Subo al auto, con la música suave de fondo, y comienzo a conducir hacia la casa de la muñeca. El día está despejado, perfecto para lo que tengo planeado. Mientras voy por el camino, saco el teléfono del bolsillo y la llamo. No puedo evitar sonreír al escuchar su nombre en la pantalla. El corazón me da un pequeño brinco, como siempre cuando la voy a ver. —Mi muñeca... —la llamo, esperando que me conteste rápido. Contesta al tercer tono. —¿Halo? —dice, su voz suave, como si estuviera haciendo algo o quizás apenas despertando. —Hola, muñeca —le respondo con una sonrisa en el rostro, sintiendo la calidez en su voz—. Ya voy a tu casa... De repente, escucho un ruido de fondo y luego su voz, que se eleva un poco en tono. —Trixie, bebé, bájate de ahí y déjate poner la camisa, por favor —me d

