En el universo de los negocios, podemos encontrar muchas ramas, mi abuelo comenzó como un pequeño contratista en el rubro de la construcción, que por su dedicación consiguió tener una pequeña oficina en casa, la que era atendida por mi abuela y mi padre se unió antes de terminar la secundaria.
Luego rentaron un pequeño local en el centro de la ciudad y tenía a su cargo unas cien personas que realizaban todo tipo de trabajos en diferentes áreas de la construcción, pagó los estudios de mi padre en ingeniería y luego los dos se dedicaron, no solo hacer reparaciones, remodelaciones y construcciones nuevas, sino que comenzaron a realizar proyectos propios.
Cuando mi abuelo falleció, mi padre se hizo cargo de la empresa y comenzó a expandirla, conoció a mi madre en una obra, ella era arquitecta, de las mejores que había en la ciudad. Aunque al inicio no se llevaban bien, por ese prejuicio que la ingeniería y la arquitectura no se llevan, terminaron siendo amigos y luego algo más. Se casaron y trabajaron juntos para conseguir lo que hoy es Collins Building.
Cuando mi madre se embarazó, mi padre le pidió que se dedicara solo a trabajos de oficina, pero no quiso, porque para ella no era lo mismo ver los avances de sus diseños solo en los informes. Por eso nunca se despegó de la construcción, hasta que llegó el momento de que yo naciera.
Quince horas de parto y un bebé demasiado grande para su anatomía, hicieron que le practicaran una cesárea de emergencia. Nací bien, sin problemas y mi madre se recuperó en un par de semanas, siendo la mujer más feliz del mundo.
Cada día veo las fotografías de mis padres, de los felices que eran. Yo pude tenerlos juntos hasta los siete años, cuando un accidente me quitó a mi madre, casi pierdo a mi padre y yo me quedé con una cicatriz en la parte superior del labio.
Un camión perdió los frenos un día de lluvia y todo lo demás es obvio. Mi padre no lo pudo esquivar, producto del pavimento resbaladizo, el impacto llegó de frente del lado del copiloto. Al menos nos quedó el consuelo de que murió de manera instantánea, sin sufrimiento ni una agonía dolorosa.
Pero eso no nos detuvo, mi padre se dedicó al trabajo y a mí, aunque fui un testigo silencioso del sufrimiento que le causó el haber perdido al amor de su vida. Una de las razones de no querer enamorarme.
Yo me uní a él cuando crecí, estudié las carreras de mis padres y ahora estoy tomando las riendas de la empresa que por décadas ha sido el sustento de mi familia. Pero crecí como un niño que le faltaba algo, me convertí en un hombre arisco, déspota, alejado de eso que llaman amor, perfeccionista y muy directo.
Ahora estoy sentado en mi oficina, revisando las cartas que deben ir dirigidas a los socios de distintos países, y quiero darme contra el cristal blindado de la ventana.
-Esto está mal… no, no ¡no! – golpeo la mesa y me pongo de pie -.
Que puedo decir, soy un hombre que sabe lo que quiere con claridad, por lo mismo la perfección es algo obligatorio para quien pretenda ser mi asistente. Collins Building no ha llegado a ser lo que es en los últimos seis años por mera suerte.
-¡Donna! – grito el nombre de mi asistente quien no aparece -.
Salgo totalmente ofuscado, al no encontrarla en su puesto, como debería ser, voy por ella al baño de mujeres. Entro sin que me importe si hay alguien adentro o no, me encuentro un par de chicas allí que pierden el tiempo maquillándose.
-Aquí se viene a trabajar, no a perder el tiempo en rutinas de maquillaje – les digo en voz baja y peligrosa -.
Abren mucho los ojos y salen de allí como almas en pena.
-¡Donna!
No hay respuesta.
Me voy al comedor, el lugar favorito de las secretarias y asistentes para perder el tiempo. Al llegar al lugar, me quedo afuera, apoyado en el marco de la puerta, porque alguien me ha nombrado.
-Donna, ¿y tu jefe se ha insinuado contigo? – pregunta una de las chicas -.
-Claro que no, ese hombre es un témpano… no, ¡un glaciar completo! No entiendo cómo su novia lo soporta.
-Ha de ser por lo que carga en la billetera – dice una -.
-O lo que carga entre las piernas – dice otra -.
-¡O por las dos! – dice Donna y las tres se ríen -.
Empuño las manos, mis fosas nasales aletean de la rabia y un bufido sale de mi boca. Al entrar, Donna sigue hablando barbaridades, pero está de espaldas a la puerta así que no se percata de mi peligrosa presencia. Las otra chicas se quedan mudas y bajan la mirada, gesto que ella pasa inadvertido.
-Es un ogro – dice con verdadero odio -, solo lo aguanto porque el sueldo es bueno. No me deja ni siquiera hablar con mi novio cuando me llama, ni que estuviésemos buscando la cura para alguna enfermedad rara que hay que concentrarse tanto…
-No buscamos la cura para ninguna enfermedad, señorita Dinn – le digo y casi puedo ver sus ojos castaños a punto de salirse de sus cuencas -, pero creo que por la cantidad exorbitante que le pago, lo mínimo que puede hacer es redactar una carta decente, tanto en nuestro idioma, como en los que se supone maneja a la perfección.
Su cuerpo se tensa, a través del reflejo del microondas puedo ver que cierra los ojos y hace una cara de aflicción. Miro a las otras mujeres y se asustan de inmediato.
-Están despedidas, todas… - les digo en un tono muy bajo, pero definitivo -, no les pago para que estén perdiendo el tiempo aquí, tomando café y hablando mal de sus jefes.
-¡No me puede despedir! – dice Donna poniéndose de pie y enfrentándome -. No he hecho nada malo.
-Sí, está perdiendo tiempo en horas laborales, estas cartas están mal redactadas y no es el primer error que comete. Ha faltado a sus funciones por completo.
-¡Lo voy a demandar! – me grita histérica -.
-Espero la demanda, entonces, si tiene con qué pagar al abogado.
Salgo de allí, totalmente ofuscado, pensando en que deberé hacer estas cartas yo mismo. Veo la hora en mi reloj, había quedado en salir a comer con Camille, mi prometida, pero veo que eso ya no es posible.
Cierro la puerta de mi oficina con rabia y me siento tras mi escritorio, para iniciar todo el trabajo. Antes, le mando un mensaje corto a Camille para cancelar, dejo mi teléfono en “no molestar” y me dedico a redactar esas cartas nuevamente.
-Es increíble a lo que he llegado, maldición.
Cuando estoy iniciando con la segunda, la puerta se abre y pongo mala cara, pero la suavizo un poco cuando veo a Camille.
-Ay, querido. Acabo de ver que corriste a la cuarta asistente de este mes – me dice moviendo su cuerpo con seguridad y su sonrisa coqueta -.
-No les pago para perder el tiempo – le digo con tranquilidad -.
-Querido, debes ser un poquito más flexible… - hace un gesto con la mano y eso me causa gracia, no es propio de ella ser así -.
-Camille, no intentes abogar por ella – le digo volviendo a la carta, en un tono por completo sensato -, porque no solo conseguirás el efecto contrario, sino que ganarás que me moleste contigo, por justificar las conductas irresponsables.
-John, no es para tanto, amor.
-Sí lo es – le digo dejando de lado todo, me pongo de pie y la miro a la cara -. Un trabajador que no hace lo que se le manda, puede provocar pérdidas en la empresa, demandas, el desprestigio. Y no me voy a arriesgar a todo eso, por ser comprensivo – tomo asiento otra vez y ella se me acerca -. Si solo viniste a eso, puedes retirarte, luego te compensaré por esta noche.
-¿Y si te ayudo, mejor? – la miro y ella me sonríe -. Dime lo que se debe hacer y te ayudo con gusto.
La miro incrédulo, pero ella extiende sus manos y sé que está hablando en serio. Le entrego las cartas y le explico lo que debe hacer, las modificaciones y lo demás, sale de la oficina con rumbo al puesto de Donna y la veo dedicarse a las cartas. Yo sigo con aquellas que me quedé, pensando en que todos me ven como un tirano, pero lo que pido es totalmente válido.
No creo que la eficiencia y la eficacia en una persona sean algo del otro mundo.
Se supone que si trabajas, es porque te gusta. Aunque muchos lo hacen por necesidad, eso debería ser suficiente motivo para trabajar con más ganas y esforzarte por hacer tu trabajo de la mejor manera posible.
Una media hora después, llega Camille y me pide que revise las cartas. Ella trabaja aquí en el área de arquitectura, por lo general ella solo supervisa los proyectos aquí en la oficina, muy rara vez va a terreno. Esta no es la primera vez que termina haciendo el trabajo de alguna asistente, pero nunca se ha quejado por tener que hacerlo.
Esa es una de las razones por las que parece la esposa perfecta.
-¿Y bien, jefe? – me dice extendiendo los documentos, mientras se sienta frente a mí a la expectativa -.
-Así es como debieron quedar en un inicio – le digo con una sonrisa, luego de ver que han quedado perfectos -.
-Eres el hombre más sexy del mundo cuando sonríes – se levanta de su asiento y me da un sonoro beso -. ¿Terminaste lo tuyo?
-Sí – ve la hora en mi reloj y sonríe -.
-Entonces, creo que podemos salir a cenar, una vez que terminemos de escanear y enviar esas cartas.
Me quita las cartas, comienza a escanearlas y yo las voy agrupando para poder enviarlas. Cuando terminamos, ella se sienta sobre mis piernas y me besa con efusividad.
-Tranquila – le digo cuando baja la mano a mi bragueta -. Aquí no, sabes que no me gusta tener sexo en la oficina.
-Y una excepción, ¿por mí? – bate sus pestañas coqueta e inocente, pero niego con la cabeza -.
-La oficina es para trabajar, la casa para todo lo que quieras hacer.
-Ya te digo que, cuando nos casemos, la oficina en casa debe desaparecer – no me mira directo a los ojos, solo se dedica a jugar con mi corbata -. Si no podemos tener sexo en la oficina, yo no te quiero trabajando en casa.
Solo me río, porque esa es una petición que ella no ha pensado bien. Eso significaría que probablemente no me vea llegar a casa por semanas completas.
-Lo siento, Camille, pero ese tipo de “negociaciones” no van conmigo – le tomo las manos y ella me ve a la cara -. Ahora vamos a nuestra cena, antes de que me arrepienta y me quede a hacer lo que debía hacer, y no terminar el trabajo de otros.
Ella suspira con resignación, me dice que irá por sus cosas y que me espera en el estacionamiento. Yo dejo todo apagado, me aseguro de que no quede nada importante en el escritorio de Donna y llamo al jefe de recursos humanos.
-Vincent, inicia ahora mismo la búsqueda de una asistente para mí, a más tardar para mañana en la tarde debo contar con una chica.
-Sí, señor. Ya saco el perfil.
-Espera, mira… - me rasco la frente con molestia -. Esta vez me interesan las capacidades de la chica, no me importa si tiene buena presencia o no. Asegúrate que sea la más capaz de hacer el trabajo, ya sabes, al menos dos idiomas más, que sepa redactar una carta, que entienda lo que se hace aquí. Por supuesto, sin piercing o tatuajes, todo lo demás es aceptable.
-Entendido, perfil modificado y en línea, señor. Solo nos queda esperar a las postulantes.
-Bien.
Le corto sin agradecer o decir adiós, porque no le estoy pidiendo un favor, solo le estoy mandando que haga su trabajo.
Me voy al estacionamiento, para encontrar a Camille e ir a esa bendita cena, seguro me pedirá s3xo luego de eso. Suspiro con molestia, porque no es algo que realmente disfrute, la verdad es que no soy adicto a eso, si fuera por mí, no me casaría jamás. Pero mi padre insiste en tener nietos que aseguren la perpetuidad de la empresa y no me queda más que darle en el gusto.
-Bueno, allá vamos – me digo de mala gana -.
Porque en verdad prefiero mil veces sumergirme en mis planos y cálculos, que revolcarme con una mujer.