Stella No he sido capaz de concentrarme en nada en las últimas dos horas. Nada más que en el ardor persistente en mi trasero, en la tensión aguda que aún me aprieta los muslos cada vez que el recuerdo vuelve sin aviso, y en la opresión sorda que me aplasta el pecho. Algo debe estar mal conmigo. Muy mal. Porque en lugar de escapar de lo que ocurrió en mi habitación, mi mente lo reproduce con una claridad enfermiza, una y otra vez, hasta que los recuerdos me ahogan. Hasta que los suspiros se convierten en jadeos y mi corazón late como si quisiera reventarme las costillas desde dentro. No puedo dejar de vernos. Su mano firme estampada en mi piel, sus dedos enterrados en mí sin piedad, mi cabello aferrado a su puño como una soga invisible que me mantenía atrapada, sumisa, suya. Todo mi

