En el Verde Campo

1018 Words
Capítulo 2 En el Verde Campo Antonio yacía sentado en una silla al lado de la camilla donde su amada esposa de 80 años descansaba esa mañana de domingo, su expresión firme y un poco despreocupada daba confianza a Leonor que de cada tanto lograba mirarle y sentirse así acompañada por ese hombre que creció y vivió junto a ella bajo su promesa de amor eterno, más de 60 años de matrimonio más otro par de años viviendo una verdadera historia de amor, tantos problemas resueltos con la ayuda del otro, tanto trabajo por darle un futuro a sus hijas y permanecer siempre juntos en el camino de la vida, hasta llegar a esa hermosa vejez sin siquiera darle posibilidad a la soledad de llegar a sus vidas, pues juntos estarían por siempre. Blanca se encontraba distraída en ese momento, pero justo su teléfono celular sonó con un escandaloso timbre que interrumpía por completo la tranquilidad de la habitación, se levantó de inmediato y salió de la habitación para contestar la llamada de su hermana, en ese mismo momento Antonio se levantó un segundo para acomodar su saco elegante y acomodar de nuevo la boina negra en su cabeza, cubriendo así su cabello que apenas pintaba unas pocas canas. —¿Te vas a ir…?—pregunto Leonor con curiosidad —No, solo ya me duele el cuerpo de estar sentado…—Explico Antonio Tras la respuesta de Antonio, Leonor se le quedó observando, su elegante traje café claro hacía que tuviera un sutil brillo bajo los rayos del sol que lograban entrar a la habitación por la ventana. Blanca volvió a la habitación algo afanada, tomo su bolso y luego se acercó a la cama, tomando la mano de su madre. —Yo ya vengo, va a entrar Ana para saludar un momento…—explico Blanca muy atenta. La abuelita con los ojos entre cerrados logro asentir con su cabeza, al ver el gesto de aprobación de su madre, Blanca salió de la habitación con pasos apresurados, pues como bien ella le dijo a Leonor, había llegado otra de sus hijas a la clínica y quería subir a la habitación para saludar. Leonor de nuevo dirigió su mirada a Antonio, que se hallaba al lado de la ventana observando el panorama de la ciudad, los árboles que de manera silenciosa se movían con el suave viento. En su mente los árboles traían sutiles recuerdos de sus padres, pues el verde vivo de los árboles le recordaban al verde de los campos donde él creció. [Año 1950] La fría y densa niebla chocaba con los árboles de la montaña, un suave llovizna llevaba consigo él roció de la madrugada, el sonido de un golpe seco retumbaba en el espeso y frio bosque, interrumpiendo el silencio natural y el sonido de un pequeño arroyo que de la montaña bajaba, el sonido y el golpe se repetían constantemente, el sonido del hacha golpeando el fuerte tronco de un árbol era es desencadenante de la perturbación de la paz del bosque, un hombre robusto sostenía sobre sus hombros una enorme hacha mientras con mirada paciente analizaba como lograría derribar un pino mediano que a las orillas del bosque había sido sembrado por el mismo años antes. El frío inclemente de esa mañana y la densa niebla habían encerrado por completo la pradera y la casa donde Ernesto junto con su esposa Juana, y sus hijos Antonio y Helena Vivian humildemente. El hombre acomodó su ruana de lana a un lado y de nuevo elevo sobre sus hombros la enorme hacha y tras un golpe preciso logro derribar el pino que en medio de crujidos de la madera cayo a un lado de Antonio, un niño escuálido de 12 años, totalmente sorprendido por la caída del pino, el niño salto a un lado cuando lo vio caer. —Le dije que se quitara, por poco se jode ahí…—reclamo Ernesto algo enojado. El niño no prestó atención al regaño de su padre, en su lugar desenfundo de su cinturón un machete corto y se dispuso a cortar las ramas del pino halándolas con su mano izquierda y cortándolas con todas sus fuerzas con su brazo derecho, Ernesto a su vez tomaba un pequeño respiro, pues el esfuerzo físico de derribar árboles era en especial exigente en especial en ese inclemente clima, Antonio corto las ramas del pino y las acomodo a un lado, terminado su trabajo, ayudo a su padre a levantar el pesado tronco, el niño tomo el hacha y un pequeño costal y acompaño a su padre de regreso a casa. Bajaron por la inclinada pradera, la sutil llovizna molestaba en sus rostros, pero Ernesto seguía caminando a paso constante seguido por su hijo que con dificultad seguía sus pasos cargando la pesada hacha, pero era su ruana de lana la que le quedaba grande y entorpecía sus pasos. Al llegar a la humilde casa, solo una pequeña vela luchaba contra la niebla que a esa hora de la mañana aún ocultaba al sol, su hermana menor Helena estaba junto con su madre Juana al lado del fogón de leña, la pequeña de solo 8 años ayudaba a cocinar a su madre y también trataba de que el fogón de leña le ayudara a combatir y mitigar el frío. Pese a la oscuridad y la densa niebla que apenas comenzaba a desaparecer, Juana una noble campesina de 40 años, esposa de Ernesto, tomo de una repisa un balde de acero, luego de intentar lavarlo en la alberca la mujer en compañía de su pequeña hija caminaron a través de los potreros hasta encontrar una gigantesca vaca que amarrada a una estaca compañía el pasto al lado de dos ovejas que en alguna ocasión fueron blancas y ahora eran de un color gris opaco, la mujer tomo un lazo corto y amarro las patas de la vaca para poder ordeñarla, la pequeña Helena sostenía la cantina mientras su madre con habilidad natural ordeñaba la ubre de la vaca que era propiedad de la humilde familia.    
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