Becca El aliento aún me quemaba en la garganta. No fue solo un beso; fue un rayo, una explosión, la confirmación de que esa extraña electricidad que flotaba entre Aaron y yo no era imaginación. Era real. Era voraz. Cuando finalmente logré arrancar el coche, mis manos temblaban sobre el volante. Me obligué a conducir, a respirar, a recordar mi nombre. Pero cada célula de mi cuerpo gritaba el suyo. El roce de sus labios se había impregnado en mi piel. Era un sabor a noche, a peligro, a algo primario que despertó en mí a la mujer que había creído dormida para siempre. Llegué a casa de Sofía y subí las escaleras con el corazón latiendo a ritmo de tambor. Bety, la niñera, ya se había marchado, dejando una nota que certificaba la paz: "Los niños durmiendo. Todo bien." Me dirigí a la duc

