104. EL SUEÑO DEL MÁRTIR

2981 Words
Tenía siete días para hacer todo lo que quisiera. Me tomé los primeros cuatro para golpearme en diferentes momentos dándole un banquete exquisito, pero ella no se quedó atrás pues también me daba el mío para soportar tanto como fuese posible. Siempre, previo a iniciar con ella, vestía mi cuerpo cubriéndome de pies a cabeza, no quería sus asquerosos fluidos sobre mí, aunque al mismo tiempo ansiaba bañarme en su martirio… quizás en el infierno lo repita, ya veremos. En esos días insertaba clavos en sus codos, detrás de la rodilla y le hice un par de perforaciones cuando encontré el piercing, sus pezones quedaron bastante inflamados, pero en fin, no es asunto mío, todavía no soy médico y no estoy obligado en atender a nadie. Sin embargo, llegado el quinto día, era mi turno de deleitarme como correspondía, no contaba con tanto tiempo y después de eso debía actuar rápido. —Dime Maddy, ¿alguna vez te interesó saber algo de medicina? —Ya cállate imbécil —contesta fastidiada y sin ningún interés. En poco tiempo me acostumbré a disfrutar sus insultos, especialmente cuando no sabía si la torturaría a ella o a mí, siendo por lo general mi turno, pero hoy las cosas cambiarían un poco. —Déjame darte una lección rápida, quizás te sirva algún día —tomé un cuchillo de 10 centímetros delgado. —Verás, si te golpeas tanto en la parte frontal como en la posterior, lo cierto es que la rodilla no cuenta con la suficiente musculatura que la proteja. La capa superior de la rótula, llamada periostio, está plagada de nervios sensoriales —mencioné lo último con deleite. —pero la interior, no posee demasiada piel ni músculos, así pues, ante cualquier daño, el cuerpo lo intensifica mucho, mucho más. En resumen: cuando nos golpeamos fuerte en la rodilla, el cuerpo envía señales de dolor desde dos áreas por el precio de una. El horror se reflejó en ella al verme ladear una sonrisa perversa, bajé la máscara para soldar y coloqué el cuchillo al fuego frente a ella quien evidenciaba los panoramas que se trazaban en su cabeza, se veía tan exquisita. Una vez el metal quedó al rojo vivo, lo acerqué a su rodilla, ella se alejaba y más me provocaba, me recordó cuando Marc le da de comer a Travis y juega con él retirándole la comida haciéndolo reír y otras veces enfadar, un juego que quise copiar ahora. En un rápido movimiento corté el lado posterior, a la vez que la carne se calcinaba emanando el aroma a sufrimiento acompañado del aullido de su voz y volví a cortar en la otra pierna la misma zona repitiéndose el combo excitante que repartió el placer en mí. Al observar detenidamente las heridas, sentí que algo despertó y una idea se cruzó en mi cabeza ruinmente seguida de la ovación de mis voces cual coliseo romano aprobando la noción. Di un rápido vistazo a la habitación encontrando más cadenas tiradas a un costado, tomé las de mediano grosor dividiéndolas en cuatro extensiones enlazadas por una argolla y a su vez, enlacé una quinta parte más alargada que las demás. Aun detrás de Madison, retrocedí varios pasos repasando bien la forma de su cuerpo, encendí el soplete calentando el metal yaciente en mi mano y con la temperatura adecuada, dejé a un lado el recipiente, las cadenas chocaban con el frío suelo y la adrenalina se desprendió de mí como un volcán en erupción. Extendí mi brazo hacia atrás igual que un romano e impulsé mi nueva herramienta impactándola en la espalda de ella. Siempre quise usar un látigo en una mujer y de hecho, es lo que haría con Raquel este diciembre, pero esto era otro nivel, con Madison podía unir mi demencia y mi placer sin límites, o bueno, la muerte era mi único límite. Sacudí mi cabeza eliminando ese pensamiento para no abandonar mis ganas e impacté otro golpe extasiándome más ante su grito. —Recuerdo a mi hijo gritar y llorar desesperado igual que tú, era su manera de suplicarte que lo dejaras en paz, que lo devolvieras con su madre y te fueras, pero no lo hiciste —propiné otro golpe siendo recibido por sus piernas. —En vez de eso, lo tomaste con fuerza llegando a lastimarlo y lo alejaste de su hogar, de su refugio, de las manos que más amor le han dado desde el día en que nació. Me ensañé con ella hasta que el fuego de mis cadenas se apagó y ante ello, anhelé ir con otra creación. Revisé todo nuevamente arrojando las cadenas a una esquina, tomé cinta gris y tres escalpelos de un número muy interesante, volví a quedar frente a Madison con herramienta en mano y levanté un poco la máscara. —Un quiz, Maddy ¿Sabes el nombre de este tipo de bisturí? —enseñé la herramienta dejándola a escasos centímetros de su rostro. —Oz… basta, por favor —suplicó, a lo que yo levanté mis cejas sorprendido. —Vaya, no sabía que eras una chica inteligente, pensaba reprobarte con esa pregunta. Pero desgraciadamente para ti esta vez va con “h”, por ende, tendré que bajarte puntos. Corté el tendón de Aquiles de su pie izquierdo, la sangre brotó dejando un pequeño charco de sangre y dejé mi nueva adquisición en la planta del mismo pie. —¿Quién era tu contacto para vender a mi hijo? —sigue llorando. Hago un corte a lo largo de la zona haciéndola gritar desesperada en cuanto sintió que introduje la punta de la pequeña garra. —¿Quién era tu contacto? —Harold Bechamms, es un conocido de mi padre. —¿Qué haría con mi hijo? Ante otro agonizante silencio (al menos de la respuesta que necesitaba) generé el mismo procedimiento en el otro pie, solo que antes de cortar la planta ella respondió desesperada. —Él y su esposa no pueden tener hijos y querían uno como sea, estaban dispuestos a pagar mucho por ese bastardo. —¿Cuánto? —Ochocientos grandes. —¿En verdad querían un hijo o tenían segundas intenciones? —¡No lo sé! —introduje la garra en uno de los dedos comenzando a cercenar. —Ellos… ellos… ¡ahhhh! —el dedo cayó y su grito intensificó. —Habla maldita sea, odio perder el tiempo —al ver que solo se quedaba llorando y aullando de dolor, debí buscar otras medidas. —Vale, te dejaré por hoy, mañana continuaremos o más tarde, no sé, lo que se me antoje primero. Me fui a la otra recámara retirando la máscara y encendí un cigarrillo sentándome en el suelo. Si algo aprendí en tantos años de vida, es que muchos pagaban altas sumas para desahogar en sus víctimas los deseos más tórridos jamás concebidos, siendo la gente con poder y dinero quienes tenían mayor acceso a estas cosas. Si Madison estaba dispuesta a vender a Travis y amenazó diciendo que le darían un final, entonces no podían ser planes de una simple adopción. —Parece que siempre regresaré al mismo punto maldito en el que me pusiste Westley. Mi alma pesaba cien veces más que mi cuerpo. Repasé mi mano hacia atrás en mi cabello derramando algunas lágrimas traicioneras al imaginar a alguien como él sosteniendo a mi hijo, haciéndole lo mismo que me hizo a mí toda mi vida hasta que pude asesinarlo esa noche. Pocas veces puedo sentir tantas emociones intensas envolviéndome en un torbellino sin igual, uno que arrastra mi pasado igual que un cadáver lanzándolo contra mí hasta dejarme inconsciente y a su vez, con un inenarrable dolor. (…) Oz (9 años) No sabía en dónde me encontraba, hui a toda velocidad de unos sujetos que me vieron robar en una tienda y ahora tenía el corazón en la garganta a punto de reventar, pero mi suerte no fue más que una ilusión al sentir repentinamente una mano que haló de mi cabello con fuerza alzando mi escuálido cuerpo. —Mira no más a quién tenemos aquí. Si antes creía que mi corazón estallaría, ahora sentía cómo se apagaba ante el terror más vívido al escuchar nuevamente su voz. Llevaba varias semanas fuera de su alcance. No puede ser, por estar huyendo de esos sujetos no me percaté que estaba cerca del bar al que frecuenta él. —Parece que te has portado muy mal —dijo deleitante. —pero yo me encargaré de ponerte en cintura —susurró amenazador en mi oído incrementando mi terror y más al tocar mi espalda lentamente. Me tomó de un brazo por la cintura arrastrándome hasta la parte trasera del bar y adentrándonos al bosque en mitad del día. Yo gritaba con todas mis fuerzas intentando zafarme de él, sabía que nunca le ganaría, sabía que escapar ahora sería inútil, pero siempre me esforzaba por conseguirlo. No sé cuánto caminó, ni cuánto tiempo pasó, pero sentí que todo se oscurecía nuevamente a mi alrededor en cuanto me arrojó contra el suelo, intenté correr sin darme tiempo a nada y él colocó su pie en mi espalda impidiéndolo. Escuchaba esa risa siniestra detrás de mí congelado cada nervio de mi cuerpo, temblaba demasiado. —Hora de la lección, hijo mío. La correa fue retirada con esa habitual lentitud que tanto lo deleitaba el cuero rozando la tela y el cierre metálico hizo su aparición. No tenía que verlo para saber todo esto, llevaba toda mi vida escuchándolo y lo reconocía perfectamente. El cuero chocó entre sí generando un escalofrío en mi cuerpo, era la advertencia de lo que vendría. —Como decía mi abuelo, la letra con sangre entra. Sin piedad, bajó mi pantalón y rasgó la camiseta, acomodando su enorme bota en mi cara y el cuero marcó mi cuerpo, lo sentía atravesar la piel, escuchaba la sangre salir de mí y mojar la correa. Sus jadeos eran más graves y el sol se ocultó entre las nubes, su enorme cuerpo cayó sobre la grama boscosa, yo pataleaba, intentaba gritar, lloraba desesperado buscando escapar. Abrió mis piernas de un impulso repasando su mano humedecida entre ellas e ingresó de un golpe, aceleró como un animal, como la bestia que siempre he conocido, me desgarraba otra vez, mil puñales por segundo, un tormento que no duraba poco, un tormento del cual no podía escapar y cada que lo conseguía la vida me regresaba a él, a esto. Sentí algo líquido caer en mi espalda haciendo que las heridas sangrantes ardieran, era la saliva que su boca no podía retener ante la excitación que le generaba hacerme esto, era el sudor por tan agitada labor que siempre lo complacía más que cualquier otra cosa. Su mano sostuvo fuerte mi cuello igual que a un barandal y la otra fue a la parte frontal de mi cuerpo pellizcando con sevicia mis genitales. Mis gritos siempre lo hacían jadear más y aceleraba enérgico revolviendo mis entrañas, anhelando traspasarme hasta llegar a mi garganta. Soltó mi cuello sin abandonar la otra labor y en simultaneo me golpeaba nuevamente con la correa. Nunca comprendí cómo hacía las tres cosas al mismo tiempo, pero le encantaba hacer muchas cuando me tenía en sus manos, mi dolor era lo que más lo alegraba. ¿Hasta cuándo seguirá pasando esto? ¿Qué daño hice para que me hagan sufrir tanto? (…) Abrí mis ojos en el acto repasando la vista a mi alrededor, seguía en la recámara con mi cuerpo tembloroso ante la horrible pesadilla que revivió ese recuerdo. Mi respiración y pulso estaban a mil, no podía controlarme, menos al recordarlo violarme. Me quité todo arrojándolo al fuego e ingresé a la ducha intentando buscar calma en el agua fría, no había lágrimas, pero el terror estaba latente. Me dejé inundar de los rostros que me han brindado algo bueno en estos años, desde Becca hasta mi hijo, mis hermanos y hermanas, inclusive ese maldito viejo que sabe cómo frenar mis actos más descomunales, aquel que aprendió a hablar fuerte sin gritar como mis voces llegando a alcanzarme. Entonces, el recuerdo de la cascada llegó sin más, el deseo que jamás se cumpliría lo anhelaba una vez más. El sueño del mártir. Cerré mis ojos pensando en ese instante y una extraña sensación recorrió mi cuerpo, la helada calidez de un abrazo me envolvió con cariño, mi espejismo, uno que no había tenido tan vívido desde aquella vez en la cascada, incluso este lo era mucho más. Abrí mis ojos viendo mi cuerpo más relajado, ya no temblaba por miedo sino por la temperatura y cerré la llave, coordiné junto a mis voces todas mis ideas del momento e inhalé profundamente encontrando el balance que necesitaba. Por un instante quise volver con Madison para continuar con su tortura, pero opté por comer una lata de atún y acostarme a dormir, al estar más tranquilo e inundado de ese pensamiento, necesitaba llenarme más de él en otro sueño, aunque no sé si sería posible. Por desgracia no sé qué soñé, pero sé que fue algo bueno, algo tranquilo, ya que me desperté sintiéndome liviano. Mis voces me recordaron la idea previa a mi letargo, busqué otro overol cubriéndome por completo y volví al salón con Madison dándome cuenta que era el sexto día. Dejé caer su cuerpo haciéndola despertar por sus heridas y fijé las cadenas de sus muñecas sobre una mesa, tomé mi última adquisición llegando a presionar el dorso de su mano derecha y me vio aterrorizada, sabíamos lo que vendría. —Por favor, no más, ya no más. —Lo mismo te dijo mi hijo entre gritos y no quisiste escucharlo, ¿por qué debería hacerlo yo? —corté la primera falange del meñique. —Responde rápido o actuaré rápido. ¿Qué harían ellos con mi hijo? —silencio. —No, no, no ¡NO! —corté la segunda falange. —Ellos lo querían para hacer un viaje familiar o algo así —responde rápidamente. —¿A dónde y para qué? —No lo sé, no lo dijeron —tercera falange. —Me estoy aburriendo Madison —mi voz era neutra. —Solo sé que ellos tienen gustos excéntricos, pero no sé nada más, te lo juro —tomé el anular cortando la primera falange, esperé unos segundos y corté la segunda. —¡Maldita sea! ¡Ya no más, te lo suplico, ya no más! —su tórrida pena me conmovió ante el incesante llanto. —Está bien, ya no más, pero primero dime si sabes otra cosa respecto a ellos. —Solo sé que viajarían a Europa el otro año cuando estuvieran los papeles listos con la nueva identificación del bebé, creo que era a Inglaterra o algo así, no lo sé, no lo recuerdo. —¿Cómo se llama su esposa? —Karol Bechamms, pero su apellido de soltera es Kensington. —Muy bien, por fin hiciste algo bueno en tu vida y solo por eso te dejaré vivir. —Dijiste que igual lo harías. —Todos rompemos las reglas alguna vez y por una promesa que no cumpla; no traerá muchos inconvenientes, al menos en esta ocasión. Entre pausas de algunas horas, me dediqué a cortar los mismos dedos falange por falange en la otra mano, también los de sus pies y a su vez iba tratando sus heridas según lo necesario, también tomé una barra de hierro llegando a violarla con esta, no porque en verdad me deleitase, sino porque era parte de mi coartada, pues tal acto solo despertaba aquella pesadilla junto a otros recuerdos con el rostro de él. Al día siguiente quemé todo, la vestí con un overol naranja que había siendo el más cercano a su tallaje y la golpeé para después llevarla al acueducto Millstone, donde hice una llamada anónima a la policía desde una caseta pública, el tiempo suficiente para que no lograsen rastrearla. Finalmente me alejé de la zona dejando el vehículo en un depósito de chatarra donde sería destruido y me trasladé en un taxi hasta la gasolinera del dueño acordando un pago de dos mil dólares por los daños ocasionados, nos fuimos en otro auto suyo por el dinero y después me dejó cerca de aquí. —¿Y por qué viniste a este restaurante tan lujoso a pesar de cómo luces? —pregunta Bells después de una hora de silencio escuchando el relato de lo ocurrido con Madison. —Porque tenía hambre pedazo de idiota, llevo una semana comiendo de esas latas de porquería y quería darme un banquete. Bebió su trago en lo que di el primer bocado al postre seguido de Jack. —Debemos ir a la delegación para hacer la denuncia, les dirás que el otro sujeto era un amante de ella que le ayudó con todo el asunto, pero discutieron y él en un ataque de ira la torturó olvidándose de ti, te encontrabas en una cabaña a mitad del bosque, pero no sabes en qué parte específicamente porque perdiste el conocimiento mientras huías. —De acuerdo —respondí sin más. —Solo una cosa más a considerar que podría servirnos, Madison posee marcas en sus brazos por consumo de heroína. —¿De casualidad le diste también la droga? Porque estoy seguro que esas marcas quizás no fueron solo de ella, sino también producidas por ti —ladeé mis labios dando otro bocado. —¿Acaso crees que no la dejaría volar después de todo lo que vivió en estos días? Solo esperemos que la policía logre encontrarla con vida antes que el agua acabe con ella, porque yo la dejé en un buen sitio, pero no controlo la naturaleza —ríe negando con su cabeza. —Lo dije el año pasado y lo vuelvo a repetir, mejor con el diablo que en su contra.
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