AMAYA
Me desperté con esa sensación ligera que dejan los días buenos, los que traen promesas de sol y brisa antes de empezar. Todavía estaba medio enredada en las sábanas cuando escuché un golpe seco en la puerta. No hizo falta preguntar quién era: solo Elías toca como si quisiera tirar la madera abajo.
—¡Amaya, baja! —gritó desde el pasillo—. Tenemos que organizar lo de la playa.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír.
—¡Ya voy! —respondí, y me levanté medio dormida.
Cuando llegué a la cocina, ya estaban ahí: Elías con su celular en la mano, tecleando como loco, y Zayn sentado en la barra, con el pelo aún despeinado, revisando un cuaderno. Ambos parecían demasiado despiertos para la hora.
—Buenos días —saludé, aunque sonó más a bostezo que a otra cosa.
—Buenos días, dormilona
