Feliz cumpleaños

2331 Words
AMAYA Me quedé sentada en el camastro, con la cabeza apenas inclinada hacia el frente y la nariz algo adolorida. Zayn seguía ahí, atento, arrodillado frente a mí como si en vez de estar en una fiesta, estuviéramos en una sala de urgencias. Sus manos eran cálidas, firmes, pero suaves cuando me revisaba, y eso me descolocaba más que cualquier otra cosa. —¿Te duele cuando aprieto aquí? —preguntó, tocando el costado de mi nariz con la yema del dedo. Negué, aunque sí dolía. No quería darle la satisfacción de quejarme. —Fue leve —dije—. Solo sangré porque soy dramática. Me sonrió de medio lado, esa sonrisa que parece esconder mil secretos, y se enderezó un poco sin dejar de mirarme. —No eres tan dramática. Pero sí sangraste como si hubieras peleado con un león. Lo miré a los ojos, esa mezcla extraña de gris con azul que parecía moverse con la luz. Me incliné apenas, observándolo de cerca, sin pensar. —Por eso te brillan los ojos… Lo dije en voz alta sin querer. Apenas lo solté, me arrepentí. Zayn bajó la mirada por un segundo, como si no supiera qué hacer con ese comentario. Se limpió las manos con una toalla cercana, incómodo, como si no estuviera acostumbrado a que alguien lo notara realmente. —Estás bien —dijo, volviendo a su tono serio y eficiente—. Solo necesitas hielo, algo para la inflamación y un analgésico. Estarás como nueva. —¿Eso lo aprendiste viendo Grey’s Anatomy? Él alzó una ceja. —No, eso lo aprendí rompiendo narices. Nos miramos. Yo tenía la toalla aún sobre mi labio superior. Él, una expresión que cambiaba segundo a segundo entre control y deseo. —Zayn… —murmuré. —Quiero follarte, tormenta —dijo él, sin siquiera parpadear. Me congelé. La frase cayó entre los dos como una descarga eléctrica. El aire parecía más espeso. —¿Por qué tormenta? —pregunté, porque mi voz necesitaba salir por algún lado. Él sonrió apenas. —Porque eso es lo que vas a ser para mí. Caótica. Incontrolable. Y jodidamente adictiva. Su voz era ronca. Grave. Cada palabra, una caricia con filo. —¿Vas a volver a abrirme las piernas? Su pregunta me atravesó el pecho como un puñal caliente. No hubo burla en su tono. Era deseo puro, crudo, directo. Mi respiración se detuvo un segundo. Mi cuerpo respondió antes que mi mente. Pero no llegué a decir nada. —¿Cómo está? —La voz de mi padre, repentina y fuerte, rompió la tensión como un cristal cayendo. Zayn se alejó como si le hubieran arrojado agua helada. Se levantó sin mirar atrás. —Está bien, señor. Nada grave. Solo hay que limpiarla. —Gracias, Zayn. Yo me encargo. Vi cómo él se alejaba, con Nico siguiéndolo sin decir nada. Me quedé en silencio, tratando de recuperar el aliento que ni sabía que había perdido. Mi papá se sentó a mi lado, con el botiquín en la mano. —¿Otra vez tu cumpleaños y otra vez con una lesión? —dijo con una sonrisa suave. —Tradición familiar, al parecer. —La última vez fue el pie, ¿no? Por correr descalza en la playa. —Y antes de esa, el brazo… por treparme a la reja de la secundaria. Nos reímos. El dolor seguía ahí, pero era distinto. Menos físico. Más profundo. Como el roce de una tormenta que aún no empieza… pero ya sabes que viene. Papá terminó de ponerme el hielo sobre la nariz, y me acarició la cabeza con una ternura que me hizo temblar. Me quedé en silencio unos segundos, disfrutando de ese momento. Tan simple, tan cálido, tan necesario. —Eres el desastre más hermoso que he tenido en mi vida —me dijo de pronto, con una sonrisa en los labios, y esos ojos que siempre me han mirado como si yo fuera el centro del universo. No pude evitar reírme. —¿Hermoso en serio? ¿Con esta cara de boxeadora? —Con todo y eso —respondió sin dudar—. Eres mi caos favorito. Apoyé la cabeza contra su hombro. Por un momento, sentí que tenía cinco años otra vez. —¿Y cómo te sientes? —me preguntó luego—. Inicias la universidad la próxima semana… nueva casa, nueva gente, nueva vida. Respiré hondo. —Nerviosa —admití—. No solo por la uni… es todo, papá. Es mucho de golpe. La mudanza, lo de Victoria, los chicos, dejar el departamento… mi cuarto, mi rutina… —hice una pausa—. No es que esté mal, solo… es mucho. —Es mucho —repitió, asintiendo despacio—. Pero no todo lo nuevo es malo, hija. A veces, lo nuevo puede traerte cosas que ni imaginabas. Mira a Victoria… ella y los chicos se están esforzando para que la pases bien hoy. Levanté la mirada. Desde nuestro lugar podía ver la alberca. Stella le estaba tirando una pelota a Derek, mientras Lía se reía a carcajadas por algo que Ethan acababa de gritar. Elías los veía desde la orilla con una expresión entre juicio y diversión. Y Zayn… bueno, Zayn estaba ahí, riendo también, lanzando agua a todos sin misericordia. Sus gestos eran tan relajados, tan despreocupados. Si no supiera lo que sé… si no lo sintiera como lo siento, juraría que es uno más. —Tus amigos son una locura —dijo papá, como si me leyera la mente. —Son mi familia —respondí con una media sonrisa—. Aunque no los conoces bien, todos han estado para mí cuando más los he necesitado. —Y ahora tienes una familia más grande. Lo pensé. No conocía bien a Elías. Mucho menos a Zayn. Pero ahí estaban. Celebrando conmigo. Participando. Siendo parte de esto. —La verdad es que… la estoy pasando bien —admití. —Lo sé —dijo papá, satisfecho. En ese momento, escuchamos a Zayn gritar: —¡Voy por más alcohol! ¡Y jugo para el niño! Elías, ofendido, le gritó desde la orilla: —¡Cállate, imbécil! ¡Sabes que ya tengo edad para beber! —Me refería a Ethan —replicó Zayn desde la barra, sin inmutarse—. Su mente aún vive en el cuerpo de un niño de doce años. —¡Y tu hermana vive en mis pensamientos, cabrón! —gritó Ethan, sin filtro. Todos rieron. Yo incluida. Ethan era un maldito descarado. Vi cómo Zayn y él salían por la parte trasera hacia el estacionamiento. Zayn con la misma actitud relajada… como si nada en el mundo pudiera tocarlo. —Yo también me voy a esforzar —le dije a mi papá, bajito—. Por ti. Por nosotros. Por esta nueva etapa. Él me miró de inmediato. Pero algo en su expresión cambió. Se volvió más serio. —¿Qué pasa, mi niña? Negué con la cabeza. No quería arruinarlo. —¿Tu mamá? No respondí. —¿No te felicitó? Negué otra vez, bajando la vista. —No la espero, papá. Ya no. Él suspiró y me atrajo hacia su pecho. —Lo siento, Amaya. Ella no sabe lo que se pierde. —Estoy bien —mentí—. Solo… me siento abrumada. Eso es todo. Me abrazó más fuerte. Me envolvió como cuando era niña y tenía pesadillas. Como cuando creía que el mundo se venía abajo. —Está bien sentir miedo —me dijo al oído—. Pero no estás sola. Nunca. Y por primera vez en días, sentí que podía respirar sin que me doliera el pecho, por la incertidumbre del cambio. ZAYN El motor ruge bajo mis manos mientras conduzco con Ethan al lado, sacudiendo la cabeza con una sonrisa burlona. —¿Es ella, no? —pregunta, de repente, dejando el tono de broma—. La chica de anoche. No respondo. Mantengo la vista en el camino, apretando el volante. —Vamos, cabrón. Te vi. Vi cuando subiste con ella al cuarto. Respiro hondo. —Sí… es ella —murmuro finalmente. —Mierda —Ethan suelta una carcajada—. Esto sí que es una jodida telenovela. Al menos te la follaste antes de saber que era tu hermana. No me río. Y él lo nota. —Ey… ey… espera. ¿No estarás enamorado de la niña, verdad? —Vete a la mierda —le suelto sin mirarlo. —Vale, vale, relájate. Solo digo… tu cara no es precisamente de "me divertí y ya". —Cambia de tema, Ethan. Él levanta las manos en señal de paz. —Está bien. ¿Hablamos de otras cochinadas entonces? ¿Qué tal la morena de antier? ¿La que se llamaba… Sam? —No era morena. Era pelirroja —corrijo, con tono seco. —Ajá, esa. La de las tetas grandes. ¿Sabes? —Ethan hace un gesto obsceno con las manos—. Esa sí me hizo ver estrellas. Me río apenas. —¿Y Amaya? ¿Cómo coge? —lanza de pronto. Lo miro. Directo. Y niego con la cabeza. Una sola vez. No. Él lo entiende. No insiste. —Ok, ok… tema cerrado. Lo respeto. Nos quedamos en silencio unos segundos, y luego Ethan pregunta: —¿Cómo le fue a Elías en la última audiencia? Suspiro. —Una mierda. Alejandro está obsesionado con joder a mamá. Quiere a Elías no porque lo ame… sino porque no soporta verla feliz. Y menos ahora, casada otra vez. Con un abogado encima. —Ese cabrón… —murmura Ethan—. ¿Y Elías? —Lo está llevando mal. Se esfuerza en disimularlo, pero lo conozco. Cada vez que hay audiencia, se le cae el mundo un poco más. Ethan asiente en silencio. Cuando llegamos a la tienda, estaciono. Entramos sin hablar mucho. Cada quien toma lo suyo. Ethan carga una caja grande de condones. —Se me acabó la provisión —dice, alzando las cejas. —Yo también —respondo, mientras agarro una caja de la misma marca. Pero no es solo por prevención. Algo dentro de mí me dice que puede que tenga suerte con Amaya otra vez. Y si no… Kimberly siempre responde rápido. Necesito liberar la tensión de alguna manera. En lo que Ethan revisa bebidas, algo en una vitrina me llama la atención. Una pequeña cadena con un dije en forma de nube y un rayo. Es simple. Pero me hace pensar en ella. En esa boca provocadora, esa lengua afilada, ese fuego constante. Tormenta. Sonrío, sin pensarlo. Pido que me lo pongan en una cajita negra, con listón. Tal vez se la dé. Tal vez no. Pero por alguna jodida razón, me gusta tenerla. Solo para ella. Regresamos con las bolsas, Ethan va directo a donde están los demás con sus cervezas y su desmadre. Yo me quedo un momento, observando. Todo sigue igual. Música, risas, carcajadas que retumban en el aire húmedo del atardecer. La fiesta aún tiene cuerda. Hasta que la veo. Amaya camina hacia la casa, sola, con ese aire de "no me sigas" que a mí me provoca lo contrario. Así que, sin pensarlo demasiado, la sigo. Cruzo el patio y entro a la casa. La encuentro en la cocina, de espaldas, el teléfono pegado a la oreja. —Sí, te lo agradezco, Tuck, pero no vuelvas a llamarme, cabrón —espeta, con voz fría. Cuelga de golpe y lanza el celular a la barra con un bufido. Tiene el ceño fruncido, los labios apretados. Frustración. Enojo. Está a punto de explotar. —¿Problemas con tu novio? —pregunto desde el marco de la puerta. —No me jodas —responde sin mirarme, pero con ese tono que me dice que está a punto de incendiar algo. Me acerco con las manos en los bolsillos. Saco la caja pequeña y la pongo sobre la barra. —Feliz cumpleaños, tormenta. Ella la mira. Duda un segundo, luego la abre. Y sonríe. Una sonrisa real. No de burla. No de reto. Una sonrisa sincera que le ilumina la cara. Y yo… yo me siento jodidamente satisfecho. Tiene los ojos oscuros, pestañas largas, esa nariz pequeña que arruga cuando se ríe, y esos labios… ya sé cómo saben. Pero lo que no había visto antes son esos dos hoyuelos marcados en sus mejillas cuando sonríe así. Y se ven de otro mundo. Me enloquece. —¿Te la pongo? —le pregunto. Asiente. Me acerco, saco la cadena del estuche, me coloco detrás de ella, paso mis dedos por su cuello mientras abro el broche. Ella recoge el cabello con una mano. Mis dedos apenas rozan su piel mientras la cierro. Cuando se da la vuelta, quedamos frente a frente. Poso mi dedo sobre la cadena, y lo deslizo lentamente por su pecho, hasta el dije que descansa entre sus pechos. Siento cómo su respiración se acelera. La beso. Directo. Sin pedir permiso. Ella me responde. Con rabia. Con fuego. Con esa furia contenida que venía acumulando desde hace días. Me lanza contra la barra, y me besa como si quisiera borrarme. Y no me importa. La tomo por la cintura, la levanto apenas para sentarla en la barra. Mis manos la recorren con descaro. Ella gime, ronca, jadea. Me muerde el labio. Yo le acaricio por encima de la ropa, sintiendo el calor húmedo entre sus piernas. Ella me toca también. Se frota contra mí con desesperación. Jadeamos. El ambiente se llena de gemidos bajos, de respiraciones entrecortadas, de esa electricidad que arde entre nosotros. —Te quiero follar aquí mismo, maldita tormenta —le susurro en el oído, besándole el cuello. Ella no dice nada, pero separa las piernas un poco más. Entonces, pasos. Risas cercanas. Voces. Nos separamos al instante. Yo me alejo, ella se baja de la barra con rapidez, tomando aire. Volvemos a ser solo hermanastros. Mentira. Eso ya no es posible. Y creo que nunca lo será.
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