I mi asco de vida
Mi portal muchas veces huele a marihuana quemándose. No es mal barrio, bueno eso creo. Era un barrio obrero y familiar, cuando era una niña, las noches de verano salíamos a la calle y mientras los adultos se sentaban a hablar en los bancos, los niños nos juntábamos en diferentes grupos de edad, los más pequeños jugábamos cerca de los adultos y los adolescentes se ponían un poco más lejos para hablar o hacer lo que quiera que hicieran. Yo era aún pequeña. Pero no me parece que el barrio haya cambiado tanto. He vivido un tiempo fuera, he tenido un par de parejas de diferentes sitios y luego yo sola, pero las cosas no me han ido muy bien y he terminado volviendo a la casa de mis padres.
La mayor parte del tiempo me siento como si no perteneciera al aquí y al ahora, no siento los lazos familiares y aunque cada semana comparto mesa con la familias, no siento ser como ellos. Siempre estoy fuera de lugar, nadie me llena, nada me satisface. A veces miro a la gente y me parecen insignificantes, incluso más que yo, que soy aún menos que una gota en el océano.
No soy una princesita, ni mucho menos, puedo tener el lenguaje de un camionero si hace falta, he tenido muchos trabajos y en algunos he trabajado donde solo lo hacían hombres, y se aprende mucho si eres observadora. Ahora trabajo donde va surgiendo, no puedo dejar de trabajar, pues tuve la genial idea de pedir un crédito para ir a la universidad cuando ya había cumplido los 35, así que aquí estoy, diez años después, intentando acabar la dichosa carrera, sin un puto duro y un crédito por pagar, con un trabajo de mierda y condenada a vivir en casa de mis padres, ¿se puede estar peor? Sí, sí que se puede, así que mejor voy a cerrar mi linda boquita.
Que aburrido es mi trabajo, y no me refiero a que no tenga trabajo, es que es una soberana pesadez aguantar a la gente que entra, sale y pregunta. Creo que llevo demasiado tiempo en él. Si solo pudiera encontrar algo que me llenara, algo de lo que he estudiado y se me da bien, solo una oportunidad, y lo bordaría. Pero aquí sigo, a veces creo que voy a caer dormida sobre el mostrador, la pesadez de los ojos no me deja pensar con claridad y me agobia que mi vida, en este aspecto tampoco tenga rumbo. Desde que estoy en este trabajo el cuello me cruje cada vez que lo giro para despejarme, si esta no es señal de que debo cambiar, no sé qué más necesito.
Viernes 13:30, hora de perder de vista esta prisión por dos días, pero antes tendré que comprar algo, la nevera y el congelador están vacíos. El pequeño súper donde suelo hacer la compra al salir del trabajo está en un barrio de mala fama, entre el final del pueblo y la zona industrial, me viene muy bien porque está de camino a casa y los viernes suelo pasarme después del trabajo, así aprovecho el tiempo.
Está sonando por los altavoces Umbrella de Rihanna, la gente no suele hacer mucho caso de esas cosas, pero soy una melómana, me gusta rodearme de música y agradezco la oscuridad que me infunde esa canción. Llevo mi carrito por los pasillos sin prestar atención más que a mi compra y a la música. De repente y carrito choca contra algo y los productos que la otra persona lleva en los brazos vuelan por los aires. Algunos caen al suelo. Mis ojos que miran los productos, suben desde el suelo, pasando por mi carro y la ropa holgada del hombre que tengo enfrente. “Vaya, no podía ser otro”, pienso intentando que mi gesto no muestre el pequeño vuelco que da mi corazón. Por mucho tiempo pensé que podríamos ser amigos, o algo más. Nunca pasó y yo ya no espero nada. “Y ahora, ¿Qué digo?”
-Em…. Lo siento, no te vi. - Estoy petrificada, no puedo ni agacharme para ayudar a recoger lo que se ha caído. Él me mira a los ojos y no puedo descifrar su mirada, parece que una leve sonrisa aparece en sus labios, pero no estoy segura. - ¿Estas bien? - pregunto por fin. Él se acerca, coge toda su carga con una sola mano y posa la otra en mi hombro, rozando mi cuello.
– Siempre tan esquiva- Solo dice eso, pero su mano parece quemarme la piel. Me doy media vuelta quitando su mano, tirando de mi carrito hacía atrás y huyo de Raul por los pasillos del súper. Esto ya es una costumbre, he perdido la cuenta de las veces que he huido de él lo largo de “nuestra historia”, desde aquella primera vez en la discoteca, cuando solo éramos dos adolescentes.
Hay muchas razones por las que lo hacía, las más importantes es que no quería ser una más de sus muescas en el revólver y la otra, que no me gustaban los pequeños negocios paralelos que se traía con sus colegas. Aunque le tengo que agradecer que, de manera indirecta, me ayudara a dejarlo con un tío con el que viví, me sentí con fuerzas gracias a él, pero no lo sabe, y no tengo intención de decírselo. No tengo ganas de comprobar cómo esto sería gasolina para el fuego de su ego.
He terminado la compra, pagado y guardado las bolsas en mi coche en menos de diez minutos. Batiendo records. Me monto en el coche y me dirijo a la salida más alejada de la principal, para no volver a cruzarme con Raul, pero al mirar por el retrovisor le veo, mirando en mi dirección viendo como salgo del aparcamiento con mi coche. Lo peor es que para regresar a casa tengo que tomar dirección a la misma calle por la que tiene que pasar él. Los coches no dejan de pasar y no puedo incorporarme hasta que tengo un hueco para salir entre ellos. Justo me hacen pasar por su lado y no puedo evitar mirarle. Me devuelve la mirada, una sonrisa y tira un beso al aire. Vuelvo la vista a la carretera y sigo para mi casa muerta de vergüenza y de pena. No era el reencuentro que imaginaba.
Tengo pendiente tantas cosas por hacer, pero con esta sensación de cansancio y el dormir poco no me apetece hacer nada. El móvil suena, la pantalla se pone en blanco y se ve la foto y el nombre de mi prima Bea, es medio año más mayor, pero siempre nos hemos llevado bien. Al ver la pantalla pienso: “Malo, ¿Qué pasará ahora?”
-Hoooola, ¿Cómo estás?
- ¿Qué pasa bella? - dice Bea al otro lado de la línea.
-Poca cosa, aquí estoy, acabo de llegar a casa-
-Muero por una cerveza y un pincho de tortilla- Muy sutil... pero no tengo muchas ganas de salir
-Bea, no me apet- Me corta la palabra.
- ¡No! no vuelvo a admitir otro no, no salimos hace meses, te estas apolillando. Toda. - La comisura de mis labios se levantan, me hace sonreír porque tiene razón, además de la indirecta. Y también muero por un pincho de tortilla del Gallego.
-Venga, va. Pero solo un rato que mañana tengo que hace cosas. - “Soy una facilona”, pienso sobre mi misma.
- ¡Que dices loca! Mañana es sábado, así que sin hora. –
-En serio, tengo que estudiar un poco, no he podido hacerlo en toda la semana. – digo intentando ser la misma aguafiestas que soy últimamente. Cuando éramos adolescentes me apuntaba a cualquier cosa con ella, a espaldas de los padres nos hemos divertido mucho, lo seguimos haciendo, pero necesito acabar con la maldita carrera de una puñetera vez.
- Buenos, ya veremos. A las nueve en la esquina. Ciao prima. – No me hace falta que diga que esquina. Es la que forma la calle de casa de mis padres con la calle de la antigua casa de su madre.