Regresé a casa y encontré a Donovan jugando con una pelota de vidrio en el sofá.
—¿Qué tal te fue? —pregunté, dejando mis cosas a un lado.
—Muy mal, la verdad. ¿Y a ti? —su tono era ligero, pero sus ojos reflejaban una inquietud.
—Bien, creo. —Le sonreí con picardía, buscando aliviar el ambiente—. Oh, eso se puede arreglar.
—¿Qué sugieres? —dijo, levantando una ceja con interés.
—Ven, te voy a enseñar...
Lo seguí hasta la cocina, donde me cargó entre sus brazos y me sentó en una silla junto a la heladera. La cercanía era electrizante; todo era tan erótico, tan sublime. Esta era, sin duda, mi mejor noche.
Comenzó poniéndome crema pastelera en la punta de la nariz, mientras su mano derecha recorría mis oblicuos y mis curvas con suavidad. Lamió lentamente la crema, provocando un torbel
