Capítulo 3
EL Valor De Aprender
La neblina avanzaba por el verde campo, movida por una pequeña brisa que indicaba el pasar del día, la densa niebla que cubría el campo cultivado y a los animales de la humilde familia poco a poco se disipaba y daba paso a los rayos del sol que resaltaban él roció de la sabana. Como era ya una costumbre Ernesto había comido algo para desayunar junto con su hijo Antonio y se había ido a trabajar en el cultivo de papa que era de su propiedad, mientras su hijo atentamente ayudaba a amontonar la leña que usaban como combustible para cocinar, con el llegar del sol un par de trabajadores llegaron a la casa para ayudar a Ernesto en el campo, la responsabilidad de Juana era la de preparar de comer además de mantener en orden la humilde casa que fabricada con madera y tapia pisada (mezcla entre arcilla y fibras vegetales) estaba conformada por un par de habitaciones, una pequeña sala y una cocina que sobresalía de la construcción que contaba con un fogón de leña e incluso un horno, el baño se ubicaba a unos pocos metros de las habitaciones. Los trabajadores tomaron una bebida caliente e internaron en el cultivo, pero Antonio tenía responsabilidades distintas, pues desde que tuvo un poco de fuerza para manejar las pesadas herramientas de trabajo, él debía ayudar en el campo a la vez que cuidaba a los animales, un par de ovejas grises por la suciedad y una vaca que era cinco veces más pesada que el niño. Por otro lado, su hermana Helena era un poco más favorecida pues su madre Juana prestaba más atención a su cuidado, aunque la rutina de la niña era igual de extensa a la de su hermano, pues debía mantener la casa limpia y otras labores de limpieza como lavar las pocas prendas de vestir que tenía la familia.
La familia junto con los dos trabajadores de Ernesto solía almorzar a la hora exacta del medio día, era una costumbre que para ellos era inquebrantable pues era una forma de hacer que el día fuera más extenso para poder trabajar, Juana sirvió el almuerzo con ayuda de su pequeña hija, mientras los trabajadores y Antonio comían sentados afuera en una banca, Ernesto y Juana se quedaron adentro, en un pequeño comedor que habían conseguido apenas hacia unas semanas. Había sobre el comedor un pequeño cuaderno que Juana usaba para anotar su trabajo o cosas importantes, pues ella era la única que había recibido una educación primaria, al menos por un par de años, donde aprendió a leer y escribir, en cambio Ernesto apenas sabía leer lo suficiente, aunque aún le costaba escribir incluso su propio nombre, pero había aprendido lo esencial en un programa que daban en la radio donde buscaban precisamente enseñar lo básico a los adultos y niños que no recibían una educación formal. Él tomó en sus manos el cuaderno y con curiosidad intento leer algo que hallo escrito.
—tres… de… fe… be, re, ver… ro—pronuncio Ernesto con paciencia.
—Tres de febrero papá…—dijo Helena intentando ayudarle.
El hombre miró con cariño a su hija, en el momento que escucho su tierna voz repetir con naturalidad lo que el hombre intentaba leer.
—La hija de doña Ligia es menor que Helena… y escuche de que ya la enviaran a la escuela—contó Juana con complicidad, —Quizá Helena pueda ir a la escuela…—agrego ella.
—No hay dinero para esas cosas…—recalco Ernesto.
—He escuchado decir que no vale nada, solo hay que llevarlos…—Explico ella con paciencia.
—¿A ambos?… Antonio ya está grande no creo lo dejen ir… además él es de más ayuda acá en la finca…—expreso él con algo de inseguridad.
—Pero… ¿Qué tal pueda llegar a ser incluso profesor o estudiar en la iglesia…? —
Ernesto se quedó en silencio al hallar y entender la razón que tenía su amada esposa sobre las oportunidades que podían darle a sus hijos, pues ella había estado en la escuela y sabía que su hija podía llegar a ser una profesora o incluso una secretaria, profesiones que eran muy respetadas en ese entonces y que eran muy posibles para las personas del campo.
—El domingo en el pueblo hablaré con la profesora, sé que ella estará en la iglesia…—dijo Juana dándole fin a la conversación.
Ernesto se mostró un poco preocupado e inseguro pues desde su inocencia, él no daba un valor a la educación, le era difícil pensar incluso que su amada era más que él en ocasiones pues solía comprender algunas cosas mejor que él y en ese sentido él respetaba la opinión de su esposa.
Pasada la tarde, los trabajadores y Ernesto regresaban del campo de cultivo, cansados y exhaustos los obreros tomaban una taza de buen café para recobrar el aliento y se dirigían a su casa antes de que anocheciera, en el caso de Ernesto el hombre se quedaba sentado a las afueras de la casa, esperando a su esposa que, junto a Antonio, daban una breve revisión a los animales que de noche debían quedarse cerca a la casa para perder ser cuidados si algo pasaba. Juana y su hijo Antonio caminaban de regreso a la casa halando las ovejas por medio de un lazo y su cabezal, cuando ella con algo de curiosidad le pregunto a su hijo.
—¿No has visto que los otros niños van a la escuela…? —
—Si mamá, pero… ¿Eso es difícil no? —contesto el niño con inocencia.
—No, eso no es difícil… leer y escribir es necesario…—Respondió la mujer, —Ambos tienen que ir a la escuela, para no quedarse en la ignorancia como los viejos…—reclamo Juana con determinación.
El peculiar reclamo de su madre para Antonio tenía sentido pues muchas de las personas mayores que conocía, como sus abuelos o vecinos, eran personas que nunca se animaron a estudiar, tan siquiera a aprender a escribir, lo cual los había dejado renegados a la vida en el campo, vida que se llevaba con honor, pero los tiempos cambiantes de los años cincuenta, el uso de los medios o incluso el poder leer la biblia era algo que hacía esencial recibir la educación básica que el gobierno en ese entonces daba de manera gratuita a los niños esencialmente.