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El mejor contrato de mi vida

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Jordan necesita encontrar una esposa con desesperación, ya que su abuelo le ha puesto un ultimátum y podría perderlo todo de no acatar sus órdenes, incluso al ser más valioso para él, cuando conoce a Margaret, le ofrece un contrato de matrimonio el cual al principio ella rechaza, pero al verse expuesta a las perversas intenciones de su malvado padre termina por aceptar, sin imaginar que lo que empezó como un acuerdo de conveniencia, podría desencadenar en el amor más grande

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El mejor contrato de mi vida. Capítulo 1.
Mi padre me llamaba a gritos, su voz resonaba con furia y eso me llenaba de pánico. Desde que perdimos a Mamá, él se había vuelto explosivo, cualquier cosa lo irritaba y el menor detalle desencadenaba su furia. A pesar de que me estaba acostumbrando a esta situación, mi abuela no lo estaba. Ver a su hijo consumido por el odio la llenaba de dolor. Aunque tenía defectos, seguía siendo su hijo y ver cómo se desquitaba con nosotras por sus emociones era difícil de soportar. —Margaret, ¿hasta cuándo estarás ociosa en casa? Es hora de que busques trabajo. Mis ahorros se están agotando y apenas me queda nada de la liquidación. Con tantas responsabilidades, si no colaboras, no tendré más opción que llevar a tu abuela a un hogar para ancianos." —No puedes hacer eso, papá. Sabes que si la sacas de su hogar, será su sentencia de muerte —dije con lágrimas en los ojos. —No te preocupes, mañana empezaré a buscar empleo para ayudar con los gastos. Decidí comenzar de nuevo. Desde que Mamá falleció, me sentía desolada, pero cuidar de mi abuela me daba fuerzas. No podía permitir que mi padre la apartara de nosotros. Mi abuela estaba enferma y confinada a una silla de ruedas, pero aun así, mantenía su entusiasmo por vivir. Si mi padre la alejaba de nosotros, sería su sentencia. Al llegar a mi habitación, encontré consuelo. Abracé el peluche de Mamá, impregnado con su aroma, y me dejé llevar por las lágrimas. Extrañaba todo de ella: sus consejos, sus risas, incluso su chocolate caliente en días lluviosos. Nuestra casa ahora era sombría y solitaria sin ella. A mi padre nunca le importaron mis emociones; solo tenía ojos para mamá y la abuela. Siempre fue irresponsable, acostumbrado a que las mujeres de la casa resolvieran todo por él. Pasaba sus días entre cantinas, mujeres y juegos, derrochando los recursos que quedaban de Mamá y su liquidación laboral. Ahora esperaba que yo solucionara todo para que él pudiera seguir con su vida despreocupada. Me dolía ver que él no podía ser el apoyo que cualquier hija necesita: siempre ausente, frío, un hombre sin escrúpulos. Solo mostraba un lado diferente con Mamá, pero ahora que ya no estaba, parecía que nadie importaba, ni siquiera su propia madre, y mucho menos yo. Me veía como un estorbo, al igual que a la abuela, y no dudaría en deshacerse de nosotras en cuanto tuviera la oportunidad. Así que no me quedaba otra opción que armarme de valor y enfrentar lo que el destino tenía preparado para mí. Cuando sonó la alarma, decidí levantarme. Preparé el desayuno y me serví un café bien cargado, sin azúcar, para espabilarme. —¿Qué haces levantada tan temprano, mi niña? —preguntó la abuela con su dulzura característica. —Hoy voy a buscar trabajo, abuela. Quiero ayudar a papá con los gastos. —Tú deberías seguir estudiando, mi amor. Es tu padre quien debería cuidar de nosotras, no tú. —Ya conoces a papá, abuelita. Cuando Mamá estaba, ella lo arreglaba todo y justificaba sus despilfarros, pero ahora ya no está. Supongo que me toca a mí asumir esa responsabilidad. Pero no te preocupes, estaré bien. Mi abuelita tomó mi mano y dijo: "Eres tan valiente, mi niña". Después de asegurarme de que todo estuviera en orden en casa, subí a mi habitación. Quería impregnarme de la fuerza necesaria para enfrentar la vida sin mi madre, llevando sobre mis hombros la responsabilidad familiar. Elegí el vestido más hermoso que tenía, algo formal pero elegante. Si quería impresionar, tenía que lucir diferente, radiante y segura de mí misma. Al mirarme al espejo, me di cuenta de que era una mujer completamente diferente. Estaba dejando atrás la niñez para aprender a defenderme por mí misma, lo cual no sería fácil y seguramente enfrentaría muchos obstáculos en el camino. Pero no estaba dispuesta a rendirme. Las mujeres de mi familia siempre han sido guerreras, y de ninguna manera yo podía ser la excepción. Salí de casa con los tacones que me resultaban incómodos, pues no estaba acostumbrada a usarlos ni a caminar tanto. Siempre había ayudado a mamá con las cuentas y todo lo relacionado con la difusión y las r************* , ya que se me daba bien la creatividad y las matemáticas. El día era espléndido, se sentía en el aire el cambio que estaba por venir, así que pasé por un puesto de periódicos y compré uno. Me detuve al ver un anuncio que captó mi atención: Industrias Benedetti estaba buscando a alguien para manejar sus r************* y crear contenido. Ese puesto parecía perfecto y encajaba con mi experiencia trabajando con mamá. Aunque nuestra empresa era pequeña y no se comparaba en alcance con Industrias Benedetti, estaba dispuesta a intentarlo. No perdía nada. Seguramente habría personas muy calificadas y con mucha experiencia, y probablemente me dirían que no. Pero me gustaban los desafíos, así que decidí ir. El lugar estaba cerca, así que tomé mi bolso y me puse en marcha. A lo lejos, vi un edificio imponente, moderno y elegante, digno del glamour que siempre se veía en las fotos de los periódicos o en internet. En el camino, aproveché para investigar un poco sobre Industrias Benedetti. Descubrí que era un corporativo que gestionaba las tiendas más prestigiosas de ropa y accesorios. También encontré información sobre Jordán, el único hijo y heredero futuro de ese imperio. Era un chico guapo, con unos ojos azules cautivadores y una sonrisa de película. Alto y atlético, parecía un dios griego esculpido. Aunque lo que se decía de él no era muy alentador, que le gustaba andar con muchas mujeres, superestrellas y modelos exclusivas, eso no me importaba. Yo solo iba por el trabajo. El guardia de la entrada me permitió el acceso y me encontré con una escena impresionante: un vestíbulo lujoso, una recepcionista elegante y un personal impecablemente vestido. Me recibió una mujer rubia, esbelta, con una falda que resaltaba sus curvas, una blusa elegante y un blazer que le quedaba perfecto, además de unos tacones altos y un peinado impecable. Todo irradiaba perfección, lo que me hizo sentir fuera de lugar. Sin embargo, decidí seguir adelante. La recepcionista recibió mi solicitud y me pidió que esperara, lo cual me pareció extraño, ya que generalmente te dicen que te llamarán después. Pasé más de una hora allí y luego la asistente se acercó para decirme que podía pasar, que el jefe me recibiría en persona. Esto me dejó sin aliento y me puso nerviosa. Supuse que se trataba del abuelo de Jordán, Harold Benedetti, del que también había investigado. —Tuviste suerte, señorita McGregor. Verás al jefe en persona. No es muy común que eso ocurra, así que aprovecha la oportunidad —dijo la asistente con una sonrisa deslumbrante. Me condujo a una impresionante oficina decorada con exquisito gusto, llena de obras de arte y muebles elegantes con un toque de modernidad. Luego de desearme suerte, se marchó. Cuando estuve a solas, mis ojos se posaron en la impresionante vista de la ciudad a través de la ventana. De repente, escuché una voz sensual que me sacó de mi ensimismamiento. —Buenos días, señorita McGregor. No podía creer lo que veía: era Jordan Benedetti, el hombre del que había visto fotografías y que despertaba sensaciones en mí. Me saludó con una seguridad asombrosa. —Buenos días —respondí, sorprendida. —Seré claro. Cuando Sophia me dijo que había llegado una chica con tus características a solicitar empleo, quise ver si eras la indicada. —No entiendo. Solo vine aquí por el anuncio que vi en el diario —respondí, confundida. —Escúchame bien. Al final, decidirás si aceptas lo que tengo para ofrecerte. —dijo, mirándome fijamente. Se sentó frente a mí y me explicó su propuesta: casarse con él por un acuerdo de conveniencia. Me sorprendió y me indigné. —No pienso prestarme a eso. No soy una mujer sin escrúpulos. Mis valores no se compran con dinero —respondí, firme. Jordan parecía sorprendido por mi rechazo, pero mantuvo la compostura. Me dejó su tarjeta y se marchó, pero no pude evitar sentirme afectada por su presencia y el beso que me dio antes de irse. Caminé, tratando de despejarme, pero no podía sacar de mi mente sus palabras y el beso que aún sentía en mis labios. No sabía por cuánto tiempo caminé, pero estaba decidida: no me prestaría a su juego, por más atractivo que fuera.

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