Amenazas

1418 Words
En cuanto los reyes se despidieron para retirarse a descansar, el joven general debía seguir como anfitrión y así lo hizo, se levantó para ir a hablar con los asistentes, lo que era realmente asombroso. Su esposa no tardó en verse rodeada primero por damas que seguramente querían sacarle información por el simple placer de tener de primera mano datos para su posterior entretenimiento. Cuando no pudieron obtener nada para su cotilleo, fue abandonada, dejándola a merced de los hombres descarados que no tardaron en ir a importunarla. Arscoth la observaba desde la distancia y en el momento que uno de sus hombres pretendía auxiliar a su nueva esposa, esté con un imperceptible movimiento de cabeza y una mirada le dejo claro que no lo hiciera. Y es que él estaba atento para ver cómo se comportaba, en busca de conocer el carácter de la joven, ya que aún no estaba seguro de nada, solo tenía la palabra de la chiquilla sobre su pérdida de memoria. Ella, por su parte, al verse cuestionada por aquel caballero sobre asuntos de los cuales no tenía ni la menor idea, su cara mostró la incomodidad generada debido al hombre que la acorralaba más y más. El osado hombre se tomó el atrevimiento de sujetarla de la mano, pensando que no sería visto, ella alterada ante ese contacto, zafo su mano y lo miro con aprensión, girando para alejarse. Satisfecho con su actuación, el general permitió que la siguieran para evitar dejarla sola, en cuanto a él ya sabía qué castigo imponerle. —Lady Arscoth —la llama un guardia, ella siguió su camino hasta que una sirvienta la intercepta. —No creo que sea conveniente marcharse, aún no culmina la celebración. —Pero... No puedo seguir allí, alguien podría decirle al general que, por su bien, será mejor mantenerme alejada de esas personas. —Le informaremos, aunque no creo que le gusten sus palabras. Pronto volvieron con el permiso para que ella regresara a su habitación, algo aliviada siguió a su séquito, a la entrada se quedaron los guardias. Nuevamente, las sirvientas la sentaron en un taburete para deshacer el peinado que con tanto esmero le habían hecho, para verlas hacerle un moño más simple que dejaba caer la mayoría de su cabello. Prosiguieron a quitarle el vestido y meterla en otras ropas que no le gustaron para nada. —Esto es todo, ¿no falta algo de tela? —las sirvientas taparon sus bocas para ahogar las risitas. —No, así se llevan las ropas para que pueda cumplir con su deber de esposa. La joven no se siente bien, ya que la tela deja ver su cuerpo, además de no cubrir lo suficiente las formas de sus pechos, así que se abraza a sí misma para intentar cubrirse. Una de las sirvientas, viendo su incomodidad, jala las ropas de cama y le hace señas para que se recueste. Las mujeres habiendo terminado su tarea se dirigen a la puerta para retirarse. —¿Cuál deber de esposa? —tira la pregunta antes de que se vayan. Se miran entre ellas y una tuerce los ojos y sabe que a esas niñas nunca les enseñan de esos temas, por lo que se regresa y de forma vulgar le revela lo que se espera de ella. Aquellas palabras evocan imágenes en la mente de la joven, quien solo se aterra con cada detalle sórdido que escucha. Por último, de todo lo que le había dicho la mujer en su mente solo resuena, la parte que dice que será doloroso y que no puede reusarse, ya que es lo que se espera de una esposa, y que es el proceso natural para darle descendencia al general. Al ser dejada a solas, las manos no le dejan de temblar, ve su entorno y se le ocurre que quizá pueda impedir que algo como eso le pase a ella. ... Deja salir el aire, en gran medida aliviado que por fin está en su habitación, ya con la camisa a medio desabotonar, lo interrumpen nuevamente. Esta vez debe quitar el seguro para averiguar qué es lo que quieren. —General, será mejor que me acompañe, su esposa... —él se toca la nuca y luce exasperado, aun así, sale una vez más para ver ahora que sucede. Ahora es diferente, solo los guardias están fuera con cara de desesperación, Rainer carraspea un poco para hacerles notar su presencia, en cuanto lo miran levanta una ceja. —No podemos entrar —alega uno de ellos. —¿Por qué lo harían? —dice rápido el general. —Escuchamos ruidos en el interior, creímos que tal vez está escapando. Arscoth toma la manija intentando abrir, pero como dicen está cerrado, él procede a tocar de forma civilizada, pero no hay respuesta. Lo siguiente es tocar con el puño y aun así nada. Rainer se hace a un lado y les indica que arremetan contra la puerta con un simple gesto, los guardias toman turnos, es poco lo que cede la puerta, alza la mano para que dejen sus intentos. Golpea con su puño a la puerta tres veces, —abre la puerta —dice en tono severo —si entro derribando la puerta, habrá consecuencias y no te gustarán. Dentro, ella se asusta más al escucharle, más amenazas son dirigidas a ella, acaso no se cansaban de intimidarla, piensa ella, ¿podrían pedir las cosas de forma amable? Pero claro, nadie accede a ciertas peticiones. Momentos más y el primer golpe que escucha a la puerta la hace abrir los ojos, el hombre estaba decidido a entrar por cualquier medio. Cuatro golpes fueron necesarios para hacer añicos la puerta, Rainer no espera a que le despejen el paso quitando los trozos a la entrada. Sus cejas y ojos denotaban furia y la mandíbula apretada no le auguraban nada bueno a la chiquilla. Ella pasa grueso y se tapa hasta la cabeza, como si aquello le fuera a proteger. Una vez limpio el estropicio de la puerta y cumplir con las órdenes que Rainer da, —¿qué pretendes encerrándote aquí? Desde hace unos momentos, él observaba como las mantas temblaban, causando que bajara la intensidad en el tono de su voz. —Sal de allí y habla de una vez —dice serio, ella solo baja un poco la manta y apenas si deja ver sus ojos, los cuales están vacilantes y reflejan temor. Rainer pasa su mano sobre su cabello con impaciencia, viendo que no pretende obedecer se acerca a la cama y toma la tela para jalarla, ella muy tarde reacciona y solo puede poner sus manos encima de su cuerpo para taparse. —No... ¡Por favor! —implora ella, con la voz entrecortada y los ojos apenados y punto de las lágrimas. Arscoth desvía la mirada, no sin antes haber visto la figura de la joven, notando lo desarrollado de su cuerpo. Aun con la manta en su mano, este se la tira y le cae en la cabeza tapándola de nuevo, ella hace lo mejor que puede para envolverse en ella para dejar ver solo su rostro. —¿A qué te refieres? Acaso..., ¿alguien te lastimo? —ella menea la cabeza —. ¿Entonces? —No me haga cumplir con mi deber de esposa —dice suplicando, él se sorprende. Da unos pasos acercándose más —¡hmm!, y según tú, ¿qué sería ese deber? —Es-es, no puedo repetir lo que me dijeron, es horrendo —el general comprende que alguien le contó la forma escabrosa en que los hombres fuerzan a las mujeres. —Descuida —lleva su mano para palmear la cabeza de la joven, pero esta lo esquiva al no querer dicho contacto —. No había pensado en hacer válido mi derecho a pasar la noche contigo, no me complace forzar mi afecto, así que tranquilízate. Gira para retirarse y recuerda que no hay puerta, regresa a su posición y levanta a la joven en sus brazos, ella se remueve y grita que la dejé en paz. El general no le hace caso, en vez de eso se la lleva a la habitación contigua a la suya, la cual está desocupada y lista para alojar a cualquiera. La avienta a la cama y le dice que se quede en el lado izquierdo, ella no puede creer que por un segundo le creyó cuando dijo que no contemplaba hacerle daño. Era un mentiroso.
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