ETHAN No sé en qué momento pasamos de las miradas frías a estar aquí, en la sala, lanzándonos silencios que pesaban toneladas. Lía estaba sentada en la otra esquina del sillón, con los brazos cruzados, las piernas tensas, la mirada perdida en un punto fijo como si yo no existiera. Y yo, con la cabeza ardiendo, intentando no perder la paciencia. —¿Qué chingados te pasa, Lía? —le solté al fin, la voz más grave de lo que esperaba. Intenté sonar calmado, pero se notaba que estaba a un segundo de reventar—. ¿Por qué te pones así? Ella me volteó a ver de golpe, como si mis palabras hubieran sido una cachetada. Sus ojos ya estaban brillosos, al borde de las lágrimas, pero lo que salió de su boca fue fuego. —¿Que por qué, Ethan? —dijo con un bufido irónico—. ¡Porque te encontré con esa puta!

