El sol de la mañana se filtraba por las ventanas de la preparatoria cuando entré al aula, intentando pasar desapercibida como siempre. Los jeans desgastados y la camiseta sencilla hacían su trabajo: me camuflaban entre el resto. Era más fácil así, sin atraer demasiadas miradas, sin levantar sospechas. Mi vida entera ha sido una rutina de evitar ser vista, de actuar como si fuera una más. Pero hoy, algo era diferente.
Desde el momento en que entré, un olor exquisito invadió mis sentidos, uno que jamás había percibido. Era embriagador, casi imposible de ignorar, pero me esforcé en no darle importancia. Sabía a lo que me enfrentaba. No era el momento ni el lugar para perder el control. Avancé con pasos calculados hacia mi asiento, intentando distraerme.
Pero entonces lo vi. Alto, con al menos un metro noventa de estatura, cabello oscuro y esos ojos color avellana que parecían brillar en la penumbra del aula. No lo había visto antes. Su piel bronceada contrastaba con la mía, que era tan pálida como una hoja de papel. Y su aroma... Oh, su aroma era peor que cualquier tentación a la que me hubiera enfrentado en todo este tiempo. Era como un perfume natural que me llamaba de una manera que no podía evitar. Si me acerco demasiado a él, algo malo va a pasar, pensé mientras intentaba mantener la calma.
Para mi mala suerte, se sentó justo a mi lado. Genial, esto va a ser un problema. No pude evitar notar que no quitaba la mirada de mí. No sabía por qué, pero su atención me hacía sentir... algo que no había sentido en mucho tiempo. No eran nervios, ni siquiera esas mariposas que dicen que sientes cuando alguien te gusta. Era atracción, pura y simple. Una atracción peligrosa.
La clase de matemáticas se hizo eterna. Mi mente estaba nublada por su olor, por su presencia. ¿Cómo voy a concentrarme así? Cada vez que intentaba prestar atención al profesor, sentía su mirada fija en mí, como si intentara descubrir algo, como si supiera que yo no era como los demás. Al final de la clase, mis manos estaban tensas sobre el pupitre, aferrándome a la cordura que me quedaba.
Cuando finalmente sonó el timbre, me levanté con rapidez y salí del aula sin mirarlo. Necesitaba aire. Necesitaba estar lejos de él.
Me dirigí al estacionamiento, donde mi motocicleta me esperaba como siempre. Me puse el casco y arranqué el motor, sintiendo el rugido de la máquina bajo mis manos. Esto me ayudará a calmarme, pensé mientras aceleraba por las calles de Londres. El viento fresco en mi rostro y el sonido del tráfico me ayudaban a despejar mi mente, aunque no por mucho tiempo.
Me detuve en un semáforo en rojo, esperando pacientemente, cuando escuché los vulgares comentarios de unos tipos en un auto a mi lado. Sus miradas eran asquerosas, y sus palabras aún más. Sin pensarlo, les mostré el dedo medio y ellos se rieron. Patéticos. Rodé los ojos y aceleré de nuevo, dejándolos atrás en cuanto la luz cambió.
Finalmente llegué al edificio donde vivía. Un lugar que apenas podía llamar hogar, pero que al menos me daba algo de seguridad. Al estacionar la motocicleta, noté algo que no esperaba: un camión de mudanza estacionado frente a la entrada. Mi corazón dio un vuelco cuando lo vi salir del camión con una caja en las manos. El chico de la clase... ¿Qué demonios hacía aquí? La sorpresa me dejó estática por unos segundos, observando cómo movía las cosas hacia el edificio.
Lo odio. Lo odio por tentarme de esta manera.