Capítulo 5
Lunes en la mañana, todos los alumnos se apresuraban para poder tomar los buses a tiempo o encontrarse con sus amigos en el camino. Los lunes siempre habían sido días algo aburridos para los escolares, el fin de un perfecto fin de semana, el fin de la diversión, el comienzo de una larga y aburrida semana de clases. Sin embargo, quisieran o no, todo niño y adolescente tenía que ir a la escuela. En las casas de los vecinos él podía oír a algunos padres luchar con sus hijos para que vayan a la escuela, por la ventana veía como otros se despedían tranquilamente de sus hijos, otros reían a carcajadas y abrazaban a sus padres, agitando las manos con efusividad. Perfectas fotografías familiares en cada entrada de cada hogar del vecindario, una imagen que a Jace siempre le fascinó observar ¿Cómo podía verse todo tan normal y feliz? La felicidad era el misterio más grande para el joven adolescente.
Soltando un suspiro, Jace se dio media vuelta, no había nadie más en casa salvo él, su padre había vuelto a desaparecer. Tenía la mochila a un lado y el tazón con cereal haciéndose sopa en la mesa. Él no tenía a nadie que le dijese que tenía que ir a clases, no tenía a nadie que lo despierte con gritos o caricias, no tenía a nadie que le tenga el desayuno ya servido. Hacía muchos años que él no tenía nada. Se dio media vuelta y regresó a la cocina, su padre no estaba en casa, nunca llamaba, no se daría cuenta de que faltó a clases. Lanzó su cereal blando a la basura y se sirvió otro tazón de cereal, mentalizándose que debía dejar de espiar a los vecinos. Había sido buena idea, se decía Jace, el llenar su alacena y reposteros de cajas de cereal y paquetes de sopas instantáneas, de esa forma podía encerrarse en su casa por algunos meses sin sufrir de hambre. Y es que, más a menudo de lo que él podía recordar, la comida siempre se le terminaba y el pasaba días tomando agua y comiendo lo que sirvieran en la escuela. Pero no importaba, porque había alguien que siempre le proporcionaba comida casera deliciosa, la mejor sazón que había probado, no tan rica como la de su madre, o lo que podía recordar, pero sí deliciosa y lleno de afecto. Sin embargo, eso ya había quedado en el pasado, hacía meses que sabía que ya nunca más iba a poder volver a probar dicha comida, ahora solo le quedaba llenarse el estómago con cereal y sopas instantáneas.
Terminó su desayuno y dejó el tazón en la enorme pila de platos del fregadero. Caminó hacia la sala y se dejó caer en uno de los sofás de la sala. No iría a clases, pero eso significaba que debía de encontrar algo con lo qué entretenerse. Se levantó del sofá y tomó un libro del estante de su madre, el único mueble de la casa que él siempre limpiaba religiosamente, todos los días al llegar a casa, ni una mota de polvo tenía permitido quedarse, nada podía manchar el recuerdo que le significaba ese estante. Miró el libro en su mano, era pequeño, con una tapa celeste y blanco con dos niños pintados en él, era el libro de “Ben quiere a Ana”. Jace sonrió, recordaba esa novela, recordaba cómo su madre se la había leído cuando él tenía apenas siete años. Era una novela sobre un romance infantil entre dos alumnos de cuarto de primaria, un romance visto desde la perspectiva de un par de niños inexpertos e inocentes que solo los motivaba el sentimiento de amistad superlativo que les hacía querer estar siempre al lado del otro sin que ellos saber el verdadero nombre de ese sentimiento. La sonrisa se le borró y volvió a guardar el libro, le recordaba cosas que no quería recordar en ese momento. Tomó otro libro y se volvió a dejar caer en el sofá.
Siempre le gustó la literatura, pero no por tener que leer libros, porque él nunca los leía, sino porque a Mina y Edward les gustaba leer. Él amaba esas tardes en donde ellos venían con el resumen de un nuevo libro en sus labios, le encantaba que le leyeran las páginas de los enormes libros, que le relataran como los héroes vencían al final y todo vivían felices para siempre. Era entretenido oírlos leer en voz alta, uno de sus pasatiempos favoritos. La forma en la que Edward enfatizaba las palabras, la dulce voz de Mina y sus carcajadas cuando encontraba algo que realmente le parecía cómico, era un espectáculo digno de ver.
Algo que realmente le gustaba a Jace era la música, tocaba la guitarra y el piano cuando su padre no estaba. Aprendió de forma autodidacta, su madre solía tocar el piano y él solo la veía ensimismado, de esa forma aprendió. Siempre amó la música, en donde sea, con el piano o su computadora. Amaba oírla, en todos lados, siempre pensando en una nueva melodía que secretamente iba anotando en su cuaderno. Era su cápsula de escape, su pastilla relajante, su cuna y paño de lágrimas. La música hoy en día, sobre cuando se sentía más solo, era lo único que les acercaba a sus seres queridos, al menos en su mente y en su corazón. Sin embargo, su padre no le permitía desperdiciar muchas horas en eso, para él no era algo productivo, la música no te daba dinero, no te daba estabilidad. Su padre no entendía que esa era la vida de Jace, que sin eso él no podía vivir. Su padre quería verlo de traje en alguna oficina elegante, y Jace quería estar en cualquier parte menos encerrado en cuatro paredes, la idea de tocar música en la calle por un par de monedas lo hacía más feliz que estudiar alguna carrera donde terminaría usando saco y corbata. Pero su padre jamás le permitiría eso. No obstante, a Jace le importaba muy poco lo que su padre pensara ¿Por qué debía de importarle lo que piense una persona que nunca se digna a verlo, si quiera para asegurarse de que sigue vivo? Así que cuando su padre, en los días que estaba en casa, tocaba el tema, enfurecía a Jace, porque, para él, su padre no tenía derecho a opinar sobre su vida si no quería ser parte de ella.
Volvió a guardar el libro en su sitio y se dirigió al piano. Aquel piano blanco que le había pertenecido a su madre, ahora solo era un montón de madera empolvada que nadie usaba. Pasó la mano por las teclas, luego por la madera, sintió con los dedos los adornos en alto relieve tallados. Presionó una tecla, un estruendoso sonido salió de alguna parte del piano haciendo que el muchacho hiciera una mueca de desagrado. Jace abrió la tapa del piano, el polvo salió a montones, metió su mano y arregló aquel pequeño desperfecto que su madre le había enseñado a arreglar. Volvió a sentarse en el banquillo y tomó el cuaderno de partituras de su madre, pasó sus manos por las teclas y cerró los ojos. Él tenía cinco años cuando aprendió a tocar su primera canción, y tenía diez cuando su madre murió. Ella amaba oírlo tocar, sonría con orgullo cuando veía a su pequeño hijo de siete años ejecutar una pieza de Mozart. Jace comenzó a tocar las teclas, una canción conocida, muy conocida y es que él la había compuesto, pero no para su madre, la había compuesto para ella, la chica del rostro bonito, la niña con la que solía jugar en el jardín todos los fines de semana, aquella que iba por la vida con su primer beso en los labios y la única que le hacía sentir feliz en medio de tanta amargura. Amaba tocarle a ella, ver la sonrisa de Mina cuando él tocaba era lo que más le gustaba, le hacía sentir ansioso y con deseos de sonreír de oreja a oreja, como un bobo embelesado por un bello rostro. Le daba un cosquilleo en el estómago el tocar el piano para esa chica, pues ella siempre sonreía cuando él tocaba aquellas teclas, luego le decía que él tocaba hermoso aquel piano. Eso le encantaba a él, saber que a ella le gustaba si quiera algo de él, eso lo hacía sentir feliz.
Dejó el piano, tambaleante subió las escaleras hacia su habitación. Cayó de rodillas al abrir la puerta y se arrastró al baño. Buscó a tientas su escondite y sacó el frasco anaranjado con la etiqueta blanca. Tomo tres, a este paso se le iban a acabar e iba a necesitar falsificar otra prescripción. Tomó las pastillas y respiró hondo, pronto su cabeza comenzó a dar vueltas y su cuerpo se sintió ligero. Se arrastró a la bañera e impulsándose un poco se metió dentro, golpeándose el costado de su cuerpo, haciéndole soltar un gemido de dolor. Comenzó a gritar, pateando las paredes con todas sus fuerzas. Gritó hasta que la garganta le ardió, derramando las lágrimas que había estado conteniendo desde hace horas, arrancándose los cabellos en un intento de sentir dolor físico, un dolor que aplacara el que no podía dejar de sentir y que no podía curar. Se levantó y salió de la bañera, caminó tambaleante a su habitación, tomó otro cigarrillo y buscó el bate en su closet. Los blandió, sintiendo su peso, y entones golpeó las paredes hasta que la pintura empezó a caer. Golpeo dos, tres, cuatro veces más, viendo como la pintura se descascaraba, como el polvo caía hacia el suelo. Siguió golpeando, gritando con todas sus fuerzas y derramando más lágrimas. Estaba perdido y lo sabía, no podía detenerse y lo deseaba con todas sus fuerzas. Se dejó caer en el suelo, palpando con sus dedos la alfombra bajo su ser. Lanzó el bate lejos, sintiendo como el cuerpo le temblaba y las manos le hormigueaban. Corrió hacia su baño y tomó dos pastillas más, desde hacía mucho que sentía que el efecto no duraba lo suficiente.
Salió de su casa, cogiendo a su paso una de las botellas de whisky de su padre. Sabía que su padre no volvería en un par de meses, que no le importaría si cogía una botella de su colección, que ni siquiera lo notaría porque su padre trataba con todas sus fuerzas de permanecer lo más lejos posible de esa casa, que prefería seguir entregando dinero a hacerse cargo de las cosas, que preocuparse realmente por él. Pero no le importaba, desde los diez años había tenido que ver cómo su padre peleaba con vecinos y sobornaba a todo el mundo para que los de Servicios Sociales no se lo lleves ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? Jace hubiese preferido que lo manden a una casa de acogida o a un orfanato que vivir de la forma a la que su padre lo había condenado a vivir. Pero ya era muy tarde para eso, ya era muy tarde para él, para ambos.
Llegó al parque central y buscó la loma que de pequeño solía escalar con sus amigos, con el paso de los años se hizo más pequeña y ahora solo les servía para sentarse. Se dejó caer, bebió un poco más de alcohol y miró el cielo ¿Cuándo su vida se había vuelto así? Ya no lo recordaba, fue hace unos cuantos años, cuando lo separaron de sus amigos, cuando se dio cuenta que no podía alcanzarlos, cuando su padre comenzó a atormentarlo con las notas en un intento de aparentar ser buen padre, cuando el descubrió que era un inútil, cuando descubrió que no merecía nada, ni el cariño de una familia, ni el de sus amigos, ni siquiera el de la chica que tanto había querido y por la cual aún sufría.
Aquel fatídico día después del examen de la preparatoria, todos a la espera del resultado. Edward y Mina estaban muy confiados, se habían preparado mucho para ese examen y estaban seguros que de nuevo iban a ser colocados en el aula A, el aula a la que todo buen alumno quería entrar. Jace no estaba confiado, había pasado noches enteras estudiando con sus amigos, pero no se sintió confiado cuando le entregaron su examen. Muchas de las preguntas las contestó con una gran duda en su interior, eso le preocupaba. Su padre lo había estado presionando, repitiéndole todos los días que, si lo arruinaba ahora, arruinaría cualquier cosa en el futuro. Normalmente, eso se les decían a los alumnos a punto de dar el examen de ingreso a la universidad, pero el señor Daniels tenía la idea de que si su hijo no lograba mantenerse en el aula A entonces ninguna universidad se interesaría en él.
Para mala suerte de Jace, el mes previo al examen su padre se quedó en casa, atormentándolo, haciendo en un mes lo que en cinco no pudo hacer. Jace odiaba eso, odiaba que su padre quisiera en un mes reparar lo que en mucho tiempo había estado arruinando ¿Qué creía? Que por un poco de atención que le diese iba a borrar el hecho de que se ausentaba meses ¿Eso borraría los días en que, Jace, sin comida en la alacena, estuvo reventándole el teléfono a un padre que nunca le contestaba? ¿Eso borraría los días en que, Jace, enfermo, con una fiebre que no le bajaba desde hace días, siendo atendido por la madre de Mina, no obtuvo ni una llamada de su padre? No, Jace sabía que ese pequeño, casi nulo tiempo, que le dedicaba su padre, que sucedía con intervalos tan largos de tiempo, no compensaban nada, y odiaba ver cómo su padre se regodeaba diciendo que era un buen padre solo por presionar a su hijo con los estudios, cuando lo cierto es que solo lo presionaba en ese momento, porque el resto del tiempo, cuando no estaba en casa, le importaba muy poco si su hijo reprobaba alguna materia o si se escapaba de clases o si iba a la escuela.
Pero fue ese día, ese fatídico día, el que marcó aún más la vida de Jace. En ese momento el no pudo adivinar cómo el sacar un puntaje promedio le traería tantas penas a su vida. Ese fatídico día fue la base para que todo se arruinara después. Pese a todo el esfuerzo, él sabía que no iba a ser suficiente, que no había sido suficiente, y tenía razón.
- Todo estará bien…
Le dijo Mina, apretando su mano con fuerza.
- Eso espero…
Fue lo único que dijo Jace, sintiendo que el estómago se le revolvía.
- ¿Listos?
Preguntó Edward, tomando la otra mano de Mina.
- No
Contestó Jace.
- Solo hay que hacerlo…
Dijo Mina, jalando a sus dos amigos hacia el tablón de anuncios donde todos los alumnos novatos estaban celebrando.
- Edward Campbell – dijo Edward, posando su dedo en el papel – Grupo A
- Te dije que lo harías…
Mina abrazó a Edward y este sonrió.
- Mina Peters… - Min intentó estirarse para ver su nombre – Grupo… ¡A!
Ambos amigos comenzaron a celebrar.
- No sé por qué están tan sorprendidos – Jace puso los ojos en blanco – Es decir… ustedes son listos…
- Lo siento, fue la emoción
Se disculpó Mina con una sonrisa.
- No, esa fue tu excusa para abrazar a Edward como siempre
Mina volvió a abrazar a Edward y le sacó la lengua a Jace en son de burla.
- Mejor busca tu nombre, mamá nos espera con un banquete de “Felicitaciones”
Informó Edward y Jace asintió, respirando hondo.
- Jace Daniels… - Jace respiró hondo y cerró los ojos – Grupo… “B”
- Oh…
Mina y Edward miraron a Jace.
- Jace…
Mina intentó tocar a Jace, pero Edward la detuvo.
- Demonios… bajé de categoría – Jace miró a sus amigos – Mi padre se va a…
- Que no te importe… - Edward posó su mano en el hombro de su amigo – Tú no le dices nada cuando te decepciona como padre, él no debe de decirte nada cuando lo decepcionas… y Jace… - el chico miró a su amigo – No te preocupes, no es tan malo…
- ¿No es tan malo? – Jace quitó la mano de Edward con brusquedad - ¡Demonios! ¡Fui degradado! ¡Mi padre no va a estar feliz! ¡Él…!
- Basta… - le pidió Edward – Si te dice algo no le hagas caso, él ha hecho peores cosas como para quejarse por una categoría contigo
- Pero… chicos… siempre hemos estado juntos…
- Y lo seguiremos estando – aseguró Mina – En los recesos y a la salida seguiremos estando juntos
- ¿En serio?
La miró y ella asintió.
- Ya verás que las cosas no cambiarán entre nosotros
- Más te vale niña tonta…
Jace río, lanzando su botella contra un árbol.
- No lo cumplieron… - se dejó caer de nuevo en el pasto – Dijeron que las cosas no iban a cambiar… pero lo hicieron… - arrancó un poco de pasto y dejó que el viento se los llevara – Y vaya que sí cambió… - miró el cielo – Las cosas cambiaron…
Se levantó del pasto y siguió caminando. No tenía rumbo fijo, no iba a ir a la escuela y desconocía la hora. Tambaleante siguió caminando por el vacío parque. No debía de ser tan temprano, no había escolares en las calles y no había muchos trabajadores. Jace se preguntaba si en alguno de esos edificios estaría su padre, él trabajaba en un despacho elegante en un edificio elegante, con sus elegantes trabajadores y sus elegantes clientes ¿Qué pensarían de su padre si conocieran a su hijo? Su padre era abogado penalista, en las buenas épocas de su vida él solía regresar a casa con cajas llenas de papeles que su madre ayudaba a meter a la casa. Una vez, recordaba Jace, un caso le tomó un año entero de resolver. Él recordaba ver a su padre despierto a hartas horas de la noche, leyendo papeles y haciendo anotaciones, también recordaba a su madre despierta con él, sirviéndole café y dándole mantas para que se abrigue, luego dándole un beso de buenas noches para ir después al sofá, ella no quería dormir lejos de su esposo.
Cuando su madre murió, Jace no entendía por qué su padre se ausentaba tanto, por el padre que solía traer el trabajo a casa para poder estar presente con su familia, ahora prefería ausentarse por meses, durmiendo en un hotel con comida deliciosa mientras Jace comía solo cereal. Hoy en día, Jace seguía sin entenderlo del todo, o tal vez sí lo sabía, pero le causaba enojo admitirlo. Y es que él también extrañaba a su madre, había llevado el luto solo a los diez años, sin su padre, tuvo que superar el dolor de la pérdida a una temprana edad y sin su padre para apoyarlo. Incluso si Jace intentaba pensar que su padre también había sufrido la pérdida de su esposa, incluso si trataba de pensar que su padre aún no superaba la pérdida de su esposa, Jace no podía evitar pensar que su padre lo había abandonado. Para su padre le resultó más fácil el huir del dolor que afrontarlo junto a su pequeño hijo, así que, en lo que concierne a él, su padre no merecía su respeto alguno. Volvió a dejarse caer en el suelo, quería gritar, pero no podía, tomó su frasco anaranjado y se tomó tres pastillas.
- Hola…
Pego un respingo y se sentó.
- ¿Qué haces aquí?
- Tuve que acompañar a mi hermana al dentista, así que no fui a la escuela
Contestó Ed y Jace lo miró con una ceja alzada.
- Afortunado…
Dijo el chico, volviéndose a recostar en el césped.
- ¿Por qué no fuiste a clases?
- No es de tu incumbencia…
- Bueno… - Ed abrazó sus rodillas – Es que el viernes desapareciste…
- No es de tu incumbencia…
Volvió a decir Jace.
- No… - Ed lo miró y sonrió – Ey… una pregunta… dijiste que la chica del rostro bonito no tiene novio
- No… - contestó con seriedad – No lo tiene…
- Entonces… - lo miró y entrecerró los ojos - ¿Crees que esté bien invitarla a salir?
- Ni se te ocurra
Contestó el chico con tal seriedad que hizo a Ed estremecerse por dentro.
- ¿Por qué? – Ed sonrió con sorna, tratando de mantener su personaje, necesitaba hacerlo enfadar – Si ella está soltera
- Búscate cualquier otra chica, no a Mina Peters
- ¿La conoces? – preguntó Ed, mirando de reojo a Jace – Porque nunca la veo alejarse de ese grandulón… y tampoco veo que nadie se les acerque
- Cállate…
- Bueno… supongo que… si dices que esos dos no son nada… no habrá problema alguno en que yo la invite a salir
- Hazlo si quieres, no me importa…
- Genial, planeaba llevarla al cine, ya sabes… oscuridad… escenario perfecto para…
- ¡¿Quieres callarte imbécil?! – Jace lo sostenía del cuello contra césped – No hables tonterías, menos si es sobre Mina Peters
- ¿Ella es alguien importante para ti?
Preguntó, intentando quitar la mano del chico contra su cuello.
- Cállate… y aléjate de mí…
- Sí lo es… - Ed sonrió, había logrado obtener lo que quería – Descuida… no planeaba hacer nada…
- Entonces vete, si no planeas salir con nadie vete antes de que salgas con mi pie estampado en tu trasero
- De acuerdo… me iré…
Ed lo miró por un par de segundos, Jace había vuelto a recostarse en el césped.
- Pues vete…
Fue lo único que le dijo el chico. Ed asintió, satisfecho con lo que acababa de descubrir, y se fue. Jace abrió los ojos, ya no estaba el desesperante chico. Se dejó caer en el césped y volvió a cerrar los ojos, maldiciendo a Ed por dentro. Lo que menos quería en ese momento era escuchar algo sobre Mina Peters o Edward Campbell. Golpeó el césped con su puño y se levantó, la tranquilidad se había esfumado. Sacudió su ropa y comenzó a caminar hacia su casa.
Ed se le quedó viendo mientras el chico se iba. Sonrió por dentro y anotó en su libreta “Mina era importante para Jace ¿Por qué ya no lo es?”. Theo le había dicho que no investigue nada, que no era su asunto, que no debía de meterse. Él tenía razón, a Ed no debía de importarle los asuntos de Jace, después de todo era una persona a la que acababa de conocer. Se dio media vuelta y emprendió el camino a casa. Tal vez no los conocía, tal vez no eran sus asuntos, pero Ed quería hacerlo, veía en los ojos de los demás lo mal que la pasaban. Quizá, si descubría lo que pasaba, podía intentar solucionarlo, porque él se daba cuenta que Theo y Devon tampoco sabían la historia completa, o al menos eso aparentaban. Ed pensaba que, si lo solucionaba, tal vez podría finalmente sentirse aceptado en ese lugar.
Jace llegó a su vecindario después de una larga caminata. Tenía una lata de cerveza en una mano y una caja de cigarrillos en la otra, había tomado un atajo por la calle donde estaba la única tienda que le vendía alcohol a cambio de unos cuantos dólares de más. Dejó caer la lata en su jardín y le dio una calada al cigarrillo, luego entró en la casa. Soltó un suspiro, no había nadie, aún era temprano, y no sabía qué más hacer para hacer correr más rápido las horas. Apagó su cigarro contra la pared, dejando una mancha en la blanca pintura, y caminó hacia el piano. Miró el cuaderno de su madre, las hojas sueltas se habían caído, él las volvió a poner en su lugar. Cerró los ojos y tocó una tecla, luego otra y una más. Tomó un lápiz del suelo y comenzó a anotar las notas en el pentagrama. Volvió a cerrar los ojos y de nuevo se dejó llevar.