Vasili Mi tímida bibliotecaria ya no es tan sumisa cuando ve el avión, pero su cuerpo que se agita responde a mi corrección. Mi palma aún hormiguea por haber azotado su esbelto trasero, y esa breve corrección enciende en mí el deseo de castigarla más. Más fuerte. Más severo. Inhalo profundamente el aire frío y controlo mis impulsos. Habrá tiempo para entrenarla. Primero, debo llevarla a casa. Su pequeño cuerpo tiembla sobre mi hombro y aprieto mi agarre. No la mimaré, pero su sumisión es por su propio bien. Cuando comienzo a subir hacia el avión, ella vuelve a forcejear. —Basta —gruño. Se queda quieta—. Vendrás conmigo. Lo único que puede hacer es gemir, su voz silenciada por la mordaza. Mis hombres permanecen firmes, esperando mis órdenes. Uno de ellos recorre con la mirada su atract

