- ¿Ahora qué? -. Se preguntó a si mismo Sergio en el momento en que la hermana lo agarraba con violencia del brazo.
Su hermano y otros cuatro chicos que no tenían la menor idea de lo que era realmente vivir en el exterior. Cruz no comprendía por qué teniendo todo lo necesario, según él, dentro del orfanato, ellos tendrían la necesidad de buscar sufrimientos y pesares en un lugar tan sombrío como la calle. Sergio había aprendido a aceptar los hechos como lo eran realmente, su madre nunca volvería y su padre descansaría eternamente bajo tierra, solo que Héctor parecía no entenderlo nunca.
Lo poco que recordaba de la vida de la que tanto Héctor solía hablarle no eran más que parches en un barrio desconocido y con gente que apenas recordaba por sí mismo sin las alteraciones de su hermano. Según supo, su madre y su padre habían logrado obtener un cuantioso préstamo y con ello obtener una hipoteca para una casa, lugar donde vivían plácidamente y, a pesar de las restricciones, disfrutaban de una estabilidad envidiable. A pesar de que Cruz no recordaba haber estado en aquella casa, las historias de Héctor eran tan detalladas y apasionadas que conocía cada rincón, cada muro y cada ladrillo de una vivienda de fantasía con la que continuamente soñaba.
-Ya verás cuando recuperemos nuestra casa lo hermosa que era y lo felices que viviremos-. Le repetía su hermano continuamente luego de contarle aquella leyenda.
A pesar de su corta edad, Sergio siempre pareció entender la situación en la que se encontraban y trataba de comportarse como un buen niño. Desde que tenía memora trataba de servir a sus padres a los que cada vez veía menos y de agradar a su hermano con quien era el único que podía compartir a lo largo del día. No había mucho espacio y escuchaba continuas discusiones y comentarios de preocupación de sus padres que trataban de ocultar a los niños.
-No podemos seguir con esto, trabajamos todo el día y parece que la deuda crece más y más-. Le escuchó decir una vez a su padre.
- ¿Pero ¿qué se supone que hagamos? Apenas podemos comer con lo que trabajamos y las cuentas no esperan-. Contestaba su madre son tristeza.
-Tus padres podrían ayudarnos, al menos mientras podemos establecernos de nuevo-. Contestó su padre con preocupación. -Nunca les hemos pedido nada, sería justo una pequeña ayuda de su parte ahora.
-Ya lo he intentado y dicen que no están dispuestos. Tenemos que hacer esto solos.
Luego de un largo lloriqueo de su madre y unas palabras de preocupación de su padre las conversaciones siempre tenían el mismo fin: La cosa está muy jodida para nosotros. La frase se había grabado tanto en la memoria de Sergio, que aprendió a temer al mundo más allá de las puertas y las ventanas y prefería mantenerse en casa ayudando como tuviera lugar. Pronto dejó de jugar con sus juguetes y más bien se enfocó en sus estudios esperando que algún día las cosas mejoraran. De no haber sido por las historias de su hermano y por la ayuda que este siempre le prestaba, probablemente hace mucho se habría descuidado y entrado en tristeza, pero él era tan inteligente y servicial que se puso como meta ser como él.
Héctor, su hermano, siempre había sido un muchacho guapo y con una amplia sonrisa. Recordaba como él siempre se había encargado de solucionar sus problemas y lo rescataba de otros niños que pretendían molestarlo o quitarles sus cosas a las afueras del colegio. Siempre trataba de solucionar las cosas por medio del dialogo y el humor, tan solo rara vez lo vio recurrir a la violencia o la amenaza. En su sonrisa siempre había una sonrisa, incluso para las situaciones más fuertes, trataba de llevarlo todo con un humor que le calentaba el alma. Incluso la noche en que volvió a aparecerse por la puerta de la habitación luego de que nadie llegase por casi tres días.
Aquella noche quedaría muy grabada en la mente de Sergio y cuando las rabietas subían a su mente trataba de traerlas a la mente para no seguir molesto con Héctor. Recordaba que aquella tarde su hermano entro en la habitación con naturalidad y con una sonrisa agradable, en sus manos traía una caja de chocolates y se sentó junto a él en el suelo.
-Ten, esto es para ti-. Le decía Héctor al tiempo que abría la caja llena de finos dulces.
- ¿por qué mamá y tu no llegaban desde hace dos días? Estaba muy asustado-. Había comenzado a comer Sergio mientras miraba las manos llenas de cortes de su hermano.
-Solo termina de comerte los dulces antes de que se dañen. No te preocupes, todo estará bien-. Contestaba Héctor tratando de evitar que su hermano le viera el rostro.
El tiempo pareció detenerse para Sergio mientras disfrutaba de los chocolates con formas de animales y rellenos de mermelada. Eran realmente deliciosos y no recordaba muy bien la última vez que los había comido. Por un tiempo hacía berrinches para que papá y mamá se los obsequiaran, pero luego del paso del tiempo terminó por rendirse y evitar sacar el tema de nuevo.
Héctor esperó que su hermano terminara la caja de chocolates y se levantó lentamente a cocinar. En la alacena tan solo había un poco de arroz y un poco de pasta, además de un trozo de carne que pasó a fritar. Sergio estaba a solas en la habitación tratando de entender el extraño comportamiento de su hermano y lo atributó simplemente a un “arranque” de buena voluntad de su parte. Igual siempre se le daba mejor ser generoso que conversador.
Héctor no probó bocado y le dio el plato de comida a Sergio mientras lo miraba con una sonrisa.
- ¿No vas a comer nada? -. Le preguntó Sergio a su hermano esperando no tener que compartir la carne.
-Ya comí antes de venir, además debes estar hambriento, come tú no te preocupes-. Contestó Héctor sin quitar su sonrisa del rostro.
Una vez que terminó de comer, el cansancio le ganó y se fue a dormir junto su hermano quien no decía una sola palabra. Soñó con su madre y en la posible pelea que tendrían debido al gasto desmedido de Héctor comprando unos chocolates de forma irresponsable, pero le contaría lo feliz que estaba y tal vez eso bastaría para calmar los ánimos. Se verían de nuevo y todo estaría bien, lo único que tenía que decir era que no quería volverse a quedar solo, pero no importaba.
Cuando despertó observó a su hermano sentado sobre la cama frente a él y mirándolo fijamente. Ya era de día y él iba vestido con una ropa distinta a la que solía llevar, había dejado los colores vivos y la ropa suelta por una oscura. Los ojos de Héctor estaban inflamados y la sonrisa de la noche anterior fue reemplazada por un rostro lleno de seriedad.
-Sergio, qué bueno que despiertas. Necesito hablar contigo, y necesito que seas muy maduro con lo que te voy a decir-. La mirada de Héctor era tan profunda que dejo sin palabras a Sergio. -La razón por la que mamá no estuvo con nosotros anoche ni los últimos días fue porque murió. Estuve acompañándola, pero no se pudo hacer nada.
-De nuevo intentas hacerme una broma ¿Verdad? -. El pulso de Sergio subió y sentía como las venas latían con violencia.
-Te estoy pidiendo que actúes con madurez, por favor tan solo escúchame que esto es serio-. Héctor bajo la mirada, pero no perdió la compostura. – Necesito que te prepares para despedirnos de ella, ponte lo mejor que tengas.
- ¿Pero por qué debemos despedirnos? No entiendo, qué fue lo que paso, dímelo por favor-. Sergio intento llorar, pero la confusión y las dudas lo detuvieron.
-Eso no importa, no tienes que saberlo-. Héctor se acercó a su hermano y lo abrazó con fuerza. -Quiero que sepas que siempre haré lo posible por cuidarte y estar contigo, llora hoy lo que tengas que llorar. Necesitaré que seas fuerte de ahora en adelante.
Ahora, Héctor había roto su promesa, se había aficionado tanto a aquella promesa que le había nublado el juicio ¿Qué significaba exactamente protegerlo? Para Sergio, su hermano lo había interpretado de forma errónea y cada una de las decisiones que había tomado en nombre de los dos los habían arrinconado a un problema más duro que el anterior. Detrás de ese caparazón de inteligencia y sagacidad, Cruz solo veía a un chico estúpido que se esforzaba por ser grande.
- ¿Dónde están los demás, Cruz? -. La hermana le agarró el brazo con violencia para que confesara. - ¿Dónde está su hermano? Los vi salir hace rato.
-No lo sé-. Confesó Sergio. -Planeaban fugarse, pero decidí que no me iría con ellos.
-Cruz, esto es muy serio. Tiene que decirme a dónde se pretendían ir para poderlos ir a buscar. La vida su hermano y los otros está en peligro afuera-. Insistió la monja.
Sergio en realidad no tenía la menor idea de a dónde se habían ido, aunque lo supiera no se sapearía a sus compañeros de una forma tan baja. Tal vez su propia vida estaría mejor dentro del orfanato, pero su hermano sabría sobrevivir más allá como había sobrevivido junto a su madre.
Al darse cuenta de que no podía arrancarle información al niño, la moja lo haló rumbo a la oficina de la madre superiora.