Capítulo 10: El regreso de Jazmín

1866 Words
Capítulo 10: El regreso de Jazmín Narración en tercera persona El centro comercial estaba en su punto más alto de actividad. Era sábado por la tarde y las luces brillaban con fuerza artificial sobre los pasillos repletos de familias, adolescentes con bolsas de ropa, parejas que caminaban de la mano y niños que corrían entre tiendas con helados a medio derretir. El aire olía a una mezcla de perfumes, comida rápida y aire acondicionado reciclado. Las risas se mezclaban con la música ambiental y los anuncios de promociones que saltaban desde los altavoces. Aldana caminaba con paso tranquilo, empujando el cochecito vacío de Amar, que insistía en ir a pie. A su lado, Carla sostenía una bolsa con ropa de bebé y Alarick, algo más atrás, revisaba su teléfono con la mirada alerta. Era una salida improvisada, un intento de respirar, de fingir que la vida podía ser normal por un rato. Marco no había podido acompañarla, pero antes de que saliera, le pidió que no fuera sola. Ella, cansada de discutir, aceptó que Carla y Alarick la acompañaran. Lo que no sabía era que Marco también había activado al guardia privado que la seguía desde hacía días. El hombre, vestido como un cliente más, caminaba a unos metros de distancia, atento a cada movimiento, cada rostro, cada sombra. Amar iba unos pasos adelante, con la curiosidad chispeante de una niña de su edad. Se detenía frente a cada vitrina, señalaba vitrales de colores, zapatos brillantes, muñecas con vestidos de princesa. Reía con Carla, que le seguía el ritmo con paciencia, y de vez en cuando se giraba para buscar la mirada de su madre. Aldana le devolvía una sonrisa suave, sintiendo por momentos que el mundo podía ser normal. Que tal vez, solo tal vez, todo podía estar bien. Pero la calma es traicionera. Y la normalidad, frágil. Todo ocurrió en segundos. Un instante de distracción. Una risa que se alargó demasiado. Amar soltó la mano de Carla para correr hacia una tienda de peluches que tenía un oso gigante en la entrada. Aldana la vio alejarse, sin alarmarse al principio. Era una tienda segura, a pocos metros. Pero alguien más la vio también. Una mujer con gafas oscuras, gorra y una chaqueta beige que parecía demasiado gruesa para el clima. Caminaba con paso firme, sin llamar la atención. Nadie la reconoció al principio. Nadie sospechó. Su rostro estaba parcialmente cubierto, su postura relajada. Parecía una clienta más. Hasta que Amar desapareció. —¿Dónde está? —preguntó Aldana, con la voz quebrada, al ver que su hija no estaba frente a la tienda. Carla giró sobre sí misma, buscando con la mirada. Su rostro se desfiguró en segundos. —¡Amar! —gritó. Alarick reaccionó de inmediato. Corrió hacia la tienda, empujando a un par de personas en el camino. Aldana lo siguió, con el corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra. El guardia privado ya estaba en movimiento, hablando por un auricular, pidiendo refuerzos, pero era tarde. La tienda estaba vacía. Solo una empleada detrás del mostrador, que negó con la cabeza cuando le preguntaron si había visto a una niña pequeña entrar. —No… no vi a nadie. Solo una mujer que pasó rápido, llevaba algo en brazos… pensé que era su hija —balbuceó. Aldana sintió que el suelo se abría bajo sus pies. —No… no… no —repetía, sin poder respirar. Carla la sostuvo por los hombros. Alarick hablaba con el guardia, que ya había pedido acceso a las cámaras de seguridad del centro comercial. La policía fue alertada. Las puertas se cerraron. Las luces se volvieron más frías. El bullicio se transformó en murmullos nerviosos. En la sala de seguridad, las imágenes eran claras. Una mujer con gorra y gafas oscuras salía por la puerta trasera con una niña en brazos. Amar no lloraba. Parecía dormida o sedada. La mujer no miraba atrás. Caminaba con seguridad. Como si supiera exactamente lo que hacía. Aldana cayó de rodillas frente a la pantalla. —Es ella —susurró—. Es Jazmín. Carla se tapó la boca con ambas manos. Alarick apretó los puños. El guardia maldijo en voz baja. Aldana temblaba. No podía controlar el estremecimiento que le recorría el cuerpo como una corriente eléctrica. Sus manos estaban frías, sus piernas débiles. Marco llegó minutos después, con el rostro desencajado, como si hubiera corrido desde el otro lado de la ciudad. Su camisa estaba arrugada, sus ojos rojos, y cuando vio a Aldana, no preguntó nada. Solo la abrazó. Ander apareció poco después. Su entrada fue silenciosa, pero su mirada lo gritaba todo. Tenía los ojos inyectados de furia, la mandíbula apretada, los puños cerrados. No saludó. No preguntó. Solo se acercó a la pantalla donde se repetía la imagen de Jazmín saliendo con Amar en brazos. —¿Cómo pudo pasar esto? —gritó Marco, rompiendo el silencio. —¡Yo estaba con ella! ¡Fue un segundo! —respondió Carla, llorando, con la voz quebrada por la culpa. —No es tu culpa —dijo Alarick, abrazándola con fuerza—. Nadie podía prever esto. Aldana no hablaba. No podía. Solo miraba la pantalla. La imagen congelada de Jazmín con Amar en brazos era como una puñalada directa al pecho. Su hija. Su bebé. Su vida. El mundo se había vuelto irreal. Las voces eran ecos distantes. El aire, una masa espesa que no podía respirar. El teléfono de Ander sonó. Un número desconocido. Él lo miró por un segundo, luego contestó sin pensarlo. —Hola, amor —dijo la voz que lo paralizó. El silencio se hizo absoluto. Todos lo miraban. Ander tragó saliva. —Jazmín… —La tengo. Está bien. Por ahora. —Si le haces algo… —No seas dramático. Solo quiero lo que me pertenece. —¿Qué quieres? —A ti. Silencio. —La cambio por ti. Tú vienes conmigo, y la niña regresa con su madre. Es justo, ¿no? Ander cerró los ojos. Aldana lo miraba. Marco también. Nadie dijo nada. El tiempo se detuvo. —Acepto —dijo Ander, con la voz firme, aunque por dentro se rompía. —Perfecto. Te enviaré la ubicación. Ven solo. Si alguien más aparece, la pierdes. La llamada terminó. Ander bajó el teléfono lentamente, como si pesara toneladas. Nadie se movió. Nadie respiró. —¿Estás loco? —exclamó Marco, rompiendo el silencio—. ¡No puedes ir solo! —No hay opción —respondió Ander—. Si alguien más aparece, ella se va. No voy a arriesgarla. —¡Pero es una trampa! ¡Es Jazmín! ¡No puedes confiar en ella! —No confío. Pero tampoco tengo elección. Aldana se acercó. Lo miró a los ojos. Había dolor, miedo, desesperación. Pero también había algo más. Algo que no había visto en él desde que volvió: determinación. —¿Estás seguro? —preguntó. —No. Pero voy a hacerlo igual. Alarick se adelantó. —No vas a ir solo. Yo te sigo. A distancia. No me verá. Pero si algo sale mal, estaré cerca. —No —dijo Ander—. No quiero que arriesgues a Carla. Ni a ti. —No me importa. Amar es mi sobrina. Y tú eres mi hermano. No voy a quedarme sentado. Marco se pasó las manos por el rostro. Estaba al borde del colapso. —Esto es una locura. ¡Una locura! —Lo sé —dijo Ander—. Pero es la única forma. Aldana lo tomó del brazo. —Tráela de vuelta. Por favor. Ander asintió. Luego se giró hacia el guardia privado, que había estado en silencio todo el tiempo. —¿Puedes rastrear la llamada? —Ya lo estoy haciendo —respondió el hombre—. Pero si ella se mueve, será difícil. —Haz lo que puedas. Ander salió del centro comercial sin mirar atrás. El sol comenzaba a caer, tiñendo el cielo de naranja y púrpura. El aire era pesado. El mundo, más oscuro. La casa estaba en las afueras. Abandonada, rodeada de árboles secos y un portón oxidado. Ander llegó solo, como pidió Jazmín. El camino era de tierra, con piedras sueltas y ramas que crujían bajo sus pasos. El silencio era absoluto. Ni siquiera los pájaros cantaban. Jazmín lo recibió en la entrada. Sonreía. Como si nada hubiera pasado. Como si no tuviera a una niña secuestrada dentro. —Sabía que vendrías —dijo, con voz dulce. —¿Dónde está Amar? —Dentro. Está bien. Le di jugo y galletas. Me cae bien. Aunque no debería existir. Ander se detuvo. Su cuerpo se tensó. —¿Qué dijiste? —Que no debería existir. Tú y yo íbamos a tener una vida juntos. Pero ella lo arruinó todo. —Devuélvela. —Primero, hablemos. Entraron. La casa olía a humedad y polvo. Las paredes estaban agrietadas, el suelo cubierto de hojas secas. En una habitación al fondo, Amar estaba sentada en una alfombra, jugando con un oso de peluche. Al verla, Ander sintió que el mundo se detenía. —Papá —dijo ella, sin entender el contexto. Ander se arrodilló frente a ella. La abrazó con fuerza. Jazmín los observaba desde la puerta, con los brazos cruzados. —¿Sabes? Yo sabía del embarazo. Desde el principio. Tu madre me lo dijo. Pero manipulé todo. Las pruebas, los mensajes. Hice que creyeras que Aldana estaba muerta. Que no había bebé. Que no había nada. Ander se quedó sin aire. La abrazó más fuerte. —¿Por qué? —Porque te amo. Porque no podía perderte. Porque ella no merecía tenerte. —¡Ella es la madre de mi hija! —¡Y yo soy la mujer que estuvo contigo cuando todos te dieron la espalda! —¡Tú me manipulaste! ¡Me encerraste! ¡Me mentiste! —¡Porque te amo! —gritó Jazmín, con los ojos desbordados—. Y ella… ella solo te destruyó. —¡No! Ella me salvó. Tú me destruiste. Jazmín se acercó. Su rostro estaba desencajado. Su sonrisa, rota. —Te vas a ir con ella, ¿verdad? —Sí. —Entonces hazlo. Pero recuerda esto: nunca dejé de vigilarte. Nunca dejé de amarte. Y nunca voy a dejar de estar cerca. Ander tomó a Amar en brazos. Salió sin mirar atrás. Afuera, Alarick lo esperaba, oculto entre los árboles. En cuanto lo vio, activó el comunicador. —Lo tengo. Está bien. Vamos. En el centro comercial, Aldana esperaba con Marco, Carla y el guardia. Cuando vio a Ander llegar con Amar en brazos, corrió hacia ellos. La niña extendió los brazos. Aldana la abrazó como si fuera la última vez. —Mi amor… mi amor… —repetía, entre lágrimas. Marco la sostuvo. Carla lloraba. Alarick vigilaba. Ander no dijo nada. Solo miraba a Jazmín, que se alejaba por el bosque, como una sombra que nunca se va. Esa noche, nadie durmió. Amar estaba a salvo, pero el miedo seguía allí. Jazmín había vuelto. Y todos sabían que no era la última vez. El regreso de Jazmín no fue solo un secuestro. Fue una declaración. Una advertencia. Una herida abierta. Y todos sabían que la guerra apenas comenzaba.
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