ALGO DE MÍ

1343 Words
Capítulo 4 Conocer a Rey, paradójicamente, fue una de las mayores conquistas de su vida. Luego del restó en donde compartieron la mesa, el almuerzo y no pararon de reír y coincidir en diferentes cosas, se dieron cuenta que además estaban en el mismo hotel. Sucede Que Reynaldo era, por entonces, recepcionista recién estrenado, del bello hotel con aire mediterráneo donde solía establecerse Liza. Fue otro hallazgo. Con esa personalidad tan particular del gay, Rey no dejaba de sorprenderla. Le llenaba de jazmines la habitación, o la esperaba con un café caliente cuando ella regresaba de ver a su último cliente en esos inviernos cuyanos que cuando el frío muerde, se siente hasta en el cielo. Éste se muestra oscuro y con formas cavernosas. Era el compañero perfecto. Llenaba sus fines de semana tan solitarios contando anécdotas de amores desventurados con una gracia que rayaba en lo artístico. Era como ver un unipersonal. Con un desparpajo y manteniendo el ritmo y la irreverencia, hacía que Liza en ocasiones, se apresurara a llegar para ver el Stand up que preparaba para ella su reciente amigo. A veces jugaban a las cartas españolas y hasta un buen día el propuso leerlas desde su intuición y fue tan certero que Liza tuvo un mal presentimiento. Él la calmó. Le dijo que hasta para la enigmática predestinación no hay tiempos. Que dejara que la vida la sorprendiera y el tiempo siguiera su curso. Fue el primero que le habló de amor desde que quedó viuda. De los demás, los que casi a diario lo hacían, no se fiaba de ninguno. No le creía a nadie. Sentía que la ponían a prueba, en lo laboral y en lo cotidiano. Eran perversamente machistas. Lindos, viriles, y casados o con compromiso. Encima hablaban bonito, diferente, con la picardía del que sabe que es local y arremete. Ganador o creyendo que puede. Y casi, casi siempre estaba al borde del abismo, con ganas, pero sin olvidar que otro era el motivo por el cual andaba tan lejos de su casa. No debía olvidar el plan. Por eso fue que se aferró tanto a Reynaldo. Y cuando aquél hotel perdió a su dueño y decidieron que lo venderían, le propuso que fuera a trabajar con ella. Tan desventurado en el amor como ella, estaba solo y la siguió. No se equivocó, asegura. Es el mejor de todos en lo laboral y su mejor amigo. Un julio de aquellos, donde no cayó nieve, pero sí lloraban los ojos del frío, le tocó quedarse en el hotel. El domingo era su cumpleaños y no le convenía volver. El lunes tenía una posibilidad de ventas muy ventajosa y quedarse en Mendoza era la única opción. No le gustaba pasar su cumple lejos de los suyos. Una familia breve pero feliz y algunos, pocos, amigos estarían con ella, pero esta vez a la distancia. Decidió dormir hasta tarde y levantarse sólo para pedir algo en la rotisería de la vuelta. Rey tenía franco y ella no quiso decir que era su cumple. Ese sentimiento de orgullo estúpido. Nunca poner en compromiso al otro, cuando el otro quizás, lo pasaba solo. Bué ya estaba decidido. Panzada de películas, saboreando el calor del departamento que le conseguían para su estadía, casi dichosa, se levantó y pidió unas porciones de pizza. La conocían. Se la subirían a la habitación y allí pagaría. No llegaban nunca y de recepción le dijeron que debía bajar, que el cadete era nuevo y no lo dejaban subir. Algo atinó a decir, pero se contuvo. Cuando bajó, cerca del hogar ardiendo en leños, una mesa primorosamente preparada con mantel blanco, jazmines de estación, dos copas, las porciones de pizza y birra y champagne. Un detalle tan amoroso que supo que se trataba de Rey. Lo amó más que nunca. Fue uno de los cumpleaños más lindos, mas festivos y sorpresa. Nunca su finado marido había entendido cuán importante era para ella una fiesta sorpresa. Tampoco lo sabría. Ya estaba fuera de juego, ja. En algún otro cumple, recuerda, Ah sí, para mis 40 fue, convencida primero de que Rodolfo la llevaría a Grecia. ¡Santorini, los griegos, la historia y sus aceitunas! Pero no, tuve que organizar una fiesta sorpresa yo, solita, para mí. Cuando vi que nada pasaba. Yo tendría mi fiesta sorpresa. Hice un listado de concurrentes. Los que quería que estuvieran y se la entregué a mi esposo. Le dije, asegúrate que vengan. El resto lo armé como siempre. Estaba acostumbrada a agasajar. No a recibir. Pero por ahí pasa el amor hacia uno mismo. Y llegó el día y, mágicamente llegué última a mi propia fiesta. Estaban Todos. Por supuesto: me sorprendí. Reynaldo estuvo muy enfermo y se comunicaban por w******p, bendita tecnología. Le diagnosticaron VIH, lloraban amargamente a la distancia. Cuando pudo terminar un feroz tratamiento lo fue a buscar, lo que encontró la deshizo, un Rey demacrado, extremadamente flaco y puro diente. Al menos podés seguir riendo le dijo y se abrazaron para no volver a separarse. Era un hermano de la vida, al que sí sentía hermano. Con el que había heredado familiarmente hablando, no se llevaba bien. Nunca supo el porqué, tampoco logró descubrirlo, según contó en las sesiones. Ella no gustaba hablar de Angelito, así lo llamaba a su hermano usando el diminutivo, pero en un tono taimado que hacía que su nariz se frunciera. Parece qué de Ángel, poco ¡y tanto de demonio! Le gustaba el dinero más que la esposa y eso que esta era nuevita y 20 años menor. Quizás, y cómo Liza había logrado un buen matrimonio, le generaba envidia. Y no lo podía superar, pues aun cuando murió Rodolfo, su cuñado, pudo pensar que el bienestar de ella no sería el mismo; igual la relación no cambió. Ya no duele, confesó alguna vez, pero ese reiterar el tema no era casual. Le importaba. Quizás porque de niños no fueron muy unidos. Ella recuerda enviarlo a la escuela, para luego ponerse el guardapolvos y salir tras él. Tenían sólo un par de años de diferencia y muchas otras que los hacían llegar a los puños. Sí, juraba, nos pegábamos hasta el moretón o hasta que nos veía mi papá y entonces a correr pues se venía el cintazo. A propósito, yo soy Meli de Amelia, por mi abuela, aunque prefiero que me llamen Amélie, por la peli de culto francesa del director Jean Pierre Jeunet, aunque nadie lo hace. ¿Qué tenemos en común pensarán ustedes con Liza?, lo mismo que como con todos los personajes de Amélie: la inmensa soledad que nos habita. Pero mi marido vive y es bueno. Es tan bueno como Rey pero menos, también mucho menos gracioso y obvio, casi mi hermano. Hace 28 años que dimos el sí, no me arrepiento, es un enorme compañero. No puedo ni quiero hablar mal de Lucio, mi esposo, así se llama, en honor a su pueblo natal, LUCIO V. LOPEZ. No se atrevan a una mueca, no vale ni siquiera esbozar una sonrisa; peor era cuando consultaban el almanaque para poder bautizarnos. Y él, en definitiva, fue quien tuvo la genial idea de presentarle a Pedro, el bello. A Liza, claro. En la cama el abrazo permanente, y no hablo de sexo, no. El abrazo que abriga, que estimula, que contiene. Éramos muy jóvenes cuando nos casamos, aunque pudimos edificar buenos cimientos en esta relación. Nos apoyamos siempre, a él le gustan los deportes y a mí escribir. Inicialmente no entendía esta pasión, el perderme por horas detrás de una notebook, pero fue aceptando, hasta que en mi último cumpleaños publicó en su face una salutación: Escribir es una forma de terapia A veces me pregunto cómo se las arreglan Los que no escriben, o los que no pintan, O componen música, para escapar de la locura, de la melancolía, del terror pánico Inherente a la condición humana.- GRAHAM GREENE De esto hablo cuando hablo de amar, de conocer al otro al punto de un homenaje as
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