Carter

2266 Words
Si no fuera el dueño de mi propia empresa, me habría regañado a mí mismo por llegar tarde. No era algo típico, me gustaba hacerme cargo de todo desde que comenzaba el día, por muy mujeriego que pudiera ser, una mujer no era lo suficientemente importante para mí como para dejar de lado mis obligaciones, mucho menos arriesgarme a perder un buen trato por no trabajar lo suficiente. Mi hermano menor sí llegaba tarde los días que quería, pero él tenía a una hermosa prometida que lo mantenía caliente por las mañanas, así que no podía culparlo. Mientras acomodaba mi corbata, me fijé que su coche ya estaba aparcado en uno de los puestos reservados del estacionamiento. Me acerqué, solo para poder ver a Savannah, pero ella ya no estaba. Omití el sentimiento de decepción, porque no debería estar tan interesado en darle los buenos días a nadie por la mañana, a menos que fuera un empresario rico que hiciera hacer algún trato con nosotros. Aun podía saborear el orgasmo que tuve anoche solo escuchando su sexy y excitada voz a través del teléfono. j***r, eso había sido increíble, y para mí, un hombre que estaba acostumbrado a tener sexo todas las noches, lo de ayer no debería haber significado tanto. Pero ella era sexy, divertida y hermosa, me excitaba a más no poder y eso sí que me tenía como un idiota. Sí, podrán pensar que soy un idiota aprovechador, pero realmente, ¿quién podía desaprovechar la oportunidad de tener sexo telefónico? Cuando Savannah me llamó y me habló sobre sus inseguridades, simplemente no pude resistirme y se lo propuse. No la toqué, pero disfruté mientras ella se venía escuchando mis palabras y no me sentía ni un poco culpable. Me había encantado y sabía que a ella también, aunque no me lo admitiera nunca. Cuando entré en el edificio, fui directamente al ascensor, saludando a Will en el camino. Pam iba de su lado, sonriéndole con coquetería y moviendo sus pestañas rápidamente, como cuando quiere obtener algo de ti a toda costa. No sentí más que satisfacción al saber que mi dato le había funcionado, muy a pesar de que ya nunca más obtuviera favores deliciosamente placenteros de ella. No me importaba cuando una mujer se iba de mi lado, después de todo, ninguna se quedaba el tiempo suficiente como para enamorarme de ella, o al menos desarrollar algún sentimiento más allá del deseo. Si se casaban o se iban a vivir al otro lado del mundo, nunca las echaba de menos, lo agradecía infinitamente porque tarde o temprano, siempre volvía al mismo punto. Las puertas del ascensor se abrieron me detuve abruptamente, una niña pelirroja vistiendo unos jeans desgastados y una camisa lila me sonrieron desde adentro. Sus ojos juguetones y vivaces me llamaron la atención, eran grandes y verdosos. No tenía más de nueve años, y tampoco la había visto antes, mucho menos aquí. Ella entró, sin intimidarse ni un poco por mi presencia y me dio una sonrisa demasiado dulce. No pude evitar devolvérsela, había algo en sus ojos que te invitaban hacerlo. Cuando las puertas se cerraron nuevamente, comenzó a marcar todos los pisos, comenzando desde planta baja hasta llegar al último piso, donde estaba mi oficina. —¿Qué se supone que estás haciendo? —pregunté, frunciéndole el ceño. Ella parpadeó hacia mí con inocencia. — Quiero parar en todos los pisos ¡y ver que hacen! —explicó, como si fuera la mejor idea que se le haya podido ocurrir a alguien. — Nunca estuve en un edificio tan alto. Miré la tabla de pisos también, brillando en verde indicando que íbamos a tener que detenernos en todos los pisos para que ella pudiera observar qué demonios hacia la gente de mi empresa. El primero, como siempre, fue RRHH. Las puertas se abrieron nuevamente y Alifer, la directora del departamento me saludó desde la distancia. Algunas de las personas se quedaron de piedra al verme, siempre que los visitaba era porque había problemas. —Genial —susurró la niña a mi lado, sonriendo encantada al ver a todo el mundo yendo de aquí para allá, máquinas y computadores por todas partes. Carraspee, mirando mi reloj. Estaba llegando tarde por doce minutos ahora y si recorríamos los cuarenta y tres pisos hasta llegar a mi oficina, entonces me demoraría más de una hora. Las puertas se cerraron de nuevo y el ascensor comenzó a subir otra vez. —¿Con quién viniste? —pregunté, despediría al responsable de dejarme a una niña que parece tener una afición con los ascensores y los pisos suelta por mi empresa. —Con mamá —respondió ella, esperando que las puertas se abrieron otra vez. Le tocó el turno a contabilidad, y Kennett, el idiota que no podía hacer nunca su trabajo bien pasó como una bala hacia su oficina, su secretaria siguiéndolo de cerca. — Debe estar como loca buscándome. —Las puertas se cerraron nuevamente. Sonreí, recordando que le había hecho aquello a mi padre muchas veces cuando era un niño. No teníamos un edifico tan grande en ese entonces, apenas éramos una empresa en construcción, pero encontraba cualquier lugar recóndito para esconderme durante horas. Siempre que me encontraba, terminaba con algún castigo por escaparme. Pero era un hombre maduro ahora, era el dueño de la empresa y necesitaba llegar jodidamente rápido. —Deberías volver con ella y dejar de volverla loca —sugerí con suavidad. Ella hizo una cara de horror bastante graciosa. —¡Mamá me mataría! —exclamó dramáticamente. Fruncí el ceño. —¿Quién es tu madre? —Savannah Jones, ¿la conoces? —preguntó ella, interesada. Tuve que haberme dado cuenta al instante. Aunque ella era pelirroja, sus facciones eran bastante similares. Ojos exóticos, nariz igual de respingada y la misma expresión obstinada cuando le mencionas algo que no le gusta. — Es rubia y muuuy bonita. Trabaja con el payaso de su cliente —siguió diciendo, mientras el ascensor ascendía de nuevo. La miré, incrédulo. —¿Qué has dicho? —pregunté. —Siempre dice que su cliente es un payaso —murmuró de vuelta. — Dice que es un tipo muy engreído —dijo, ignorando completamente que hablaba de mí. — ¿Lo conoces? Asentí, mostrándole mis dientes sin humor. — Para mí desgracia, sí. – respondí, guiñándole el ojo. Cuando las puertas se volvieron abrir, salí disparado. Era el área de marketing, el más movido de todos, el bullicio de la gente era tan agudo que me dolió la cabeza. — Hasta luego, mocosa. Las puertas se cerraron antes de que ella pudiera responder. En seguida, volví a marcar el ascensor, esperando con ansias que el otro estuviera disponible. Así lo hice, cuando el otro ascensor volvió, me metí de una vez y marqué mi piso. No me demoré más que un minuto en llegar, esta vez, sin interrupciones de ninguna niña de ocho años. Ernesto no estaba en su escritorio cuando pasé, así que suponía que aún no había llegado tampoco. Me dirigí hacia mi propia oficina, por más que me gustara mi asesora, también tenía trabajo que hacer y no podía perder el tiempo. Entonces, apenas entré, me detuve de inmediato. Verán, no era la primera vez que encontraba a una mujer en mi oficina, Pamela muchas veces me esperó desnuda y de piernas abiertas en el escritorio, otras veces tuve algunas novias intensas que me sorprendieron por la mañana para un desayuno romántico. Pero nunca vi a una niña de ocho años, sentada en mi silla, luciendo como si ella fuera el CEO. —¿Qué haces en mi oficina? —pregunté, entrando en el lugar. — Me gustó tu oficina, es grande ¡y tienes una pecera! —exclamó, corriendo hacia donde Nemo, mi pez nadaba tangentemente. Lo tenía desde hacía tiempo y me gustaba observarlo cuando me sentía estresado o enojado, era relajante observar a un animal que no hacia realmente nada. Puse los ojos en blancos y pasé a sentarme, aprovechando que la pequeña intrusa ya no estaba sentada en mi silla. —¿Sabías que los peces no soportan los ruidos fuertes que hacemos los humanos? —preguntó, y negué con la cabeza, mientras comenzaba a firmar algunos cheques para la renovación de un nuevo casino en uno de nuestros Hoteles en Miami. — Así que es mejor que no hagas mucho ruido cuando estés aquí. —Tenemos algo en común entonces —respondí con sarcasmo. — No nos gustan los ruidos, ni las personas que lo hacen. No pensé que una niña de ocho años pudiera detectarlo, pero me dio una mirada de reproche, luciendo como mi madre cuando algo no le está gustando. Caminó de vuelta hacia mí y se impulsó, sentándose en mi escritorio. Detuve lo que estaba haciendo para mirarla con incredulidad, ¿de dónde había salido esta niña? Se parecía demasiado a su madre, engreída, pensando que el mundo era suyo solo porque tenía unos preciosos ojos. —¿Sabías que los gusanos van a comer tu cerebro cuando mueras? —preguntó de nuevo, parecía una enciclopedia andante. —No, no lo sabía y no era algo que hubiese querido saber tampoco —respondí, suspirando, tratando de encontrar paciencia de alguna parte dentro de mí. — ¿Sabías que estás sentada sobre unos documentos que valen una fortuna? —gruñí, dándome cuenta de que iba a tener que decirle a Ernesto que imprimiera de nuevo los documentos antes de irme a la junta de esta tarde. —Mamá dice que es de mala educación gruñirle a la gente —aclamó. —¿No te ha dicho también que es de mala educación meterse a las oficinas sin ser invitada? Ella negó con la cabeza, viéndose jodidamente tierna. Justo en ese momento, su madre entró en la oficina. Tuve que tragar fuerte al darme cuenta de que estaba usando otra vez una de esas faldas ajustadas a su cuerpo, que la hacían ver como si acabara de salir de una sesión de fotos. Sus mejillas estaban sonrojadas y evitó mirarme mientras entraba en la oficina. —¡Brianna Howard bájate ya de ese escritorio! —ordenó, y a su favor, la niña lo hizo de inmediato, dejando por fin de machucar mis documentos. — ¿No te he dicho que es de mala educación entrar a un lugar sin ser invitada? Alcé una ceja y ella me sacó la lengua. Jodidamente me sacó la lengua, una niña de ocho años, y no pude evitar reírme, porque ¿qué demonios? Savannah se sonrojó aún más y la tomó de la mano, demasiado avergonzada, aunque algo me decía que no era por su hija. —Lo siento, a veces no conoce límites —explicó, pero seguía sin mirarme. —No se aceptan niños aquí —dije, mirándola fijamente, quería que me viera a los ojos. —Sí, lo siento, no tengo con quien dejarla y no tuve más opción —respondió. — Se mantendrá en mi oficina todo el tiempo, no te preocupes. Se dio la vuelta para irse, pero la detuve, llamándola. —Deja a tu hija en su oficina y ven, necesito hablar contigo —ordené, notando cómo su cuerpo se tensaba. Asintió simplemente y se fue, saliendo de mi oficina. Conté los cinco minutos que le tomó volver a la oficina. Se veía un poco más tranquila, pero seguía sin mirarme a la cara y era algo que estaba molestándome de verdad. No podía simplemente ignorarme y actuar como si hubiese cometido un pecado capital, solo por actuar como dos adultos con deseos y necesidades. Ella quería un orgasmo, yo quería uno también, y lo hicimos posible juntos. ¿Qué de malo había en eso? No me iba a casar con ella, ¡por Dios santo! —¿Necesitas algo? —Mírame Savannah —pedí, y ella lo hizo, sus ojos conectaron con los míos y me encendí. — Necesito que dejes de actuar como una chiquilla, porque justo ahora, esa actitud solo está volviéndome loco. Y créeme, lo de anoche me dejó lo suficientemente mal. Abrió la boca, sus ojos abriéndose como platos, incrédula. —¡Dijiste que no hablaríamos sobre lo de anoche! —exclamó. —No hablaremos sobre eso, porque entonces tendría que recordar lo bien que se escucharon tus gemidos, y lo mucho que quiero que eso se repita, entonces, me voy a poner duro y tú no quieres estar cerca si eso pasa. Hizo una mueca de fingido asco. —Eres asqueroso —dijo, pero estaba sonrojada y su respiración era irregular, afectada. —¡Y tú eres una mojigata! Fue sexo telefónico, no te quité la virginidad. —No se repetirá, no voy a convertirme en una de tus amantes —respondió, sonando demasiado segura de sí misma. — Ahora volveré al trabajo y olvidaremos lo de anoche, porque no significó nada, fue solo un momento de debilidad que no se repetirá. Le di una sonrisa fría. — Eso es pura mierda, desde que nos conocimos hubo una atracción inmediata, deja de fingir que no lo notaste. —No todas las mujeres babean por ti Carter, entiéndelo de una vez y madura —gruñó, antes de darse la vuelta para salir, pero la llamé en el ultimo momento, deteniéndola. —Aun no me has admitido que tenia razón -susurré, sonriendo con engreimiento. - No te preocupes, tus exquisitos gemidos anoche me lo dieron. Abrió la boca para responder, pero no encontró ninguna respuesta lo suficientemente buena, maldijo y se fue, cerrando la puerta con fuerza.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD