasero: —Creo que si hay una rosa jejeje y disculpe que le pregunte ¿Es para su esposa, señor? —preguntó con sonrisa amable que iluminó su rostro arrugado. Hamsa, un poco nervioso, tragó profundo sintiendo cómo su garganta se tensaba: —Eh... sí, es para... mi esposa —mintió con voz que salió más ronca de lo usual. Pero le gustó la palabra. La señora sonrió más ampliamente, complacida con la respuesta: —Bueno, entonces buscaré la mejor. —Tambien telas—dijo Hamsa. —Y las mejores telas —declaró con entusiasmo renovado, moviéndose hacia otra sección de la tienda—. ¿Es una experta en la costura? ¿O... principiante? Hamsa, acordándose de cuando Melanie le había contado con tristeza en s

