Prefacio
La vista desde mi ventana hoy no me parece más hermosa, no quiero comerme al mundo, no deseo llegar a lo más alto.
En su lugar, espero la dulce caricia de una mujer que me dejó callado, nunca alguien me había dejado callado, menos una dama, ni siquiera con su presencia, había conseguido callarme de esa manera, jamás un ser humano me dijo que era un idiota ciego.
Y sí que lo soy.
En ese momento, era lógico para mí tratarla como a una mujerzuela, después de los hechos, uno siempre cree lo que ve y no piensa en el trasfondo de la situación. Pero ella, solo con su tono de voz me dijo que me había equivocado y luego que se desahogó, ya no pude revertir mis palabras.
Amy nunca fue de las que alzaran la voz, ni siquiera para defenderse de que la llamaran fea, adefesio, inútil y cuanto apelativo el mundo creyó que se merecía por su apariencia física… pero resultó ser solo eso, apariencia.
Pero la verdad es que ella no era nada de eso, yo mismo un par de veces la corrí de oficina porque su apariencia me espantaba, hasta que comencé a ver con los ojos del alma.
Me equivoqué y para un hombre como yo reconocerlo, es un duro golpe al ego.
Yo, John Collins estoy desgarrando mi alma por una mujer, algo que jamás pensé sucedería.
Camille me deslumbró por su belleza y elegancia, para mí era la mujer perfecta, la que se vería mejor como mi esposa, aunque no la amara realmente y solo fuera una jugada mediática, un adorno ante la sociedad.
Sin embargo, el primer roce con Amy, me dejó claro que ella era la única mujer a la que mi cuerpo jamás rechazaría, la que mi cuerpo llamaría día tras día y no descansaría hasta tenerla a mi lado, en mi cama, en esas eternas noches de soledad que me había impuesto para no sufrir como mi padre.
Pero ahora, estoy aquí, llorando como un bebé, cayendo al suelo de mi fortaleza, como un hombre solo, abandonado, dolido y quebrantado, solo por culpa del orgullo que me embargó.
-¡Amy! – de mi garganta sale un grito desgarrador, una llamada de auxilio desesperada -. ¿Cómo fui capaz de pensar que me engañabas, bonita?
Esa es la pregunta que no me abandona, la que se da vueltas una y otra vez por mi cabeza.
Todo sería sencillo si hubiese conseguido encontrarla, pero es como si la tierra la estuviese ayudando y se la tragara solo para atormentarme.
No solo la perdí a ella, sino que también a mi hijo.
El mundo me da vueltas y debo correr hasta el baño, donde mi cuerpo expulsa todo lo que contiene, hasta las ganas de vivir.
De pronto, unos golpes en la puerta y la misma abriéndose de golpe, dan lugar a los gritos de mi padre. Él solo me grita cuando está realmente enfurecido.
-¡¿Qué demonios le hiciste a Amy?! Esa mujer es la más buena de todas las que se te hayan cruzado en la vida, ¿y la dejaste ir porque creíste en ese estúpido montaje?
-¡Entiéndeme, en ese momento no razoné! – fuertes arcadas me vuelven a atacar, pero esta vez solo el aire es lo que sale de mí -.
-¡Párate! Te metes a bañar, porque apestas a alcohol y a fracaso, luego iremos por un café cargado y te vas a la obra.
-No estoy en condiciones de supervisar nada.
-Me importa un bledo, porque es tu responsabilidad de ahora en adelante, yo me pondré a la cabeza y tú te encargarás de hacer el trabajo de Amy – sus palabras me dan algo de cordura -.
-¿Me estás degradando?
-No estamos en el ejército, John… pero sí. Ya que no se me da la gana de buscar a alguien para que la reemplace a ella… nadie podría.
Miro el piso y las lágrimas comienzan a seguir su curso natural, mi padre pone una mano en mi hombro y suspira cansado.
-Haz lo que te dije, no esperes a que sea comprensivo contigo. Perdiste a una buena mujer por ciego, porque nunca llegaste a conocerla del todo.
-No solo a mi mujer, padre… también perdí a mi hijo – él se me queda viendo con los ojos desorbitados -.
-No puede ser… - se aprieta el puente de la nariz -. ¿Te atreviste a acostarte con ella, para luego tratarla de “mujerzuela barata”? – se me acerca peligrosamente y me toma por el borde de la camisa -. No te golpeo, solo porque nunca fue mi estilo de crianza, aunque de verdad te lo mereces.
Me suelta bruscamente, consigo mantener el equilibrio y, mientras busco ropa limpia, lo escucho hacer una llamada.
-Quiero que busques a Amy Summers, la exasistente de mi hijo. Si tienes que levantar una puñetera piedra en el Sahara, lo haces.
Cuelga y me mira, niega exasperado y sale de mi habitación.
Entro a la ducha, pensando en que nada podría salir mal, todo se ha vuelto insignificante y si accedo a salir de mi escondite es solo por respeto a mi padre.
Pero si por mí fuera, me lanzaría del último piso de la obra.
-No es una mala idea, John… - me digo mientras el agua fría cae por mi cuerpo -, solo tienes que cerrar los ojos y dejarte caer.