AMAYA El olor a café era fuerte, casi terapéutico, pero ni eso lograba calmarme. Estaba sentada a la mesa con una taza entre las manos y un tazón de fruta a medio terminar, pero mi estómago no cooperaba. Lo revivía todo: el video, la cara de Elías, mi pánico. ¿Y si ya se lo dijo a Victoria? ¿Y si se lo cuenta a Leonardo? Intentaba parecer tranquila, pero me temblaban los dedos. Zayn, en cambio, estaba increíblemente sereno… aunque lo conozco. Sé que está tan tenso como yo. Pero su forma de cuidarme era más silenciosa: me servía más jugo sin que se lo pidiera, quitaba las semillas de las uvas sin decir nada, me miraba cada tanto como si necesitara confirmar que aún no me había derrumbado. Cuando nos despedimos del resto, el trayecto a casa fue corto y silencioso. Íbamos los dos perdido

