AMAYA Mis piernas seguían temblando. El corazón me latía como si quisiera salirse del pecho, y mi respiración era un desastre. Zayn, con el torso aún descubierto, se inclinó hacia mí y susurró con urgencia: —Vístete... ya. Salté como si me hubieran echado un balde de agua fría. Me puse lo primero que encontré, mientras él, sin perder ni un segundo, tomaba una toalla, limpiaba el manchón en la alfombra y rociaba un poco de agua encima. El cuarto olía a nosotros… a calor, a piel, a locura. —Voy a decir que me cayó el agua —murmuró, nervioso, y luego buscó el único escondite posible: se metió bajo mi cama. Apenas logró ocultarse, sonaron los golpes suaves en la puerta. —¿Amaya? —La voz de mi papá. Mi estómago se encogió. Abrí con el alma en vilo. —Hola, papá —sonreí forzadamente, con

