AMAYA
Después de lo que pasó con Zayn, me sumergí en mi rutina. Lo evité lo más posible. O eso intenté. Él también parecía estar en la misma frecuencia. No hubo miradas prolongadas, ni comentarios. Solo silencio. Y distancia.
Intenté enfocarme en mi vida. En lo que sí podía controlar. Empezaban las clases.
La carrera de Biología siempre me había fascinado. El estudio de la vida, desde lo más microscópico hasta los grandes ecosistemas, me daba una sensación de propósito. Teníamos materias introductorias, pero los laboratorios eran lo que más esperaba. Los microscopios, los tubos de ensayo, las placas de Petri… todo me encantaba. Había algo terapéutico en seguir un protocolo paso a paso, perderme en los detalles, y observar cómo la vida se revelaba ante mis ojos.
Nico y yo compartíamos casi todas las materias. Nos sentábamos juntos, tomábamos apuntes, nos hacíamos compañía. Tenerlo ahí, constante y predecible, me daba calma. Reíamos, nos ayudábamos con los ejercicios. En momentos, se sentía como si nada malo existiera en el mundo.
Un día, al volver a casa antes de comer, encontré a Elías solo en el salón jugando Mario Kart. Me saludó con un movimiento de cabeza.
—¿Quieres jugar? —preguntó sin quitar los ojos de la pantalla.
—Obvio.
Tomé el otro control y me senté a su lado. Empezamos a competir, lanzándonos caparazones y riendo cuando el otro perdía el control. Era sorprendente lo fácil que era conectar con él. Después de varias partidas, me di cuenta de que ya no se mostraba tan tenso conmigo. Ya no era ese niño reservado y silencioso. Me hablaba. Se reía. Me insultaba en broma cuando le ganaba.
—Te ves como científica loca con esa bata cuando llegas —me soltó en una de esas.
—Es para asustarte, mocoso.
—No funciona.
—Te crees muy valiente, pero lloraste con "Up".
—Eso no se vale. Esa película fue trampa emocional.
La conexión era lenta, pero segura. Me gustaba pasar tiempo con él. Incluso le ayudé con una tarea de biología sobre organismos unicelulares. Se emocionó más de lo que esperaba.
Una mañana, mientras desayunaba con Victoria en la cocina, me sorprendí a mí misma disfrutando de su compañía. Había tensión, sí. Pero también una especie de tregua tácita.
—¿Cómo vas con tus clases? —preguntó ella mientras sorbía su café.
—Bien. Me gusta el laboratorio más de lo que pensé.
—Te vi llegar tarde anoche. ¿Todo bien?
—Sí, estaba estudiando con Nico.
Ella asintió. Me ofreció más café y acepté. Su trato era siempre correcto, casi amable. Pero lo que me sorprendía era que había momentos en que parecía genuinamente interesada.
—Elías dice que le ayudaste con su tarea. Gracias por eso.
—No fue nada. Me gusta compartir con él…
—Le agradas —dijo sin rodeos—. Aunque no lo diga mucho.
—Él también me agrada.
No fue una conversación extensa, pero fue real. Y por primera vez, sentí que podíamos construir algo. Tal vez no una relación madre-hija, pero algo parecido a la complicidad.
Después de clases, ese lunes, estaba en la cafetería con mis amigos. Lía, Vale y Nico. Hablábamos de lo inútil que eran los profesores para prender el proyector. Entre risas, todos sacaron el teléfono casi al mismo tiempo. Vibraciones. Notificaciones.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—¡Oh, mierda! —exclamó Lía—. Es una invitación… de peleas clandestinas.
—¿Qué? —fruncí el ceño.
—Te llega si alguien en el sistema te considera “potencial”. Lo filtran por historial de actividades, redes, conducta… ya sabes, el algoritmo.
—A mí no me llegó —dije.
Nico me miró.
—Tal vez es por tu protección parental. Tú sabes… tu mamá.
Claro. Por supuesto. El puto software de protección para evitar que me hackearan o me rastrearan. Mi madre, la actriz famosa, cuidando que no me exponga demasiado. Nadie sabía quién era mi madre en la universidad. Nadie debía saberlo.
—¿Puedes registrarme tú? —le pedí a Nico.
—¿Qué? No. ¿Estás loca?
—Sabes que practico desde niña. Me entrené en artes marciales mixtas. Me encanta. Y es solo una pelea. No es para tanto.
—Es ilegal, Amaya.
—¿Y? No me importa.
Lía y Vale intercambiaron miradas de emoción.
—Vamos, Nico. Regístrala. No seas aguafiestas —dijo Lía.
Después de unos minutos de debate intenso, Nico suspiró y cedió.
—Está bien. Pero no pongas tu nombre.
—Obvio. Deja el apodo en blanco por ahora.
Me abrazó brevemente, como diciendo "estás loca, pero te quiero".
Justo en ese momento, entraron Ethan y Zayn. Ethan soltó una carcajada.
—Awww, qué lindos los tortolitos.
Me separé de inmediato.
—Solo somos amigos —aclaré, mirándolo con fastidio.
Zayn no dijo nada. Solo me miró. Como si esa sola mirada pudiera quemarme.
Y, mierda, tal vez lo estaba haciendo.
ZAYN
Llevo días evitando a Amaya.
No es solo por lo que hicimos. Es porque después de follarla como si fuera lo único que me importara, me echó de su cuarto como si yo fuera cualquier cabrón. "Vete". Así, sin más. ¿Quién demonios se cree esa maldita mocosa? Ni que fuera la gran cosa.
Pero la verdad es que sí lo es. Y ese es el puto problema.
Además... he visto a mamá con Leonardo. La forma en que él la trata. La forma en que ella sonríe, como si por fin pudiera respirar después de años de mierda. No puedo arruinar eso. No por una calentura. No por coger con mi hermanastra. Así que mejor me desaparezco.
Mi día a día está jodidamente lleno. Estoy en ingeniería mecánica, enfocado en robótica. Desde que empezó el semestre no he tenido tiempo para nada. Apenas y duermo. El laboratorio se ha vuelto mi segundo hogar. Me han empezado a llegar propuestas para hacer prácticas en varias empresas de robótica. Algunas importantes. Me emocionaría si no estuviera tan saturado. A veces solo quiero soltar todo y golpear algo.
Por eso espero el evento con ansias. Necesito descargarme.
Ethan me ha invitado a varias fiestas de la fraternidad. Voy, me tomo una cerveza, finjo que me divierto y me largo. No tengo tiempo ni ganas para estar fingiendo interés en conversaciones huecas.
Paso la mayoría de mi tiempo con mi compañera de laboratorio. Linda, sí. Pero más hueca que una carcasa vacía. Solo sabe coquetearme. Y sí, me la follé hace unos meses... pero ahora es un maldito estorbo. No entiende ni la mitad del proyecto. Y lo peor es que piensa que todavía me interesa.
Una de esas noches, vuelvo a casa tarde. Me encuentro con Elías en la cocina, tomando agua con ese cabello desordenado y cara de adolescente que se quedó despierto viendo series.
—¿Tú qué haces despierto? —le pregunto.
—Tenía sed —responde encogiéndose de hombros—. ¿Y tú qué haces tan desaparecido?
—Escuela. Ingeniería no se estudia sola.
—Va a haber un evento pronto —le digo mientras me sirvo un vaso de agua.
—¿Evento? ¿Qué tipo de evento? —pregunta Elías con los ojos encendidos de emoción.
—Uno de peleas clandestinas. Ya sabes, como en las pelis —le lanzo una sonrisa ladeada.
—¡No jodas! ¿Puedo ir? ¡Dime que sí! —casi se atraganta de la emoción.
—Sí puedes ir, pero solo como espectador —respondo con firmeza.
—¡Ah, vamos! Yo también puedo pelear. He estado entrenando —protesta inflando el pecho.
—No es un puto videojuego, Elías. Ahí te parten la cara de verdad —le digo, dándole un golpe suave en el hombro.
Frunce los labios, resignado, pero al final asiente.
—Está bien... pero al menos déjame hacer apuestas.
—Solo si no apuestas por mí, mocoso —respondo riendo, mientras él hace una mueca cómica levantando las cejas.
La tensión se disipa y seguimos hablando un rato más. Me alegra que aún se abra conmigo. Aunque no lo diga, me importa más de lo que aparento.
—Amaya es genial, ¿sabes? —me suelta de repente, mientras se sirve más agua—. Me ayuda con la tarea, me escucha... hasta juega Mario Kart conmigo.
Lo miro, sonrío. Me gusta saber que Elías se siente bien con ella. Pero hago una nota mental. Voy a poner atención. No quiero que Amaya lo lastime. Estará muy buena, sí. Pero Elías es mi hermanito. Y si alguien se mete con él, me meto yo.
Días después, estoy en la cafetería. La veo.
Amaya.
Lleva una bata ridícula de laboratorio encima de su ropa. Parece una científica salida de una película mala, pero con esas piernas, esa boca, y ese puto cuerpo, hasta una bata le queda jodidamente bien. La imagino solo con la bata, abierta al frente, sin nada debajo... sus pezones duros asomando por el roce de la tela... y mi mente se pudre en lujuria. Se me endurece. La imagino con las piernas abiertas sobre una de esas mesas de laboratorio, mi cara entre sus muslos, sus uñas clavadas en mi espalda, gimiendo mi nombre como una maldita promesa rota. Sus labios susurrando "más... no pares... fóllame como solo tú sabes hacerlo". Joder. Necesito sacármela de la cabeza. O follármela de nuevo. Pero esta vez, lento, sucio, y sin que me corra al final como si fuera basura.
Y entonces, el imbécil de Nico la abraza.
Me pongo tenso.
Pero justo cuando Ethan suelta un comentario burlón sobre los tortolitos, Amaya lo corta:
—Solo somos amigos —dice con convicción, con una especie de cariño fraternal.
Y la cara de Nico es un poema.
Yo sonrío. Me acomodo en la silla. Tal vez esta semana no sea tan mala después de todo.
LÍA
A veces me pregunto cómo terminé con este grupo de amigos. No porque no los quiera —porque los adoro—, sino porque mis días antes de ellos eran oscuros, silenciosos, llenos de miedo. Y ahora… ahora hay risas, hay ruido, hay vida.
Amaya fue la primera en abrirme los brazos. Me ofreció su amistad sin pedir nada a cambio. Y su papá... Leonardo, él fue quien nos salvó. A mí, a mi hermanita y a mi mamá. Cuando nadie más nos creía, él sí lo hizo. Encerró a ese monstruo que se hacía llamar mi padrastro. Nos protegió, nos dio seguridad y un nuevo comienzo. Nunca podré pagarles eso, por más que lo intente.
Estudio medicina, primer semestre. La beca que me gané fue como una llave que me abrió una puerta que pensé que nunca cruzaría. Sé que no tengo lo que tienen mis amigos. Ellos salen, compran cosas, tienen coches, viajes. Yo no. Pero nunca me han hecho sentir menos. Me han hecho sentir parte. Y por eso los cuido. Como si fueran mi familia.
Especialmente a Amaya.
Ella tiene un corazón enorme y un gusto espantoso por los hombres. Siempre ha sido así. Por eso, cuando llegó ese tal Zayn, sentí algo... extraño. Desconfianza. Hay algo en él que me pone nerviosa.
Zayn no es como los demás. Tiene esa aura... peligrosa. Es guapo, sí. Mucho. Pero también frío, arrogante, calculador. Y cuando mira a Amaya… joder. No la mira. Se la devora. Como si fuera un maldito depredador esperando a que baje la guardia.
He notado cómo la sigue con la mirada cuando entra a un lugar. Cómo se tensa si alguien más se le acerca. Cómo se le oscurecen los ojos si alguien la toca. No es sano. Es posesivo. Intenso. Como si quisiera marcarla como suya.
Y Amaya… ella no se da cuenta. O tal vez sí, y simplemente se deja llevar. La he visto reírse con él. Mirarlo. Desviarse apenas con un roce. Y lo que más me preocupa es que ella también lo desea. Está en su lenguaje corporal. En cómo le responde sin pensarlo.
No soy estúpida. Algo pasó entre ellos. Lo sé. Lo supe desde que los vi evitarse de repente. Desde que Amaya llegó una mañana con la mirada baja y los labios hinchados, y él pasó junto a ella sin decir nada, pero con los puños cerrados. Eso no fue una pelea. Eso fue sexo. De ese que deja huellas.
Y desde entonces, estoy alerta.
Me he puesto en modo hermana mayor. Los observo. Veo los detalles. Los silencios incómodos, las miradas largas, las palabras a medias. Zayn es una bomba de tiempo, y Amaya... Amaya no necesita otra explosión en su vida.
A veces quiero advertirle. Decirle que no se meta con fuego. Que no juegue con alguien como él. Pero no quiero ser entrometida. Así que solo vigilo. Y cuando puedo, me meto. Cambio de tema. La llamo. La saco de ese campo magnético que Zayn parece construir cada vez que está cerca de ella.
Y entonces está Ethan.
Tan distinto a su amigo. Ligero. Bromista. Un completo mujeriego, sí. Pero tiene una sonrisa que desarma. Y un cuerpo… bueno. Imposible no notarlo. Alto, con esos ojos claros llenos de picardía, el cabello revuelto que parece que nunca se peina, y esa voz ronca que suelta frases con una seguridad que me hace tragar saliva.
Me siento tonta a su lado. Me abruma. Yo no soy como Amaya o Vale. No soy coqueta. No sé jugar ese juego. Así que cuando él me mira, me pongo nerviosa. Me enredo. Bajo la vista.
Y lo peor es que creo que le divierte.
Pero por ahora, mi prioridad es Amaya. No puedo evitarlo. La quiero demasiado. Y no voy a dejar que Zayn —por muy sexy que sea— le haga daño. No otra vez. No si puedo evitarlo.