–Lo que te digo lo escuchas y te callas –dice–. ¿Con qué derecho te has creído tú para hacer esto? Para dejarnos a todos con esta cara de gilipollas que se nos ha quedado. Tu madre, la pobre, que está rota de los nervios. O yo. ¿No te podía ayudar? ¿Por qué no me llamaste? –… –¿Es que yo no te podía ayudar? Eres un idiota, Martos. –Llámame por mi nombre. –Te llamo como me da la gana. El amigo del profesor de lengua y literatura sigue gritando mientras se levanta, colocándose entre Trafalgar y el televisor de la habitación. Su bronca no deja escuchar al profesor los diálogos, a buen seguro intrascendentes, de la teleserie a la que le enganchó su madre. Román se cree cargado de razones, y piensa que habla en nombre de alguien más que él mismo, pero Trafalgar le conoce bien. Le conoce, d

