IVImposible decir si Doña Restituta sería más joven o más vieja que su hermano: ambos parecían haber pasado bastante más allá de los cuarenta; pero si en la edad se asemejaban, no así en la cara ni el gesto, pues Restituta era una mujer que no se estorbaba a sí misma y que sabía estarse quieta. Había en ella, si no fineza de modales, esa holgada soltura, propia de quien ha hablado con gente por mucho tiempo. Comparando aquellas dos ramas humanas de un mismo tronco, se podía decir: «Mauro ha estado toda la vida cargando fardos, y Restituta midiendo y vendiendo; el uno es un sabandijo de almacén, y la otra la bestezuela enredadora de la tienda.» Alta y flaca, con esa tez impasible y uniforme que parece un forro; de manos largas y feas, a quien el continuo escurrirse por entre telas había da

