Elena
Estoy registrando mi salida en el reloj checador cuando una sombra oscurece la puerta detrás de mí. Mi corazón late más rápido cuando reconozco su silueta.
—Vasili—, lo saludo, sobresaltada. —Me asustaste.
Él se apoya en el marco de la puerta. —Lo siento—, dice con una sonrisa. Su voz es suave pero profunda y ronca, resonando en la habitación silenciosa. —No fue mi intención asustarte. Me preguntaba si tenías planes para cenar esta noche.
Casi se me caen los libros que sostengo. Saqué un par que planeaba leer esta noche.
—¿Cenar?— pregunto de manera torpe. Nadie me había invitado a salir antes. ¿Es esto una cita?
Miro hacia abajo, a mi ropa, cubierta de polvo. Hoy pasé el día limpiando los archivos, y debo parecer un desastre. —Yo… ¿tengo tiempo de ir a casa a cambiarme?
—No es necesario—, dice con una sonrisa, sus ojos penetrantes mirándome rápidamente. —Nada elegante, en realidad.
Bueno, entonces.
—Está bien—, digo, pero las palabras de la mujer en la cafetería vuelven a mi mente.
Hermoso y peligroso.
Es una descripción acertada. Un león al acecho, depredador y poderoso.
¿Estoy cometiendo un error?
Pero cuando él toma los libros de mis manos y los sostiene, luego me sonríe de esa manera que hace que mi estómago se revuelva, silencio las dudas en mi mente. No dejaré que mi imaginación me gane esta vez.
—¿Adónde vamos?— pregunto, tratando de mantener la calma y no actuar de manera tonta como el día anterior.
—Oh, tengo un lugar en mente.
Salimos de la biblioteca y hablamos con facilidad. Él me pregunta sobre los libros que estoy leyendo, y le cuento sobre el libro de poesía irlandesa que saqué hace unos días. Omito mencionar la novela romántica que estoy leyendo. Se siente tan tonta y frívola junto a él. Pero él no se pierde nada.
—Pero eso no es todo lo que estás leyendo—, dice, con una mirada curiosa y correctiva. —¿Qué más hay?
—Oh—, digo, ruborizándome. —Bueno, leo romance.
—Mhm—, dice. Me lleva a una taberna, y el olor a bistec y papas hace que mi estómago gruña de hambre. —Cuéntame.
—Es tonto—, digo, sacudiendo la cabeza, pero él simplemente me mira. Esperando.
Y así lo hago. Hablo y hablo sobre mis libros mientras él nos pide bebidas y la cena. El vino es rosado y dulce, y sabe tan bien después del largo día que he tenido. Pronto, un gran plato con un bistec chisporroteante, una papa al horno y espinacas marchitas está frente a mí. Lo miro sorprendida. Estaba tan ocupada hablando que no me di cuenta de que él pidió por mí. Nunca me preguntó qué quería.
Se me hace agua la boca.
Él mueve un tenedor hacia mi plato. —Come—, instruye, cortando su propio bistec. Normalmente soy cohibida, pero de alguna manera, él me hace sentir cómoda.
Como vorazmente mientras él me sirve más vino. Me pregunta sobre mi familia y amigos, y me siento cada vez más cómoda con él. Le digo que no tengo familia ni amigos de los que hablar.
—Mis libros son mis amigos—, le digo, riendo con facilidad después del tercer vaso de vino. Ahora no parece tan triste y solitario cuando le cuento mi vida. Estoy cálida y cómoda, con el estómago lleno.
Él pregunta sobre la escuela y la universidad, se ríe en los momentos adecuados y se pone extrañamente callado y pensativo cuando le cuento cómo me acosaban en la escuela.
—¿Te acosaban?— pregunta. —Cuéntame.
Y lo hago. Él ordena, y yo respondo. Se siente fácil. Casi natural. Sintiéndome más libre para hablar del pasado ahora que he bebido vino, le cuento sobre el cuidado en hogares de acogida, cambiar de escuela y cómo algunos de los niños con los que fui a la escuela me trataban.
—Los niños pueden ser crueles—, dice con el ceño fruncido. —Me gustaría ver a alguno de ellos tratarte así cuando estás conmigo.
Parpadeo, sorprendida. —A mí también me gustaría ver eso—, digo con una sonrisa.
Pero él cierra la boca como si hubiera dicho demasiado. Cuando parte el pan en sus manos, las migas caen sobre el plato. Toma un bocado salvaje y mastica el pan en silencio, lo traga con un gran sorbo de su bebida, luego hace un gesto y me da una sonrisa forzada. Su repentina ira me sorprende y casi me sobresalta, pero no del todo.
—Cuéntame más sobre ti.
Me pregunta sobre mis hobbies e intereses. Pero todo el tiempo que hablamos, él no me dice nada sobre sí mismo. Hablamos de literatura, películas y los tipos de música que escuchamos. Es un conversador animado, y estoy muy entretenida con todo lo que dice. Sigo haciéndole preguntas sobre él hasta el punto de que casi resulta grosero, pero él evade la mayoría.
—¿De dónde eres?— le pregunto.
—De Moscú—, dice, cortando su bistec.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?— pregunto, tomando un sorbo de mi vino.
—Oh, un tiempo—, dice, antes de llamar al mesero y pedir la cuenta.
Aparto la mirada cuando él toma la cuenta y susurro un "gracias". Esta cena costó más de lo que puedo permitirme, pero no quiero parecer tonta o ridícula, así que me guardo mis pensamientos mientras él paga. Tengo sueño por el vino y estoy agradablemente llena.
Mi cabeza se siente un poco confusa y pesada. Me pregunto si he bebido demasiado vino. De repente, tengo mucho sueño. Tanto sueño. Dejo caer mi tenedor y lo miro.
—Estoy muy cansada—, le digo, decepcionada. Me gusta cómo me siento cuando estoy con él ahora. No quiero que nuestra noche termine. —¿Me llevarás a casa?
—¿Estás bien?— pregunta, inclinándose sobre la mesa. Asiento, parpadeando furiosamente para mantener los ojos abiertos. Estoy vagamente consciente de que él se levanta, saca su billetera y saca un fajo de billetes. Deja algunos sobre la mesa y se acerca a mí.
—Ven, ahora, Elena—, dice con su voz profunda y acentuada. Miro la mano grande que me ofrece y me pregunto. ¿Qué ve él en mí? ¿Qué podría interesarle en una mujer aburrida, sencilla y mucho más joven como yo?
—Gracias—, le digo, mis ojos se cierran de sueño.
Estoy tan cansada que me apoyo contra su brazo, y él casi me arrastra fuera del restaurante hacia su coche. La puerta se abre con un clic y me desliza en el asiento. Mi cabeza cae hacia un lado y mis ojos se cierran.
—Hace calor aquí—, le digo. —Muy cómodo—. Pero me quedo dormida antes de escuchar su respuesta.
Cuando despierto, parpadeo sorprendida. No sé dónde estoy, y un miedo repentino me golpea el pecho con una oleada de adrenalina.
¿Estoy soñando? ¿O estoy despierta?
¿Qué pasó?
Me duele la cabeza y mis párpados pesan. Me cuesta abrirlos.
Parpadeo, pero está tan oscuro que no veo más que una negrura densa. El pánico se agolpa en mi pecho cuando intento mover mis extremidades. Algo me ata, mis muñecas y tobillos están sujetos con fuerza. Abro la boca para gritar, pero tengo una mordaza. Grito y grito contra ella, pero lo único que sale es un sonido ahogado e ininteligible.
Cierro los ojos y me obligo a quedarme quieta. Necesito averiguar dónde estoy y qué está pasando. Entrar en pánico no me ayudará.
¿Dónde estoy?
Me dormí. En el coche de Vasili.
Él me llevó en su auto y me quedé dormida.
¿Me drogó? Debió haberlo hecho, porque casi me desmayé después de la cena. Quiero gemir de frustración, pero me contengo. He sido estúpida e ingenua. Tan estúpida.
Una puerta se abre y la luz inunda la habitación. Parpadeo, momentáneamente cegada. Voces ásperas hablan en un idioma extranjero. Contengo la respiración. Reconozco la voz de Vasili, pero no entiendo lo que dice. Quiero gritar y llorar. Todo fue una farsa. No significó nada.
Un hombre se acerca a mí. Alzo la vista hacia él y, cuando nuestros ojos se encuentran, frunce el ceño. Lleva un gorro tejido y un abrigo n***o, con una bufanda cubriéndole la boca, pero todo lo que veo son sus ojos crueles y oscuros.
Escupe unas palabras en ruso, y se escucha un revuelo de pasos. Entonces, Vasili aparece en mi campo de visión. No sé ruso, pero lo que sea que le haya dicho al otro hombre lo hace apartarse de inmediato, dejándonos solos.
Levanto la mirada hacia él y, en cuanto mis ojos se nublan con lágrimas, aparto la vista rápidamente.
Me traicionó. Pero en su mirada no hay arrepentimiento.
Mi pulso se acelera cuando me doy cuenta de que esto era lo que planeaba desde el principio. Su expresión es dura y severa cuando se inclina para recogerme, y su acento es más grueso de lo que jamás lo he escuchado, apenas inteligible.
—No luches contra mí —dice—. Nada de gritos ni forcejeos. Harás exactamente lo que te diga.
Incluso cuando fue amable, supe que era un hombre al que se debía obedecer.
Me levanta con facilidad en sus brazos y camina hacia la salida. ¿A dónde vamos? Mi respiración se vuelve irregular y mis ojos se llenan de lágrimas. Estoy indefensa y aterrada, intento hablar, pero la mordaza ahoga mis palabras.
—Silencio, Elena —gruñe, caminando con pasos largos y decididos.
Pero no puedo. No puedo dejar de resistirme. Me sacudo y retuerzo, tratando de liberarme, suplicando y rogando contra la mordaza porque no sé dónde estoy ni a dónde vamos, pero sé que, si me lleva con él, no habrá vuelta atrás. No puedo permitir que haga esto.
Un hombre detrás de él murmura algo en ruso, y Vasili gira de inmediato para lanzarle una mirada fulminante. Le responde con unas palabras cortantes. El hombre, que parecía desafiarlo, baja la cabeza como un cachorro regañado y se aleja. Vasili domina a este grupo de hombres, y yo estoy completamente a su merced.
Estamos en la fría y oscura noche, pero la luz de la luna brilla sobre el cuerpo plateado y reluciente de un avión.
No.
El pánico explota en mi pecho cuando Vasili nos acerca más.
No.
Nunca he subido a un avión. Me aterrorizan. Y sé, en lo más profundo de mi ser, que si me sube a ese avión, nunca escaparé. Sin ningún contacto con lo que conozco, seré su prisionera. Tal vez ya lo soy.
La certeza hace que las lágrimas rueden por mis mejillas. Doblo mis esfuerzos, sacudiéndome y retorciéndome, tratando de gritar, pero no puedo escapar.
Con un gruñido, me voltea sobre su hombro y su gran palma golpea mi trasero una, dos, tres veces.
—Dije que no luches —dice—. Ahora eres mía, Elena. Me obedecerás.
El impacto de los azotes me deja en shock, sometida por la sorpresa.
Un shock que me empuja a una sumisión involuntaria.