Absalón acababa de lanzar una combinación particularmente violenta contra el saco de boxeo cuando el sonido vibrante de su teléfono celular interrumpió el ritmo de su entrenamiento. Se detuvo abruptamente, con su pecho subiendo y bajando mientras recuperaba el aliento, y alcanzó el dispositivo que descansaba sobre un banco cercano.
La pantalla mostraba el nombre de Ezra, y una sonrisa depredadora curvó sus labios mientras contestaba:
—Da.
—Padre —la voz de Ezra llegó en ucraniano cargada con esa confianza arrogante que había heredado directamente de él—. Tengo noticias excelentes. El alcalde Harrison quiere contactarme. Dijo que... quería un almuerzo conmigo. De seguro quiere establecer nexos por fin.
La sonrisa de Absalón se amplió:
—Excelente —respondió, en su idioma natal con satis
