Caspian II
No podía dejar de pensar en ella, cada vez que cerraba los ojos, la veía, tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte, su rostro, sus lágrimas, la forma en que su voz tembló cuando dijo que deseaba ser libre y luego ese beso... dioses, ese beso.
Aún podía sentirlo, el calor de sus labios, la forma en que se entregó a mí sin palabras, como si el mundo se derrumbara y lo único que existiera fuera eso, nosotros, jamás había sentido algo así, jamás, era como si mi corazón hubiera decidido por mí, como si ya no tuviera control alguno sobre lo que era correcto o no.
Me dejé caer en el sillón de mi habitación, con el pecho agitado, los pensamientos desbordándome, me pasé una mano por el rostro, intentando calmarme, pero era inútil, cada recuerdo de ese momento me hacía sonreír, y luego dolía, porque sabía que no debía sentirlo.
—Ohh, Aveline… —susurré su nombre en voz baja, como si al pronunciarlo pudiera volver a traerla a mí.
Me reí, sin humor.
Un príncipe heredero enamorado de una muchacha del pueblo, de una campesina, sería un escándalo, una vergüenza para la corte, un acto de locura... pero ¿qué importaba? ¿Qué importaban los títulos, las reglas, el linaje… si sin ella todo me parecía vacío?
Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, podía ver el fuego parpadeando en la chimenea, y pensé que así era ella: fuego, pequeña, pero capaz de incendiarlo todo.
Estuve así largo rato, perdido entre la razón y el deseo, cuando escuché el golpe seco de la puerta al abrirse, ni siquiera me dio tiempo a reaccionar.
Su voz, fría y cortante, llenó la habitación.
—Vaya... así que era cierto.
Levanté la vista, y ahí estaba ella: mi madre, la reina, vestida con su habitual elegancia, su mirada dura, esa que podía helar a cualquiera.
Cerró la puerta tras de sí, caminó despacio hasta quedar frente a mí.
—¿A qué se refiere, madre? —pregunté, aunque lo sabía perfectamente.
—No finjas conmigo, Caspian —dijo con un tono gélido—. Ya todos en palacio murmuran sobre tus… paseos con esa muchacha.
Hice una mueca, me puse de pie.
—No tiene nada de malo... solo he pasado tiempo con ella, nada más.
—¿Nada más? —repitió, alzando una ceja—. No me tomes por tonta, sé lo que haces, sé lo que sientes. Y lo sé porque se te nota, tienes la mirada de un hombre enamorado, Caspian, y eso me preocupa.
—¿Le preocupa que me enamore? —dije con amargura.
—Me preocupa que te arruines —replicó ella—, que destruyas tu futuro por una ilusión pasajera. Esa mujer no es adecuada para ti, ni lo será jamás.
Sus palabras me dolieron más de lo que quería admitir.
—Usted no la conoce.
—No necesito conocerla —interrumpió, cortante—. Su sola presencia basta para saber que no pertenece aquí.
—Es bondadosa, inteligente, tiene un corazón noble...
—Y es una campesina —sentenció ella, con voz firme—. No tiene un nombre que valga la pena, ni título, ni posición. No tiene nada que ofrecerte a ti, Caspian.
—Me ofrece lo único que usted y este reino jamás me dieron —dije con rabia contenida— paz y felicidad.
Por un segundo, el silencio se hizo tan pesado que podía escucharse el fuego crepitar, su expresión cambió, apenas un poco, pero lo suficiente para que entendiera que mis palabras la habían herido.
Aun así, no cedió.
—Eres el heredero, Caspian. Tienes responsabilidades que van más allá de lo que deseas, el reino depende de ti, no puedes comportarte como un niño caprichoso.
—No soy un niño.
—Entonces compórtate como un rey.
Su voz resonó con fuerza, me tomó por sorpresa, la reina rara vez alzaba la voz, pero esta vez lo hizo, y cada palabra suya fue como una sentencia.
—¿Un rey? —repetí con ironía—. ¿Eso quiere que sea, madre? ¿Un rey sin alma, sin corazón, sin elección propia?
—Un rey con deberes —respondió sin titubear—, uno que ponga el trono por encima de sí mismo.
Me alejé unos pasos, pasando una mano por mi cabello, frustrado.
—No entiende nada…
—Oh, lo entiendo perfectamente —dijo ella, avanzando hacia mí—. Entiendo que esa mujer te está haciendo perder el juicio. Y si no pones fin a esto, Caspian, lo haré yo.
Giré de golpe, la miré con furia.
—No te atreveras.
—¿Acaso crees que no lo haría? —preguntó, con una calma aterradora—. Ya la confronté, por cierto.
Mi sangre se heló.
—¿Qué dijo?
—Lo que necesitaba decir —respondió con indiferencia—. Le dejé claro su lugar, y si tiene algo de dignidad, se alejará por voluntad propia.
El corazón me latía con fuerza, los puños se me cerraron sin poder evitarlo.
—¿Qué le dijo? —repetí, elevando la voz.
—Le recordé que es una campesina... que no debe confundirse con su posición actual.
—Usted... ¡La humilló! —grité, dando un paso hacia ella.
Su mirada se endureció.
—Cuidado con tu tono, Caspian.
—¡No puedo creerlo! —estaba fuera de mí—. ¿Tan poca fe tiene en mí que necesita rebajarse a atacar a una inocente?
Ella respiró profundo, su expresión se volvió más severa, casi dolida.
—No lo entiendes, todo lo que hago, lo hago porque te amo, y porque me preocupa. No eres solo mi hijo, eres el futuro de este reino.
—¿Y qué hay de mi felicidad madre? —le grité.
—Tu felicidad vendrá después de tu deber —respondió con firmeza—. Siempre ha sido así.
Nos quedamos en silencio unos segundos, la rabia hervía en mi pecho, pero también la impotencia... sabía que amaba a mi madre, pero en ese momento, solo podía verla como una barrera entre Aveline y yo.
Ella volvió a hablar, más despacio, pero con la misma dureza.
—Escúchame bien, Caspian. Si insistes en seguir este camino, perderás más de lo que imaginas... no solo tu posición… también tu vida.
Fruncí el ceño, confundido.
—¿Qué está diciendo?
—Tu primo, Jeremy —dijo, bajando la voz—. Sabes bien que codicia el trono, lleva meses moviendo piezas, ganando simpatías, esperando un error tuyo para tomar lo que cree que le pertenece.
Me quedé helado.
—¿Qué?
—Sí, hijo. Él y su padre han estado esperando una oportunidad, si muestras debilidad, si el Consejo se entera de tus sentimientos por esa muchacha, lo usarán contra ti, no lo ves, Caspian, ellos ya están al acecho.
Me pasé una mano por la frente, intentando procesar sus palabras.
—Entonces… ¿qué propones?
—Haz lo que debes hacer —dijo ella con voz solemne—. Toma tu lugar, demuestra que eres el heredero legítimo. Acepta la corona.
La miré incrédulo.
—¿La corona? Tan pronto madre...
—Sí —afirmó—. Inicia el proceso hoy mismo. Hazlo antes de que ellos lo hagan por la fuerza.
El silencio volvió, pesado, interminable.
Miré hacia la ventana. Afuera, el cielo se teñía de un gris tormentoso, como si reflejara mi propio caos interno. La idea de convertirme en rey, de cargar con esa corona, siempre me había parecido lejana, incluso indeseable. Pero ahora... ahora sonaba como la única forma de protegerlo todo. El reino... mi nombre... y a ella.
Respiré hondo, y levanté la mirada.
—Está bien, madre —dije al fin, con voz firme—. Iniciaremos todo hoy, seré coronado lo mas rapido posible.
Por un instante, vi orgullo en sus ojos, asintió, lentamente.
—Sabía que lo entenderías.
Pero antes de que se marchara, agregó con ese tono de advertencia que tanto detestaba:
—Y una cosa más, hijo. Aléjate de esa muchacha, ella no es adecuada para ti.
Las palabras me cayeron como un golpe al pecho, ella giró y salió de la habitación, dejando tras de sí un silencio que me pareció insoportable, me dejé caer de nuevo en el sillón, pasándome las manos por el rostro. Todo lo que había dicho tenía sentido, y sin embargo, cada fibra de mi ser se rebelaba contra ello.
No podía simplemente alejarme de Aveline. No después de lo que había sentido, no después de ese beso. Cerré los ojos, la vi otra vez, su mirada dulce, sus labios temblando bajo los míos, la manera en que me susurró que también lo deseaba ¿Cómo renunciar a eso? ¿Cómo dejarla sabiendo que la amo más de lo que jamás amé a nada en este mundo?
El fuego ardía con más fuerza, y me levanté, caminando de un lado a otro, sin poder quedarme quieto. Mi mente era un torbellino... mi madre tenía razón en una cosa: Jeremy era peligroso. Si realmente estaba conspirando en mi contra, debía actuar muy rápido.
Y si debía convertirme en rey para proteger lo que amaba, lo haría, pero no era solo por el reino, y tampoco por mi madre... lo hacia por Aveline.
Porque si me convertía en rey, nadie podría tocarla, nadie podría humillarla... y nadie podría impedir que la hiciera mía, con todo el honor y el respeto que merecía.
Ella sería mi reina.
Me detuve frente al espejo y vi mi reflejo, los ojos los tenía cansados, con el ceño fruncido, mi rostro marcado por una decisión que ya no tenía vuelta atrás.
—Aveline… —murmuré, apenas un suspiro—, te juro que cuando lleve esa corona, nadie volverá a hacerte daño. Nadie volverá a hablarte con desprecio porque tu... seras mi mujer.
Me imaginé tomándole la mano frente a todos, colocándole una corona, no de oro, sino de amor, y una promesa de eternidad. Y aunque sabía que el camino sería oscuro, que la corona pesaría más de lo que imaginaba, también supe que valdría la pena... por ella.