Capítulo 2

2217 Words
Capítulo 2   Algo que Mina siempre amó eran los viernes. No solo los amaba por ser el último día de la semana de clases, sino porque era el día en que ella y sus amigos siempre se reunían para hacer algo divertido. A veces iban al karaoke, otras a comer helado, las que más le gustaban era cuando iban al cine. A Jace le encantaba ir a los juegos, pero odiaba perder, verlo frustrado y maldiciendo era divertido para Mina. A Edward le encantaba ir de compras, pasaba horas y horas revisando cientos y cientos de prendas hasta que sus amigos lo obligaban a irse, sobre todo porque casi nunca compraba lo que se probaba, siempre terminaba comprando lo que sus amigos le decían que se le vería bien. Pero siempre, cada viernes, sin importar cual haya sido la actividad de esa semana, siempre terminaban en casa de Edward viendo películas y se quedaban a dormir hasta el día siguiente. Extrañaba esos días, sobre todo despertar y que la señora Campbell preparase un desayuno delicioso. Jace siempre alagaba la comida de la madre de Edward, al no tener él una madre hacía que amara a las madres de sus amigos, y éstas lo trataban como a un hijo, algo que hacía sentir feliz al rubio, pues estas mujeres sabían lo triste que este chico vivía desde que su madre falleció. Mina también recordaba cómo después del desayuno siempre se iba a su casa con Jace, pero él al no tener a nadie esperándolo en su casa, se quedaba en casa de Mina. Fue una de esas tardes, jugando en el jardín, que él hizo lo que más temía y deseaba, y ambos fueron felices. Ese momento ella siempre lo iba a atesorar, era uno de sus recuerdos más felices, de los pocos que le quedaba hoy en día. Era uno de los pocos a los que se aferraba para seguir batallando. Mina dejó de verse en el espejo, ya no quería seguir pensando en él, cada que lo hacía su determinación flaqueaba y no quería permitírselo. Tomó su mochila y salió de su casa, la escuela lograba distraerla lo suficiente como para hacerle olvidar. Nos obstante, sabía que jamás podría hacerlo del todo. Miró hacia la casa de la acera de enfrente, tres casas en diagonal, él también estaba saliendo de ahí, con su semblante decaído y la ropa arrugada. Ella quería ir hacia él, abrazarlo y pedirle perdón por lo que le hizo, pero se quedó ahí parada, no podía hacerlo, no debía. Ese día para sorpresa de Jace, su padre estaba en casa y dispuesto a llevarlo a la escuela. La relación entre Jace y su padre no era buena, todos sabía eso. El señor Daniels no se caracterizaba por ser el padre más ejemplar. Era un hombre frío y con un rostro siempre serio que atemorizaba a cualquiera, no era la persona más agradable con la que uno podía toparse. Todos sabían la historia de la casa Daniels, algunos comprendían por qué el señor Daniels era de esa forma, otros solo lo tachaban de mal padre. A Jace no le importaba lo que los vecinos dijesen de su padre, él no podía hacerse un juicio de una persona a la que no conocía. Cuando era más joven, a Jace le gustaba imaginar que su padre era en secreto un súper héroe, eso haría que sus ausencias de infinita duración tuvieran justificación. Sin embargo, con el paso del tiempo esas fantasías acabaron. Jace entendió que nada iba a ser lo mismo entre él y su padre, que las cosas estaban demasiado rotas entre ambos y que ninguno tenía deseos de remediarlo. - Colócate bien la ropa… Le señaló su padre, Jace lo ignoró. - ¿Cuánto tiempo te quedarás esta vez? Preguntó, entrando en el auto, su padre solo miro su el suelo bajo sus finos zapatos. - Jace, es por mi trabajo - Sí claro… - Jace miró por la ventana, su padre puso en marcha el auto – Todos los abogados se ausentan meses cuando tienen casos - No voy a volver a hablar de ello - No claro, sabes que tengo razón - Jace, estás por colmar mi paciencia - Bueno… no te he visto desde febrero… tómalo como tu dosis anual de paternidad El señor Daniels no dijo nada, Jace sonrió de forma sarcástica, sabía que su padre jamás le podría decir algo en contra de sus palabras, porque las palabras del rubio estaban cargadas de dolorosa verdad. Miró el cielo, estaba celeste y brillaba, un típico cielo de agosto que nada tenía que ver con su estado de ánimo, para él hasta el día más bello se veía gris desde que ocurrió la traición de sus seres queridos. Se giró a ver al hombre a su lado y nuevamente miró por la ventana. No veía a su padre desde hace cinco meses, según él por culpa del trabajo, pero Jace sabía que no era por eso, que su padre se quedaba en el Palace o en el Hilton, ahogando las penas, pero no le importaba, no mientras le siguiera dando dinero y el uso ilimitado de su tarjeta de crédito. Él realmente no lo necesitaba, en ese momento a sus diecinueve años ya no lo necesitaba. Metió con disimulo la mano en el bolsillo, sintió su frasco anaranjado, eso era lo que él necesitaba, eso era lo único que necesitaba y lo único que le hacía ver los días grises y no negros. - ¿Cómo te está yendo en la escuela? Preguntó el señor Daniels y Jace soltó una risita tan agria que hizo que su padre sintiera dolor de estómago. - ¿Te interesa? Soltó el rubio, alzando una ceja y jugueteando con su anillo. - Soy el que paga tu educación, obvio que me interesa Contestó el hombre con firmeza, tratando de demostrar, no a él, sino a sí mismo, que aún era la autoridad, que aún su hijo lo veía como un padre y no como un inquilino más en su propia casa. - Pues entonces… deja de pagar mis estudios – Jace soltó una carcajada, tamborileando con los dedos sobre la ventana cerrada – Así podrías ausentarte más tiempo ¿No crees? – vuelve a reír – Te convendría… sabes que es lo que quieres… ausentarte para siempre… - No te burles de mí - ¿Yo…? – volvió a reír, pero no era una risa burlona y su padre lo sabía, era una risa llena de amargura, lleno de resentimiento y odio, y su padre se sintió indefenso, asustado, sabía que había perdido esta batalla antes de si quiera empezar, sabía que tenía todas las batallas perdidas contra su hijo, incluso la guerra perdida contra su hijo - ¿En qué momento lo hice? – vuelve a reír, el señor Daniel se sintió más nervioso – Digo… estás tan ausente que ya no sabes cuándo es que me burlo de alguien y cuando no… que mal por ti… - ¡Basta! – golpeó el volante, Jace seguía riendo, tamborileando con más fuerza contra la ventana – No voy a permitir que me trates con tan poco respeto - ¡Basta! – imitó Jace, con los ojos vidriosos abiertos al máximo, y su padre tembló – No voy a permitir que me trates con tan poco respeto… o que me vuelvas a dejar con hambre y no contestes el teléfono – volvió a reír, y su padre tragó saliva – Lo que ocurra primero… o segundo… o tercero… - más risas y su padre contuvo el deseo de largarse a llorar – Solo déjame en la esquina… - Jace… - el señor Daniels, con el pecho doliéndole y los ojos llenos de lágrimas, miró a su hijo – Detente… - Oh no… yo no soy quien está conduciendo… - ¡Jace! El rubio se puso serio de pronto. - ¡Padre! Gritó con enojo, con rabia, y el hombre cerró los ojos, sabiendo que había perdido, que esa palabra había sido la estocada final del rubio. - Es tu último año… Habló quedamente, tratando de salvar algo que sabía que él mismo había contribuido a destruir. Miró a su hijo de reojo, con los ojos vidriosos y las manos temblorosas, y supo que él había hecho eso, que él era el peor hombre sobre la tierra y que ninguna palabra u acción podría remediar el daño a ese adolescente que suplicaba silenciosamente. Quería abrazarlo y arrodillarse ante él, pero sabía que eso sería peor, pues ya era tarde y él mismo debía de reconocer que no hacía lo suficiente para repararlo, porque él mismo no tenía las fuerzas, porque nunca las tuvo y por eso era más fácil dejar al rubio a su suerte desde que tenía diez años. Y ahora veía el resultado, veía la conclusión de sus acciones en contra de su hijo, y lo lamentó. - ¿En serio hablaremos de esto? - ¡Jace! ¡Trato que no lances tu vida al basurero! - ¡Déjame en el basurero! ¡Es lo que quiero! – gritó con ira, golpeando el tablero del auto y haciendo que el pequeño adorno con el rostro de una mujer, callera al suelo, provocando que el hombre pegara un grito lastimero, como si la caída de esa foto le causara un dolor quemante, angustiante, debilitante, y es que así era - ¡Sería mejor para ti! – gritó aún más alto, el hombre aceleró - ¡¿No?! ¡Así ya no tendrías que poner pausa a tus ausencias! - ¡Jace! ¡Basta! - ¡Tú basta! ¡¿Qué es lo que haces en esos meses?! ¡¿Tirarte a tu secretaria?! Jace no pudo decir nada más, su padre había frenado en seco y le había propinado un puñetazo. - Jace… No pudo decir nada más, su hijo sacó su frasco anaranjado y, frente a los ojos aturdidos de su padre, en un rápido movimiento se introdujo un puñado de pastillas. Abrió la puerta de una patada y salió del auto, su padre solo lo vio irse. Golpeó el volante y maldijo. Tomó su costoso portafolio de cuero, aquel que le había regalado el amor de su vida, lo colocó contra su rostro y gritó, ahogando el sonido contra el objeto, llenándolo de lágrimas y desesperación. Recogió el adorno del suelo y lo miró, nuevamente lloró y gritó, golpeando una y otra vez el volante hasta que la mano le dolió. No tenía salvación, la situación no tenía salvación y saber que él pudo haber hecho algo si tan solo hubiese actuado a tiempo, le hacía sentirse peor. La guerra estaba perdida incluso antes de comenzar, y el final se veía tan oscuro como el camino. Respiró hondo y se acomodó la corbata, secándose el sudor y volviendo a poner el auto en marcha. Debía de serenarse, no demostrar su dolor ante su hijo, eso era más fácil. Abrochó los gemelos de su saco, se mentalizó que él sí se preocupaba por su hijo, sacó su teléfono y le transfirió una fuerte cantidad de dinero, él se preocupaba por su bienestar, aunque la última vez que le depositó algo de dinero fue hace un par de meses y no pensó en ningún momento si su hijo había comido, bebido, o existido si quiera. Pero él se preocupaba por él, le seguía pagando los estudios y lo seguiría haciendo con lo que su hijo decidiese hacer con su vida finalmente. Así que era un buen padre. Era más fácil repetirse eso que mirar la realidad. Volvió a su estado sereno y serio. Él no tenía nada que ver con los conflictos de su hijo, no tenía nada que ver en sus líos, solo se preocupaba por su hijo, era un padre que se preocupaba por el futuro y bienestar de su hijo. Respiró hondo y miró por el espejo, su hijo ya estaba demasiado lejos. Tragó saliva y se estremeció. Él lo había visto aquel día, llegando con el rostro lleno de sangre, con los puños ensangrentados, y las lágrimas recorriendo su rostro. Nunca pensó en ver a su hijo de esa forma, nunca pensó que algo así le afectaría. Respiró hondo y volvió a limpiar el sudor de su frente, si seguía así iba a chocar. Él no había hecho nada malo, no había hecho nada más que preocuparse por el bienestar de su hijo. Por eso hizo lo que hizo, por eso alejó lo malo de su hijo, porque sabía que las perdidas lo afectaban, porque sabía que Jace era un chico sensible con necesidad de ser amado. Así que hizo lo más conveniente para su hijo, sabía que debía de hacerlo, porque él era buen padre, él cuidaba de su hijo y velaba por su bienestar. Él era un buen padre, él era un buen padre, él era un buen padre. Se repetía esa frase en su mente tantas veces que le hacían olvidar que tenía un hijo, porque era más fácil imaginar que era un buen padre a ser un buen padre en el mundo real.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD