Capitulo 3

1803 Words
Bastián Estoy esperando a que Miranda llegue. Había tratado de hablar con ella y lo único que recibí fue un golpe en las bolas que aún duele. Cierro los ojos y acaricio mi m*****o. Maldita sea, ¿por qué tiene que actuar de esa manera? Escucho que se abre la puerta del despacho y ni siquiera abro mis ojos, pues sé que no es ella, así que ya imagino de quién se trata. De pronto, me lanza una bolsa de guisantes congelados. Yo abro los ojos y lo miro mal; él solo sonríe despreocupado y se sienta frente a mí. Yo tomo la bolsa y la coloco en mis partes; aún siento como palpitan. —Vaya, que esa chica te tiene doliendo las bolas, y es literal. Yo le lanzo la bolsa de guisantes y lo miro mal. Es mi amigo desde que estamos en secundaria, pero a veces no entiendo cómo lo soporto. —Cállate, Cristopher, no sabes lo difícil que esto es para mí. Él borra su sonrisa y suspira. —Vamos, Bastian, no te entiendo. ¿Por qué, si tú la amas, sigues despreciándola por una mujer que lleva años alejada de ti? Además, no nos hagamos idiotas, tú nunca has amado a Casandra, esa mujer... Yo cierro mis puños solo de escuchar su nombre y de recordar todo lo que ha pasado por culpa de Miranda. No, yo no puedo amarla. No, esto es un error. —Ni siquiera la menciones. Y lo peor no es eso, el dolor de bolas que me ha provocado Miranda... me ha pedido el divorcio y está muy decidida. ¿Sabes lo que eso significa? Pero no me importa lo que haga, no pienso dárselo. Ella tiene que pagar por lo que alguna vez hizo. Él guarda silencio por un momento. De pronto, se pone de pie y palmea mi espalda. —Lo siento, amigo, pero no tienes manera de negarte. Han sido muchos años despreciándola. —Y serán muchos más. Sabes que Casandra está así por salvarme de aquel accidente que provocó Miranda, por ser una niña caprichosa y consentida, por no aceptar un "no" como respuesta. Así que jamás le daré el divorcio; la tendré a mi lado hasta que pague por lo que ha hecho. Él guarda silencio por un momento y yo solo puedo pensar en por qué ella nos ha hecho tanto daño. No logro entender. Cristopher chasquea la lengua y rasca su nuca. —No lo sé, amigo. En este tiempo he logrado conocer un poco a Miranda y la verdad es que no la creo capaz de hacer daño. Piénsalo, todo estuvo demasiado extraño. Yo lo miro con los ojos entrecerrados. Extraño, porque extraño. Éramos amigos y yo amaba a Casandra. Le dije que le pensaba pedir ser mi novia y ella simplemente trató de jugar con mi mente, diciendo que Casandra no era lo que pensaba. Y después sucedió lo que ya todos sabemos. Agacho la cabeza y sonrío con sarcasmo. Cuando miro a mi amigo, niego. —No te dejes engañar, Cristopher, por su linda cara. La conozco mejor que tú. Es por eso que jamás podría enamorarme de ella. Él suspira y en eso se escuchan unos toques en la puerta. Yo estoy por contestar, pero me quedo helado con lo que él me dice. —Te conozco mejor que nadie y a mí no me puedes mentir. Te puedes mentir a ti mismo todo lo que quieras, así que sigue repitiendo eso todo el tiempo hasta que llegues a creerlo. Te dejo porque supongo que tu esposa ha llegado. Te veo en la oficina. Él se da la vuelta y yo tallo mi rostro con frustración. Dios, en el pasado tuve dudas. Ahora no puede ser así, no puedo dudar de mis sentimientos. Cuando Cristopher sale, ella le sonríe y entra al despacho, pero cuando su mirada se cruza con la mía, su sonrisa se borra. Yo la miro atento y no voy a negar que ella es hermosa: su dulce rostro, su cabello rubio rizado, sus ojos azules, tan azules como un mar abierto, su piel blanca como la nieve, ese cuerpo que prácticamente esculpieron los dioses. Sí, es perfecta, pero su corazón es tan n***o que ni volviendo a nacer podría cambiar. —¿Y bien? ¿Seguirás mirándome de esa manera o simplemente dirás de qué quieres hablar? Yo suspiro y cierro mis manos en puños. —¿Dónde diablos estabas? Te estuve buscando y no te encontré por ningún lado. ¿Acaso ya tienes a alguien? Por eso tu prisa de que firme ese estúpido divorcio. Ella se acerca a mí con una sonrisa sarcástica y me golpea en el pecho con su dedo. —¿De qué manera quieres que te lo diga? Que no te debe importar mi vida. Deja de meterte en mis asuntos y respecto al divorcio, Dios, te estoy dando la oportunidad de que vuelvas con la mujer que amas. ¿Por qué tanto problema? Mierda, ahora estás más pendiente de mí que de lo que estuviste estos tres años de matrimonio. Definitivamente no te entiendo. Yo me acerco a ella y la tomo por los hombros. No puede hablarme de esa manera después de que ella es la responsable de este estúpido matrimonio. Ahora ya no me necesita, me quiere desechar como algo inservible. Está completamente loca si piensa que se lo voy a dejar tan fácil. —Pues soportarás este matrimonio hasta que yo lo decida y no me importa dónde te estás quedando. Volverás a casa porque sigues siendo mi esposa y no voy a permitir que te comportes como lo estás haciendo. Ella trata de soltarse, pero yo la tomo de la cintura y la pego a mi cuerpo. Dios, ese maldito aroma que me vuelve loco. Esta mujer me tiene mal. —¡Suéltame, Bastian! ¡Maldita sea, suéltame! Te has vuelto loco o estás ebrio. Primero vas y me buscas, y después vas y haces un escándalo en casa de mi padre. Y ahora no te quieres divorciar. ¿Qué seguirá? ¿Me dirás que me amas y por eso no quieres el divorcio? Yo la miro atónito y de inmediato la suelto. Me alejo de ella y le doy la espalda. Mierda, ¿qué diablos estoy haciendo? Paso mis dedos por mi cabello y niego. No, yo no puedo amarla. —¿Qué pasa, Bastian? ¿Acerté en lo que dije? Pues déjame decirte que pierdes tu tiempo. No te amo. Estoy seguro de que mi respiración se ha detenido completamente. Ya no me ama, de verdad. Ella ha dejado de amarme. ¿En qué momento? Dios, mi corazón empieza a latir tan fuerte, pero no lo puedo demostrar. Me doy la vuelta y la miro con los ojos entrecerrados. —¿Tú crees que eso me importa? No me importa lo que sientes. Me obligaste a casarme contigo y así seguiremos. Yo me encargo de tu padre. Ahora deja de decir estupideces porque solo en tus sueños yo te podría amar. ¿Lo entiendes? Así que solo pórtate bien y ve a tu recámara. Ella me mira y me sonríe. Dios, a pesar de que esa sonrisa es burlona, también es preciosa. Empieza a negar y yo suspiro, pellizco el puente de mi nariz y la miro molesto, pero ella se da la vuelta y solo me dice: —Vete al infierno y ahí quédate junto a Casandra. ¡Sean felices, idiota! Yo abro y cierro la boca como un pez fuera del agua. Mierda, ¿desde cuándo tiene ese carácter? Siempre fue dulce, callada y complaciente. Ahora parece decidida, fuerte y muy hermosa. No, no puedo estar pensando de esa manera. Me acerco al mini bar y me sirvo un whisky. Alguien toca a la puerta y sonrío, pues sé que lo ha pensado mejor y se ha arrepentido. —Adelante. Cuando se abre la puerta, frunzo el ceño, pues es mi nana. —Niño, la señora se ha ido. Dio la orden de mandar sus pertenencias a la casa de su padre. Yo abro los ojos como platos. Mierda, no se fue a su recámara como le dije. Paso por un lado de mi nana y salgo corriendo de casa. Solo veo cómo su coche sale de la propiedad. Mierda, mierda, maldita sea, Miranda. Pero si ella piensa que hará lo que quiera, está muy equivocada. Camino de regreso dentro de la casa y mi nana está esperando indicaciones. Me paro frente a ella y le sonrío. —¿Qué hago, niño? ¿Mando toda su ropa como lo ordenó? Yo niego, pero no dejo de sonreír, aunque por dentro me esté llevando el diablo. —Por supuesto que no. Ella volverá pronto, de eso estoy seguro. Me doy la vuelta y doy el primer paso cuando mi nana me detiene. —Niño, ¿no crees que eres muy duro con ella? No me malentiendas, yo te quiero como un hijo, pero ella es muy buena y no merece tu frialdad. Además, tú no eres así. Sabes que a mí no me puedes engañar. ¿Por qué no firmas los papeles y la dejas ser feliz? Los dos son jóvenes, pueden rehacer su vida. Ella puede conseguir a alguien y tú... —No, nana, no vuelvas a repetir eso. Ni yo estaré con nadie y ella tampoco. Ya te lo dije, esto se arreglará pronto, ya lo verás. Empiezo a caminar y solo escucho.“Eso espero, eso espero". Yo llego a mi despacho y cierro la puerta. Me recargo en ella y suspiro. No, ella no puede estar con nadie más. Camino hacia mi escritorio y tomo mi teléfono. De inmediato llamo a Cristopher. Él me contesta al segundo tono. —No me digas, ¿te volvió a patear las bolas? Lamento decirte que estoy muy lejos, pero en la cocina hay un aparato muy grande que se llama enfriador. Si lo abres, encontrarás montones de bolsas de guisantes y esas te ayudarán a tus pelotas a controlar el dolor. Yo volteo los ojos con fastidio. Dios, de verdad es mi amigo. Imagino si fuera mi enemigo. Dios, es lo peor. —Cállate, Cristopher. Necesito que investigues dónde se está quedando Miranda lo más pronto posible. Él guarda silencio un momento y yo bufó. Mierda, si se queda callado es que aquí viene el sermón. —¿Te das cuenta de que si se entera no te pateará las bolas? Te las cortará. —Cristopher, solo haz lo que te digo. Cuelgo el teléfono y me recuesto en el sillón. Cierro los ojos y ella viene a mi mente con esa hermosa sonrisa que parece enamorar a todos sin proponérselo. No, a mí no. Yo no me puedo enamorar, no de ella.
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