Sofía y yo estábamos sentadas en mi cama, rodeadas por montones de ropa y accesorios que habíamos seleccionado para vender. Las cajas vacías se apilaban en una esquina, y el aire estaba impregnado de una mezcla de vino, queso de cabra, pizza, y una pizca de nostalgia. Parecía que estábamos organizando la venta de garaje más glamurosa de la historia. —Sofi, hay algo que no te he contado —dije, rompiendo el silencio mientras mis dedos acariciaban la superficie de una vieja caja de madera que había encontrado al fondo de mi armario. Sofía levantó la vista de un par de tacones Louboutin que estaba fotografiando. —¿Algo más? Porque después de que admitieras que nunca has visto El Padrino, no sé si mi corazón puede soportar más revelaciones —bromeó, llevándose una mano dramáticamente al pecho

